El sabor del pasado

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En este momento tomé el valor de saludarla, caminé hacía ella inflando el pecho y muriendo de miedo. Mi amada tenía un vestido color coral y una rosa blanca en su cabello. Le tendí la mano y ella sonrió con impertinencia, decidí entonces alejarme de ella para seguir acomodando los arreglos florales en las mesas.

Para colmo, ella se volvió a acercar y sentí ese aroma a vainilla que tanto anhelaba volver a sentir. Resolví, pues, aprovechar mi suerte para intercambiar unas palabras con ella.
Estás bellisima hoy —le dije con solemnidad-; sentí tu falta todo este tiempo sin ti.

Váyase nomás —murmuró angustiada. Y yo me quedé ojiplático mirándola. ¿Cómo podré estar mas tiempo a su lado?

¡Maldito mi destino! ¡Maldito Ray! ¡Maldita mi suerte!

Lorenzo se río de mí, porque su sobrina me dijo que me largara de su casa. Y por no parecer un pusilánime ante aquel bizarro espectáculo. Resolví hacerle caso a mi tosquedad y a mi obsesión, entonces le estampé un beso de novela a Elisabetta.

Ella separó sus tibios labios de mí y sonrió pícaramente, pero luego su sembante se enrojeció, lanzándome una mirada aterradora.

Sí, yo provoqué mi desgracia, por besar a la fuerza a mi ex novia. Pero por lo menos tuve el valor de enfrentar con valor a mis deseos, por más que solo sean deseos mundanos. Ahí, en ese instante apareció Ray con el rostro enfurecido. Seguramente que quiso arrebatarme de una trompada en el medio de mi cara, pero no pudo.

Entonces comenzó un duelo de miradas, Ray estaba jadeante y no me quitó la vista de encima ni un solo segundo. Hasta que oí que un espejo se rompió con estrépito.

En ese momento Elisabetta tomó el brazo ensangrentado de el muchacho y se lo llevó a su habitación. Ver la sangre y los vidrios en el suelo me paralizó. Lorenzo se acercó a mí, me susurró al oído que retorne a mi casa. No sé como salí de ahí, no salía de mi asombro. Accedí solo porque la cosa se estaba poniendo brava. Pero salí triunfante y prodigioso, con una penetración psicológica que me había alegrado el día.

.....

Seguramente no debí loar a Elisabetta, pero de todos modos, lo hecho... hecho está. Me sentía con un saltimbanqui en cuanto mis emociones.

Llegué a mi casa y me senté en la mesa de la cocina con un tarro de aceitunas y un tenedor. Abracé al frasco, recordando sentimentalmente ese beso robado, un beso húmedo y sonoro; eso me recordó todos los arrebatos afectuosos que tuvimos en el pasado.

Suspiré lamentando tal injusticia y me puse de pie para ver que estaba haciendo Gloria. La busqué por toda la casa, fuí al patio, a la cocina, los baños y finalmente abrí su placard. Cerré los ojos y cuando los abrí no había ni una prenda de vestir.

Tras volver a la silla de la cocina, observé con indignación el retrato de los dos sobre una repisa. La proximidad de la foto me impulsó ferozmente, tomé las llaves de la camioneta, sabía que tenía que salir buscarla, no podía perderla.

Poco antes de subir al vehículo para iniciar el viaje se hizo anunciar en la vereda, el petulante de Ray. Me coloqué la chaqueta de jeans, mirándolo con orgullo. Pero lentamente y con cierto enfado se me acercó, se inclinó a la ventanilla de mi camioneta y me dijo que Gloria ya lo sabe todo.

Gloria y Elisabetta son mucho para usted... —balbuceó, concentrando sus fuerzas.

Vete de aquí imbécil —grité.

Los IntratablesWhere stories live. Discover now