8. Enigma

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Cuando Alexander Branderburg hubo alcanzado lo más profundo del bosque, aminoró la velocidad.

Había corrido con todas sus fuerzas a través de la húmeda capa de vegetación hasta topar con el tronco caído y su propio automóvil, que lo recibió helado en medio de la oscuridad.

Sin perder tiempo ni esperar a calentar el motor el chico arrancó el coche de inmediato y se dirigió con prisa al camino de Förest Avenue, pasando el puente de piedra y levantando el polvo en el camino de terracería que llevaba a la mansión.

Al frenar de lleno frente al blanco edificio, que estaba completamente a oscuras, el joven Branderburg suspiró larga y tendidamente sintiendo un leve dolor en la boca del estómago.

La descarga de adrenalina lo había provocado.

Alex se limpió el sudor que le escurría por la frente y se preguntó si tal vez la policía no lo habría perseguido.

Tan solo pensarlo a Alexander le recorrió un escalofrío por la espalda y giró vertiginosamente la cabeza de un lado a otro, viendo a través de las empañadas ventanillas del auto para ver si veía a alguien pero estaba completamente solo.

— Lo logré— Susurró el chico respirando entrecortadamente e intentó tranquilizarse mientras su corazón volvía a tener un ritmo cardiaco normal.

Sentir la tibia calidez del coche era mejor que la fría niebla que pocos minutos antes le había rodeado en el bosque.

Pero Alex no podía sentirse tranquilo ni seguro, por lo que mejor salió de su Bettle rojo y entró en la mansión.

Mientras atravesaba la rústica puerta de roble que crujió al cerrarse, Alexander sintió contra su pierna derecha el roce de un objeto en su bolsillo y entonces recordó la agenda de Ximena Hargrove.

Volvió a sentirse atormentado.

En medio de la urgencia y el miedo que lo habían embargado por huir de la policía, el chico se había olvidado por completo de su hallazgo.

La rabia volvió a resurgir en su interior y sin pensarlo dos veces avanzó al despacho del segundo piso, el que estaba bajo su habitación.

Cuando Alexander subió el tramo de escaleras y llegó hasta el último rellano del lado izquierdo, pudo darse cuenta de que en medio de toda la penumbra que envolvía a la casa había una franja de luz que se colaba por el resquicio de la puerta cerrada.

A Alex se le aceleró el pulso al comprender que su detestable primo estaba dentro de la habitación.

Por su cabeza pasaron ideas de tirar la puerta a patadas y entrar golpeando a Chris pero prefirió ser racional. Pronto, se halló golpeando la puerta solamente con los nudillos.

Una voz aparentemente irritada le respondió desde dentro.

— ¡Lárguense! Les he dicho que me dejen en paz—. Alexander pudo identificar el tono de desesperación que agobiaba a Chris.

— Con o sin tu permiso primito, esta vez hablaré yo—. Sentenció con enojo Alex abriéndose paso por la fuerza y cerrando la puerta de un golpe.

— ¿Pero qué diablos...?— Preguntó confundido Christopher, levantándose de inmediato de la silla de su escritorio al ver la entrada repentina de su primo.

— Luces deplorable— Dijo irónicamente el chico al ver que el rostro de su pariente lucía aún más demacrado que de costumbre. Parecía como si estuviera sufriendo una agonía.

>> Quién lo dijera— Se burló Alexander sentándose en la silla frente a su primo, que seguía de pie—; luces como un empresario, aunque fracasado. Claro que, yo sé que solo eres un maldito bastardo.

EL PORTADOR 1:  El medallón perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora