Capitulo 9: La separación

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Capitulo 9: La separación

Intentando huir de lo inevitable, Francis pasó toda la mañana y parte de la tarde en la calle. Visitó viejos amigos, recorrió boutiques olvidadas y compró algunos bocadillos que serviría a la hora del té, bocadillos que según él, aminorarían la bomba que lanzaría. Luego de salir de la reunión con los ejecutivos de la editorial H, el arrepentimiento empezó a embargarlo y aunque estuvo tentado de regresar y desechar el contrato, se abstuvo, sabía que ese era un paso que debía de dar. Su mente aún estaba procesando el hecho que dejaría atrás a Arthur y empezaría de cero en un lugar diferente, muy lejos de todo lo que le recordara al inglés.

Entrada la tarde y con sus ánimos por el suelo, regresó al apartamento, pronto seria la hora de tomar el té y los pastelitos que había comprado horas atrás ya gritaban por ser saboreados. Bajó con desgano del autobús y caminó de la misma forma hacia el edificio donde vivía. Al llegar, fue inevitable no admirar el gran camión de mudanzas que se encontraba estacionado en el frente del edificio. Habían varios hombres, seguramente de la mudanza, cargando muebles, cajas y demás cosas.

–Otro que se va– dijo de forma monótona casi entre dientes, sabiendo que pronto seria parte de esos. Siguió con la mirada a los hombres, le daba curiosidad que vecino era el que se estaba marchando cuando de una de las cajas, una bufanda verde cayó al suelo cual suicida. Dio un respingo, se parecía a la que le regalo a Arthur el invierno pasado y tratando de hacer a un lado su temor mal infundado, agitó su cabeza y se adentró.

Más hombres pasaron a su lado y la lista de objetos que él conocía fue aumentando junto con el miedo de lo que pensaba que estaba pasando. Discos de los Beatles, lámparas marmoleadas, unicornios afelpados, esas eran propiedades del compositor. Dejó su caminar apático y aumentó la velocidad de sus pasos, quería ver por sí mismo que lo que ocurría solo era una mala broma o una venta de garaje algo extrema.

Llegó al apartamento, la puerta estaba abierta en su totalidad y en su interior se escuchaba el ruido de las cosas al ser movidas. Se adentró, admirando el entorno ahora cambiado y demasiado revuelto, luego observó una melena pelirroja agitarse, había un desconocido en su hogar. De inmediato pensó que el intruso era un ladrón y por inercia acercó la caja donde iban los pastelillos, dispuestos a usarlos de escudo o en su caso, de arma contra el sujeto pero luego vio esas cejas gruesas y esas pecas traviesas, se trataba de un Kirkland.

El pelirrojo volteó la melena y sus verdeceos ojos chocaron contra los del recién llegado. Hizo una mueca de pocos amigos seguida de otra algo más pensativa –ah, eres tu– dijo sin sorpresa alguna en sus palabras, luego tomó una caja y guardó algunas fotografías que Arthur había dejado en el sillón, los ojos del francés no se apartaron de dichas fotos, recordaba cada situación tras estas – ¡Arthur, el franchute llegó!– exclamó el pariente para luego seguir recogiendo las fotos.

De su habitación salió el rubio quien hizo una expresión de sorpresa al ver a Francis parado en la entrada del apartamento –no pensé que regresarías tan pronto– dijo de una forma que el otro no supo interpretar como cínica o sincera. Posteriormente hizo una seña para que lo siguiera a un lugar más privado donde poder hablar: a la cocina, lugar donde casi siempre discutían las cosas importantes y las pequeñeces tontas.

–Me mudo– dijo por fin Kirkland.

–No me digas– respondió Bonnefoy y Arthur parpadeó un par de veces al escuchar ese tono tan ácido y sarcástico poco característico de él.

–Regreso a casa de mis padres– continúo explicándose, ignorando como los ojos del otro se clavaban sobre él –no te preocupes por la renta, ya hablé con el casero y dejé pagada mi parte.

Mi Platónico Amor (Hetalia FRUK)Where stories live. Discover now