III "Introspección"

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Desolado caminé durante horas, me di por vencido cuando el reloj marcó las tres. Nunca llegué al trabajo. El maldito teléfono no había dejado de sonar en mi bolsillo hasta que la batería murió. Y no me importaba. Por una vez en mi vida el trabajo no me interesaba. Nada lo hacía.

Salvo ella.

Me senté en un banquillo frente a la estación mirando con ansia la cinta roja enredada entre mis dedos, preguntándome dónde estaría el hada que hacía que se trocase en una evocación al fuego.

¿Siempre había tenido pensamientos tan poéticos?

Quizás en mis tiempos de muchacho enamorado, cuando me dejaba llevar por la musa, la poesía y el alcohol barato y creaba versos existencialistas que yacían olvidados en los cajones de la habitación en la vieja casa de pueblo de mis fallecidos padres.

¿Siempre había estado tan solo?

¿O deliberadamente comencé a aislarme tanto en mí día a día hasta que nadie quedó a mi lado?

En algún momento tuve amigos... pero a algunos los olvidé, otros me traicionaron y otros me olvidaron a mí.

Ahora entiendo por qué todos caemos en el monotemático y seguro gris. Nos da estabilidad, nos hace creer que tenemos vidas buenas y crea barreras emocionales hacia todo lo que pueda ser un potencial riesgo a nuestra integridad emocional.

Que cobardes somos los seres humanos.

Que cobarde soy yo.

Incluso mis padres sucumbieron en la rutina del mundo gris.

Su apacible vida de pueblo, de hacer cada día la misma cosa hasta que exhalaron su último aliento. Ahora recuerdo... por qué escapé de aquel sitio en cuanto tuve la oportunidad. Buscaba algo más... algo que no fuera casarme con una campesina bonita, criar ganado y tener media docena de niños que a su vez harían lo mismo en un ciclo infinito y agobiante.

Pero al llegar a la ciudad, grande, impresionante y magnifica, me vi inmerso en otra clase de rutina con fachada más elegante. Sólo que aquí el costo de ése error tenía un borde más afilado. La vida de elitista disipación moral, con sus rameras adineradas, vinos de excelente cosecha, puros de extraña –y cara– procedencia y compañía comprada con la posición social era otra arma para el suicidio.

La privación de alguno de ésos vicios llevarían al adicto a la desesperación, al error y al fracaso o peor... a la tumba.

Y aquí estoy yo, lamentándome como la patética imitación de hombre exitoso que finjo ser cuando en realidad soy otro esclavo de la perra fortuna.

Descubriendo, también, la cruel verdad de que la vida que llevaba hasta ahora no era más que una quimera. Una ilusión de perfección mundana.

Ahora comprendo todo.

¿De qué valió todo mi trabajo, esfuerzo, empeño, dinero ganado y gastado... si al final del día siempre estaba sólo?

Ahora entiendo la insatisfacción constante que mi vida tenía.

Ésa búsqueda incansable de un algo que no podía determinar qué era pero que codiciaba con inquina.

Como un náufrago al avistar tierra firme yo sólo quería un propósito para mi vida.

Treinta y seis años perdiendo el tiempo, tapando mis arterias, fomentando una diabetes y envejeciendo cuándo lo único que necesité para orientarme en este mundo era a un duendecillo con un lazo del color de la sangre como bandera de guerra sobre su cabello.

Ahora sólo me faltaba a encontrarla para saber si existían segundas oportunidades en la vida.

Lazo RojoWhere stories live. Discover now