Capítulo 1

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"Ya está de nuevo evitando su café, no me importa si no lo desea, debe beberlo. Adorada abuela."

20 de agosto de 1920

Francia vivía el inicio de los juegos olímpicos, el pueblo estaba a la expectativa y la alegría invadía los hogares, esperaban de vuelta el oro. De dicha manera nadie se molestaría por una vieja anciana, que aunque millonaria, había decidido retirarse en lo profundo del bosque Douglaseraie des Farges, privandose a sí misma de las comodidades de la ciudad, y aún así viviendo la paz y soledad que siempre deseó.
Lady de Vars, había notado desde hacía varios días un sabor distinto en su café, no lograba  adivinar qué nuevo ingrediente había incluido en éste su joven nieta, lo cierto era que se sentía un poco mareada cada tarde al acabar la taza, y por más que le había pedido desechar aquello, la muchacha se había hecho de oídos sordos. Desde la muerte de su hijo, lo único que recordaba a él, era aquella rubia de ojos claros. No lograba discutir con ella.

— Abuela, acérquese a beber su café —dijo la joven desde la pequeña mesa que su abuela poseía, acomodada siempre para dos.

— Marie. ¿Por qué sabe distinto el café? Tal vez sería bueno dejar de agregar más que solo agua y azúcar

— Basta, abuela. Esto hace bueno a su salud, además solo es menta —respondió con notable molestia la chica. La anciana sabía que aquel no era el sabor que provocaba la mezcla con dicha planta.

La señorita Challe había estado visitando a su abuela, después que su madre le rogara hacerlo unos meses después de la muerte de su padre, aquella mujer tenía el pensar de que la solitaria anciana la pasaba muy mal y sin compañía, llorando su desdichada suerte. Sintió lástima de Lady de Vars en reiteradas ocasiones.
Aunque la realidad era por completo distinta, la mujer de cabello cano estaba complacida en el silencio del bosque, lograba escuchar el río fluir y las aves cantar, el aroma a hojas tiernas llenaba su pequeña cabaña. No estaba tan sola.
Marie cruzaba aquel puñado de árboles, como gustaba de llamarle, unas tres veces en la semana; llevaba siempre una cesta de mediano tamaño con una buena porción de pasteles y dulces. El camino era largo y agotador, y Lady ya había medido la hora exacta en que su nieta tocaba a la puerta, lo primero que hacía la chica era calentar el agua con que prepararía el café, segundos después comían juntas sin pronunciar más conversación que el sabor de su bebida, luego de eso se marchaba. Se había convertido en una rutina, una muy odiosa e infeliz. Mas no se atrevía a herir al único familiar que le quedaba.

— Volveré el jueves, abuela —dijo la rubia a manera de despedida, recogiendo la cesta vacía.

Ese mismo día por la noche un hombre de unos 32 años llamó a su puerta, preguntó a su madre, que salió a atender, por la señorita Marie Challe. La joven hija que reconoció la voz, salió para atender a aquel hombre, la madre abandonó el sitio.

— ¿Cómo piensa siquiera venir a buscarme aquí? —reclamó con un notable mal gesto, la joven Challe.

— No actúe como si fuera superior a mí, señorita. Usted no es más que mi complice en todo esto.

— ¿Qué es lo que quiere? Hable y váyase, no pueden ver que ha venido a buscarme —sentenció un poco nerviosa

— Tenga calma, niña. Es sencillo lo que deseo, debe terminar con esa vieja mañana mismo; el tejo negro no ha funcionado como debería o tal vez no ha utilizado lo suficiente

— Dijo que no tendría que manchar mis manos de sangre. ¿Cómo espera que yo asesine a una persona? —habló histérica

— ¿Acaso hay diferencias entre envenenar su café y apuñalar su patético cuerpo? Usted y yo somos iguales, usted desea la herencia de la anciana, yo pido una parte por ayudarla a huir. El deseo por el dinero nos une. —se burló el hombre.

La Caperucita RojaWhere stories live. Discover now