Capítulo 3

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Veníamos en el auto de Ariadna por la calle principal mientras ellas cantaban a todo pulmón una canción que no conocía. Yo miraba la conocida calle de esta parte de la ciudad y la realidad me golpeó como un balde de agua fría.

En la escuela, soy una chica como todas las demás, con una gran casa, una madre profesional, hermanitos que sacan excelencia académica y un padre empresario. Pero cuando estoy en esta calle, recuerdo que no tengo un departamento lujoso, mi madre no es una reconocida productora de música, mi hermanito no saca buenas calificaciones en la escuela municipal de San Francisco y mi padre no vive con nosotros en nuestra casita.

Ariadna aparcó al frente del edificio Golden Street LA y apagó el motor. Mis amigas creían que yo vivía en el piso siete y que mi hogar era uno de los más famosos de la escuela, pero no era así.

Mi casa falsa era tan famosa en Hilary porque no dejo entrar a nadie. Todos los alumnos tienen curiosidad de como es por dentro y qué secretos oculto ahí, pero el único secreto es que no tengo ningún departamento en Golden Street LA.

—¿Segura que no quieres que te acompañemos hasta la puerta? No tenemos problema, Ámbar— ofreció Dianna y le sonreí agradecida.

—No se preocupen chicas, he vivido en este edificio por cinco años, lo conozco bien, no me perderé— rodé los ojos con humor y ellas me sonrieron.

—Cuídate ¿Sí? Mañana hablamos— Ariadna me besó la mejilla y asentí.

—Si tuvieras celular, hablaríamos toda la tarde por FaceTime— Dianna hizo un puchero.

—Ya saben lo que pienso de esas cosas, so...

—Son tecnologías que no sirven para nada que no sea matar neuronas— dijeron al unísono e hice una mueca de indignación.

—¡Hey!— exclamé y reímos. —Las quiero, nos vemos mañana— salí del auto y cerré la puerta. Subí las escaleras blancas antes de entrar al lobby y me di vuelta para despedirme por última vez, agité la mano y Ariadna tocó la bocina para luego partir. Coloqué mi mano sobre el vidrio de la puerta de entrada y miré hacia los dos lados. Bajé la escalera por el lateral y me metí al callejón que estaba al lado del Golden Street LA, donde habían botes de basura y gatos callejeros. Llegué hasta el final y giré hacia la izquierda, saqué mi copia de las llaves y abrí la pequeña puerta que era mi casa. El pasillo de la entrada era muy estrecho, que apenas teníamos una alfombra larga y un portaparagüas al lado de la puerta. La madera bajo mis pies rechinaba mientras que daba pequeños pasos y admiraba por milésima vez las fotografías de las paredes.

En una, salía cuando tenía catorce años, todavía estaba en la escuela Municipal de San Francisco, papá me había tomado esa foto un día cuando fuimos al campo del tío John por las vacaciones de verano. Yo no me preocupaba como andaba vestida, sinceramente yo no era nadie en la escuela, solo una simple chica con muy buenas notas.

—¿Ámbar, cielo?— sentí la débil voz de mi mamá, Sarah Anderson. —¿Eres tú?

—Sí, aquí estoy— me asomé por la cocina y sonreímos al mismo tiempo cuando nuestras miradas se cruzaron. Me acerqué para abrazarla y ella me apegó a sí.

—Me alegra verte, todavía la cerradura no está arreglada del todo— mi mamá hace una mueca y vuelve hacia nuestra pequeña cocina, que consistía en un mesón donde estaba el horno, microondas, cocina y el lavaplatos y unos cinco metros más allá estaba nuestro comedor, una pequeña mesita con taburetes de plástico adornaban la diminuta estancia. Mi hermanito Derek estaba haciendo su tarea ahí, por lo que me acerqué y besé su cabeza.

—¿Cómo que todavía no está arreglada del todo?— fruncí el ceño.

—No he podido, tampoco hay dinero como para pagar a un maestro— se giró y su expresión de vulnerabilidad me hizo una opresión en el pecho.

Mi mamá era una mujer totalmente sencilla, en su rostro tienes pequeñas manchas y siempre andaba con el pelo tomado en un chongo en la cima de la cabeza. Sus ropas desgastadas y un delantal azul manchado con aceite adornaban su cuerpo y unas chalitas de goma sobre los pies.

Yo gastaba mi mesada de parte de papá que mandaba todos los meses en ropa, maquillaje y zapatos de segunda mano, mi mamá para pagar la renta de la casa y comprar comida.

No teníamos idea de dónde papá enviaba el dinero, no había una dirección de donde provenía el sobre, porque si la hubiera, yo ya estaría allá exigiéndole a mi padre respuestas.

—No te preocupes, voy a cambiarme de ropa y arreglaré la cerradura, después iré al bar— suspiré.

—Ámbar, creo que deberías dejar ese empleo, hay dinero suficiente para todo— mi mamá hizo una mueca y negué la cabeza.

—No lo voy a dejar, tengo que reponer el dinero del mes pasado que gasté en los libros de química y el lápiz labial.

Mi mamá suspiró y volvió a la cocina, ella sabía que yo no iba a dejar el empleo del bar. Si bien, la paga no es tanto como para comprar otra casa y tener un mejor estilo de vida, sirve para comprar en comida y darnos un gusto y comprar unos pastelitos para tomar once.

Entré a mi habitación y dejé mi mochila sobre mi cama. Mi pieza no era una de las mejores, solo tenía una cajonera y un pequeño escritorio que conseguí en una tienda de muebles sin arreglo, pero a mi me funciona muy bien. Si me sentaba en mi cama y estiraba la pierna, de inmediato esta tocaría mi escritorio. Así de pequeña era mi pieza.

Me coloqué la blusa blanca, pantalones negros y me hice una cola de caballo. Quité mi maquillaje de la escuela y observé mi reflejo en el espejo.

Sin maquillaje sólo soy Ámbar, una chica con problemas económicos y sin sentido en la vida.

Con maquillaje soy Ámbar Steele, una millonaria chica, popular, atractiva y con el futuro asegurado en una de las mejores universidades.

Ésta era mi realidad, yo tenía dos caras en la vida, tal como una moneda.

Suspiré y busqué las herramientas para ir a arreglar la cerradura.

Suspiré y busqué las herramientas para ir a arreglar la cerradura

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En una calle así se encuentra la casa de nuestra Ámbar😢💕

Dos caras «Shawn Mendes»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora