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En cuanto Patch hubo cerrado la puerta, me derrumbé en el sofá doble; codos sobre mis rodillas, cabeza sobre mis manos y los dedos enredados en mi cabello. Noté la mirada de Patch en mi nuca, pero no hice ningún movimiento. Lo sentí sentarse con cuidado a mi lado y pasar uno de sus brazos sobre mis hombros. Gracias a Dios él estaba conmigo, no sabra qué pasaría si no estuviera aquí. Probablemente me volvería loca o me tiraría desde la ventana. Escondí mi cara en su pecho y con mis manos ocultándome el rostro. Él me abrazó con fuerza, una fuerza que probablemente a un humano normal le rompería algún hueso. 

—Tranquila, Ángel —dijo.

Reaccioné a su tono y su apodo con un sollozo que salió desde lo más profundo de mi garganta, el cual no pude frenar. Me maldije por ello. Odiaba mostrarme débil frente a él, se suponía que yo era Nefilim, que yo era fuerte...

—Ángel, escúchame.

Deshizo el abrazo, separándome de él y dejándonos cara a cara. No me di cuenta que ya había comenzado a llorar hasta que él tomo la manga de su camisa y limpió las lágrimas de mis mejillas. 

—Lograremos resolverlo, ¿oíste? Lo haremos. Estando juntos, todo es posible. Nos llevaríamos el mundo por delante si quisiéramos. 

Pasé una de mis manos detrás de su nuca, enredando mis dedos en su cabello. Dejé mi otra mano en su mejilla, con mi dedo pulgar por delante de su oreja y el resto de los dedos descansando en el hueco del costado de su cuello. Me senté sobre su regazo y lo besé. Lo besé con cuidado, con delicadeza. Diciéndole en ese beso todo lo que jamás podría decirle en palabras. Y sonó el celular. Maldito celular al que algún día condenaré al infierno.

—Maldito seas —le dije al celular antes de atender mientras Patch soltaba una risita.

—¿Diga? —dije al teléfono.

—¿Nora? —escuché una voz masculina desconocida del otro lado. 

Patch me miró con el ceño fruncido así que tuve que adivinar que una mirada de desconcierto cruzó mi cara.

—¿Quién es? —pregunté.

—Estuve buscándote mucho tiempo, ¿sabes? Costó comunicarme contigo...bastante costó, de hecho.

—¿Quién eres y qué diablos quiere? —respondí ya alterándome.

—Wow...ese no es el lenguaje que usaría una dama como tú, aunque teniendo en cuenta que estás con Cipriano, pensándolo mejor, quizá si lo sea.

—¿Quién eres? ¿De dónde nos conocemos? —mi cara asustada debía de identificarse al menos a unos 30 metros a la redonda. 

—Oh, lo siento, olvidé presentarme... De hecho, tú no me conoces. Pero yo te conozco mejor de lo que tú piensas. Incluso quizá mejor de lo que Cipriano jamás llegará a conocerte. Yo llamé a tu madre por la tarea de aritmética —soltó una risilla irónica.— Pobre crédula, tu madre. ¿Tarea de aritmética? ¿Acaso esa materia todavía existe? En fin... cuídate, Grey. En cualquier momento iré a por ti.

RitornoWhere stories live. Discover now