2...

6.3K 44 13
                                    

El primer lustro de la década de los setenta estuvo marcado por protestas y marchas estudiantiles que buscaban abrir el camino en el país para una autentica democracia.

Mi padre trabajaba en la Universidad Nacional y por lo tanto la actualidad del país  se comentaba en casa desde el desayuno hasta la cena. Mi madre y él conversaban y discutían los diversos avatares de un lustro que aún se caracterizaba por su sano espíritu contestatario. Mientras tanto yo iba creciendo y modificando mi aspecto físico: había dejado de ser el pequeñuelo inquieto e inseguro que andaba de una lado para el otro con los bolsillos llenos de bolas de cristal, y me había convertido en un muchacho fornido, de huesos machos y gruesas piernas que repartía su tiempo entre los libros y los deportes.

Sin embargo, algo vino a ensombrecer ese cambio en apariencia tan positivo y saludable: la visita de una presencia fantasmal que hizo pedazos mi cerebro y lo hundió en un terror psicológico que era mucho peor la enfermedad física que ya había logrado superar. Se trató de una niebla que fue apoderándose de mi mete en silencio y que me llevó hasta el extremo de sentir pánico de mi mismo. No sé si fue una consecuencia tardía de los meses que estuve al borde de la muerte, o de una predisposición genética a la psicosis ( existían antecedentes serios en mi familia), lo cierto es que nunca hasta entonces había conocido yo el mas siniestro de los sufrimientos: el de verse poseído por fuerzas extrañas que desvanecen la identidad.Una cosa es el dolor físico, el de la materia, y otra muy distinta es el horror de verse en el espejo y reconocer allá, al otro lado del cristal, la sonrisa perversa de nuestro peor enemigo.

Todo comenzó de improviso, sin preámbulos ni introducciones. Un buen día estaba solo en el parque del barrio jugando baloncesto, y de pronto sentí que la cabeza se me estaba elevando, como si alguien estuviera abriendo una gigantesca botella cuya tapa era mi cerebro. De inmediato me llegaron imágenes terribles de calles miserables y seres humanos arrojados en rincones soportando el hambre y la pobreza más extrema.¿De dónde salían esas personas, que lugar era aquél, por qué imaginaba yo esa escena devastadora? No lo sé. Era como si me hubieran cambiado las coordenadas espaciales y yo, sin saber como, hubiera despertado en otro lugar. Me arrodillé en la cancha y apreté mi cabeza con las dos manos. El ataque no despareció. Sentí entonces la necesidad de buscar afuera, en la realidad exterior, un sitio que concordara con lo que estaba viendo adentro, en la realidad interior. Caminé hasta la carrilera y me arrojé en la parte trasera de la estación del tren, entre maderos sucios e inmundas piezas de metal. La estación era una casa antigua y desvencijada en cuyo interior solían vivir familias humildes de obreros y albañiles contratados por el Estado. En medio del ataque veía yo gente arrastrándose por entre las basuras, como roedores buscando desperdicios. Allí me cogió la noche, sudoroso, alucinado, escondido entre los bloques de madera que se usaban para reparaciones a lo largo de la linea del ferrocarril.

Y así como llegó el ataque, se fue. De repente se desapareció la niebla, pude ver de nuevo la realidad y recobré el dominio de mí mismo. Las primeras preguntas fueron: ¿qué estaba haciendo yo allí, ocultándome como un asesino en el sondo de la oscuridad? ¿Qué era lo que me había sucedido?

Me levanté, cogí el balón y mi chaqueta de deporte, y regresé al barrio con el paso lento y apesadumbrado. Bruno estaba esperándome sentado en la barda de mi casa, en el antejardin.

-¿Dónde diablos estabas?

-Lanzando un rato.

-No digas mentiras.

-Sí, hermano, estaba en el parque.

-Yo fui a buscarte y no te encontré.

-Ah, es que fui a la tienda a tomarme una gaseosa.

-También fui a la tienda y no estabas.

-¿Cual tienda?

-En la Cuadra China.

Relato de un asesino o El viaje del loco TafurWhere stories live. Discover now