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Artemisa, diosa de la caza y las doncellas, luchadora y defensora de los derechos de las mujeres, representadora de la fuerza femenina, lloraba en un rincón del Olimpo, mientras Afrodita intentaba consolarla.

No es que ambas diosas tuvieran mucho en común, menos aún que fueran amigas, pero la diosa del amor, aunque Artemisa no quisiera reconocerlo, conocía bien a las mujeres, y sabía cómo tratarlas.

- Vas a estar bien, cariño. Tranquila. Ya estás a salvo aquí, con nosotros. Te protegeremos. No te preocupes...

Esas pequeñas e insignificantes palabras, sorprendentemente, hacían sentir mejor a Artemisa, y ella se preguntó si Afrodita estaría usando su famosa enbrujahabla.
Intentó hablar entre sollozos.

- M-mi herma-ano, ¿está aquí?- preguntó.

Afrodita negó.

- Hizo una visita a un dios de la medicina o algo así, pero puedo llamarlo si quieres.

Artemisa asintió.

- Por favor - pidió.

- Esta bien. Vuelvo en un momento, cariño.

Antes de que la diosa del amor se acercara a la fuente para enviarle un mensaje Iris a Apolo, la diosa de la caza llamo su atención.

- ¿Podrías llamar también a la cazadora Belladona? Necesito que ella lo sepa. Es mi cazadora de mayor confianza.

Afrodita asintió con una sonrisa de lastima.

- Por supuesto.

Salió unos minutos al jardín del Monte Olimpo, dejando a Artemisa perdida en su miseria y sus pensamientos.

¿Porque la humanidad era tan horrible?

¿Qué había merecido para perecer esto?

Ella era una diosa leal. Le enseñaba a las cazadoras el poder y la fuerza de las mujeres, tanto semidiosas como mortales. Les enseñaba que todas merecían respeto, admiración... Lo que le habían hecho era inaceptable. Con solo recordarlo, un escalofrío recorrió su columna.

Con suerte, ese hombre estaría en la prision por el resto de su vida.

Sollozando, escucho como Afrodita volvía, y una melodiosa voz pronunciaba su nombre.

- ¡Hermanita!- gritó Apolo entrando en el palacio. Su tono mostraba la preocupación que sentía.

También escucho a otra persona acercarse, pero parecía más pequeña que su hermano.

- ¡Mi señora! ¿Se encuentra bien?- preguntó Zöe Belladona, su cazadora más leal.

Cuando ambos, dios y cazadora, vieron el estado miserable en el que se encontraba Artemisa, se acercaron corriendo a ella.

- ¿Qué ha pasado?- cuestionó desesperado Apolo a Afrodita, viendo que a su hermana se le dificultaba hablar.

- La cosa más contraria al amor que he presenciado - fue lo único que respondió ella.

Artemisa explicó, con la ayuda de Afrodita, los sucesos sucedidos en el mundo de los mortales. Drogada, raptada... Y ni quería recordar lo último que le hicieron antes de que la diosa del amor la salvará.

- ¡Oh, mi señora! ¡Qué horror! ¡Por eso nosotras aborrecemos a los hombres! ¡Siempre son tan brutos!

Apolo la miro con una mirada un poco dolida, pero no dijo nada. En cambio, fue Afrodita la que contestó.

- No confundas la estupidez humana con el sexo masculino, querida.

- Supongo que tenemos un tema más importante del que tratar, ¿verdad?- dijo Hera entrando en el palacio. Si Afrodita y Artemisa se diferenciaban, ni se imaginan con la diosa de el matrimonio. Además, Hera no era la mujer más amistosa del mundo. Ustedes los lectores ya deben saberlo de antemano.

La hija de Artemisa. {COMPLETA}Kde žijí příběhy. Začni objevovat