I.

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Las 7:00 h de la mañana.

El sol se levantaba sobre los edificios, dando comienzo a un día soleado de mediados de junio.

Los rayos del sol naciente entraban por la ventana, reflejándose en el pelo enmarañado de una castaña que dormía plácidamente en su cama individual, haciendo aguas caobas en su castaño pelo.

Lyra se acabó por levantar sin la necesidad de una alarma, pocas cosas le daban más satisfacción que comenzar el día sin ayuda.

Se levantó de la cama y mientras se frotaba los ojos se dirigió a la cama que estaba enfrentada a la suya, la de su hermana melliza.

–Giennah –dijo zarandeando a la pelirroja que yacía durmiendo plácidamente, aun con los rayos del sol, dándole de pleno en la cara–, ¡levanta!

La pelirroja gruñó y soltó un par de improperios antes de desvelarse del todo. Aunque cualquier calma existente en la habitación de las hermanas fue interrumpida por el crujido que hizo la puerta al abrirse en un golpe seco, dejando entrever la figura de una elegante mujer de pelo rojo fuego que, vestida a tan tempranas horas, las miraba con entusiasmo.

–¡Arriba chicas! –exclamó su madre una vez estuvo dentro, sin detenerse en su camino a correr las cortinas y abrir las ventanas de su habitación–, tenemos muchas cosas que hacer esta mañana, tenéis que acabar las maletas y arreglaros, saldremos dentro de una hora como mucho hacia el puerto.

Ambas observaron como su madre, con su porte y elegancia, viraba desde la punta de la habitación, haciendo que la larga y vaporosa falda que llevaba puesta diera un vuelo con suma gracia para irse por donde segundos antes había aparecido, dejando tras de sí, la puerta abierta. El murmullo de la gente que trabajaba en el piso se hizo más fuerte.

Su padre había partido a media semana con gran parte de sus pertenencias. Quería comenzar a acomodar su nuevo hogar antes de la llegada de sus hijas.

–¡Qué emoción! Tengo muchas ganas de conocer la nueva zona –canturreó bien risueña Giennah mientras se levantaba de un salto de la cama–, ¿tú no, Lyra?

–Eh... sí, claro –contestó Lyra sin querer entrar más a fondo en la conversación.

–Vamos Lyra, no seas así –le dijo su hermana haciendo un tierno puchero mientras la observaba.

–¿Así cómo? –preguntó la castaña.

–Tan cortante. No te queda con esa cara de niña buena y dulzona que tienes –contestó Giennah.

Pss –murmuró rodando los ojos. Aunque no pudiendo evitar que un atisbo de sonrisa se asomara por las comisuras de sus labios.

Lyra despertaba con frecuencia sintiendo una carga de angustia en el fondo de su ser, una sensación opresiva que se apoderaba de su interior. Sin embargo, su hermana siempre estaba ahí para brindarle apoyo y cambiar el rumbo de las cosas, picándola y molestándola hasta que una pequeña sonrisa asomara por sus labios.

Además, hoy se mudaban. Parecía una broma de mal gusto. Pues cuando sus padres les comunicaron que pretendían mudarse, no al pueblo de al lado, sino a la otra punta de su Región, a Lyra se le cayó el alma a los pies. Muy diferente a la reacción de impaciencia e ilusión de la pelirroja.

Mudarse con diecisiete años, casi dieciocho, no parecía muy tentador para ninguna persona de su edad. Su hermana Giennah evidentemente no pensaba lo mismo. Sin embargo, Lyra estaba abierta a vivir nuevas aventuras, sensaciones... o eso se decía ella misma, pero su manera de ser reservada no hacía más que acongojarla por todo lo que no podía tener bajo control.

Lyra | I. Placer divinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora