Capítulo 4. | Mi sombra.

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Zara Di Angelo. 16:37.

Roma, Italia.

1 semana después.

Volví a hundir la cuchara en la tarrina de helado de caramelo, cogí una buena porción y dejé que se deshiciera con el calor de mi boca. No despegué los ojos del documental que había puesto horas atrás; se trataba de presos que contaban su propia historia y por qué habían actuado así. Casi todos tenían una buena excusa, habían sido víctimas de un robo o una violación y habían tenido que defenderse, habían sido víctimas de malos tratos y lo único que les quedaba era elegir entre la otra persona o ellos mismos. No lo veía tan mal en ese caso, sabiendo toda la historia era fácil tomar una conclusión.

Me vino a la cabeza la melena azul y automáticamente me vi preguntándome cuál sería su excusa, si es que tenía una, porque todo el mundo la tenía ¿no?

Su voz hizo eco en mi mente en ese idioma que apenas entendía y a pesar de que estuve toda la noche intentando descifrar lo que dijo, no llegué a nada. Ya había pasado una semana desde que tuve el primer contacto, después de aquello le conté todo a Constanza y me aconsejó sin pestañear que cambiase de preso. Justo como me dijo el oficial míster simpatía. Una parte de mi cabeza me decía que le hiciese caso, que fuese al profesor y me cambiaran a otra persona menos complicada, pero la otra parte, la más arriesgada me decía que siguiese adelante.

Una vibración me sacó de mis pensamientos, borrando la imagen peli azul de mi cabeza. Tardé unos segundos en darme cuenta de que mi móvil estaba sonando hacía unos minutos. Apagué la televisión y cogí el móvil sin mirar quién era.

— ¿Es que estás sorda o qué? Te llevo llamando todo el rato.

Un impaciente Sandro sonó por la otra línea.

— Estaba viendo un documental y no lo escuché, ¿pasó algo?

— Sí, que en media hora hay una carrera de...— Hizo una pausa para contestar a otra voz. — Te he dicho que tu porquería de coche no puede participar, no me toques los cojones Oliver.

Disimulé una risa mientras escuchaba la discusión de ambos por la otra línea. No sabía quién era ese tal Oliver, pero parecía que se iba a llevar una buena.

— ¿Sandro? Si estás ocupado podemos hablar más tarde.

Acabé diciendo al ver que se había olvidado de mí por completo.

— No, te quiero ver aquí en media hora, hay una carrera de Mustang y quiero que me hagas compañía.

Terminó colgando la llamada sin darme tiempo a inventarme una excusa. Suspiré alejando el móvil de mi oreja y mirando la pantalla negra totalmente embobada.

¿Se puede saber porque necesitaba mi compañía? Perfectamente podría decir que era la persona más popular del mundo y me quedaría corta. Me levanté con pesadez apagando la televisión y con ello mis documentales favoritos, adiós a una tarde tranquila viendo asesinos en serie.

Me dirigí hacia mi cuarto en busca de algo cómodo para ponerme, busqué y me decanté por un pantalón holgado negro y una sudadera del mismo color. Ya que iba obligada quería ir lo más cómoda posible. Terminé de vestirme y de hacerme una trenza cuando la foto enmarcada de mi hermano y yo me hizo detenerme por unos minutos; salíamos juntos, sujetando una tarta, yo con la nariz manchada de nata mirando sorprendida y él serio mirando a la cámara. Mamá nos había obligado a hacernos la foto, Enzo odiaba las fotos. Tendría unos 10 años y lo recordaba como si fuese ayer, la nostalgia invadió mi cuerpo como un torrente sanguíneo y me vi preguntándole mentalmente a su imagen por qué había decidido irse para no volver, como si fuese a salir de la foto y me contestase.

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