29-Instantes

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El niño cae sobre la cama y ambos ríen.
La hermosa mujer lo toma de los brazos y lo deja sobre su regazo, antes de revolver su cabello con cariño y mostrarle una sonrisa.
Entonces oyen la puerta abrirse.
Ella lo baja de la cama y lo lleva al otro extremo de la habitación, a un armario, cerrando la puerta con el pequeño en el interior.
Gritos. Muchos gritos desde la planta baja.
Un hombre entra tambaleándose a la habitación y se lanza sobre la mujer, quien lo rechaza con delicadeza, recibiendo insultos por su parte. Después pregunta por el niño, "la endemoniada criatura" que lleva su sangre.
Ella se niega a contestar.
Él ríe antes de tomar un último trago de su botella y lanzarla hacia alguna parte de la habitación, para luego acorralar a la mujer entre su cuerpo y la colcha de la cama. Sus manos comienzan a recorrer el cuerpo de la señorita varios años menor, su mirada perversa se centra en cada curva, no es hasta que logra quitarle la ropa que se olvida de todo.
Ella grita. No quiere hacer eso, no con él, no en ese estado.
Escapa de sus manos pero no se va, dirige su mirada al armario donde se encuentra su pequeño ángel.
Y entonces él sabe dónde encontrarlo.
La puerta se abre y lo saca del interior, halándole el brazo, para luego tirarlo al suelo.
La mujer le suplica que no le haga nada. Él vuelve a reír.
Un jalón en el cabello, un pellizco aquí y otro allá, risas crueles son seguidas de golpes reales que dejarán moretones.
Ella interfiere.
Él se enoja.
La golpea. Ella llora.
Pero no es hasta el momento en que la botella, que él recogió, es alzada por el mismo hombre ebrio cuando el pequeño comienza a gritar con desesperación. Le apunta a él.
Sin embargo, la mujer se atraviesa y recibe el golpe del cristal roto, justo en su cabeza.
El suelo bajo sus pies se tiñe de carmín y el verdadero estado de alerta se hace presente en su pequeño cuerpo.
El niño corre fuera de la habitación, siendo perseguido por él.
Al bajar las escaleras, tropieza y recibe un golpe.
Al abrir la puerta, es lento y consigue que le haga varias cortadas con el cristal.
Al salir de la casa y gritar, son golpes lo que recibe.
Nadie hizo nada. A nadie le importaba.
Y la noche cayó. El hombre se había cansado de jugar con él después de haber ensuciado su cuerpo de todas las formas posibles, y lo dejó ahí, para volver a beber.

-Creí haberte dicho que no me estuvieses esperando -le recuerda.

Pasada la medianoche, la puerta de la casa se abre y el muchacho entra, topándose con el joven en el sillón, cubierto por sus cobijas.

-Tengo pesadillas, Fran -confiesa él, cabizbajo. Su cuerpo tiembla de forma apenas perceptible, él espera que el otro no lo note.

Tiene miedo, cualquiera lo tendría.

¿Qué se hace cuando cierras los ojos y tu mente se llena de esas imágenes? Ver a la persona que más quieres cubierta de moretones y sangre, ver que sus ojos pierden el brillo, ver que ya no puede sonreír.

Rood se estremece ante los recuerdos.

Sebastián se acerca a él, se sienta en el sofá y lo cubre con sus brazos, dejando que su cabeza descanse en su hombro.

-Las pesadillas no son reales, enano.

Ninguno dice más.

Sebastián se queda tranquilo, con sus ojos cerrados, sintiendo algunos rizos del joven caer sobre su rostro y el temblor de aquel cuerpo, más pequeño que el suyo, bajo el propio. Rood, por su parte, percibe el pecho del mayor ascender y descender con regularidad, tan diferente al suyo que se descontrola por los nervios de la cercanía, siente la respiración del muchacho en su hombro y parte de su nuca, un escalofrío que le recorre la columna, y un impulso, el de hacer algo que siempre le ha sido permitido.

Y, sin embargo, no lo hace ni lo haría nunca.

Permite que sus manos se deslicen sobre la tela de la camiseta de él y sus brazos lo rodeen, que su nariz absorba todo lo posible de su colonia para el momento en que deba dejarlo ir y no pueda volver a sentir esa fragancia. Siente la sonrisa que se forma en el rostro del mayor e intenta retener la suya.

Ésos momentos eran su razón de vivir. Aunque esa persona que tan feliz le hacía no fuese suya, de vez en cuando, se les podía permitir un momento, un instante pequeño pero tan eterno, en el cual no existiera nadie más que ellos.

Eso era todo lo que podía aspirar, era lo que él le había mostrado.

Y ese era el único tipo de cariño que Rood conocía.

Atormentado [AYOA#1]Where stories live. Discover now