Ángeles guardianes

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Nina bajo del autobús que llevaba al viejo barrio en el que vivía, estaba eufórica, no quería pensar en lo que vendría después, ahora mismo, solo podía pensar en que había podido depositar el cheque de Jasón sin problemas en su cuenta, había hecho la transacción necesaria para cubrir las cuentas pendientes con el hospital e incluso había comprado los víveres que en los últimos meses escaseaban en su casa. Sonrió viendo de reojo la bolsa en una de sus manos, Andreas estaría contento cuando viera lo que le llevaba.

—¡Buenas tardes Nina! ¡Parece que has tenido un buen dia!— El amable señor de la tienda de abarrotes de la esquina le saludo, el hombre afroamericano tenía el cabello completamente blanco por los años, pero aún era u hombre fuerte, de amables ojos, sonrisa fácil y tono cálido. A Nina no le sorprendió ver al viejo Antonio sentado en la entrada de su tienda, el siempre estaba ahí.

—Buenas tardes don toño – le saludo con una sonrisa— si, ha sido un buen día— si excluía el hecho de que se había vendido al hombre que le había roto el corazón, de hecho era un día maravilloso.

—parece que llevas una buena compra, me alegro hija— el señor golpeo su rodilla en señal de felicidad mientras sonreía.

—de hecho me alegra verlo— Nina dejo las bolsas en el suelo y abrió su pequeña bolsa de mano sacando su cartera— tengo que pagarle lo que le debo— El hombre negó levantando una mano.

—no, no niña, todos sabemos como es tu situación con Andreas, déjalo para luego, puede que necesites el dinero después— Nina le sonrió al anciano.

—bueno si eso sucede ya me dara algo de crédito— el hombre asintió.

—bueno supongo que esta bien entonces— El sujeto se paro y reviso en su vieja libreta la cuenta de Nina— aquí esta— señalo cuando encontró su nombre.

Pagarle a Antonio permitió que la conciencia de Nina descansara, el anciano le había tenido mucha paciencia. Después de dejar la casa de sus padres habia tenido suerte de ir a dar a aquella calle. Sus vecinos en su mayoría eran gente buena y no habían dudado en ayudarla cuando lo necesito.

Nina compro un par de cosas más después de pagar su deuda y se despidió de Antonio, ahora tenia que ir a ver a la ahijada del hombre, Maya era su cacera y su mejor amiga, vivía en el primer piso de su edificio.

Cuando Nina toco a la puerta de Maya, eran pasadas las seis de la tarde, ella era la única amiga real que tenia, la única persona en quien confiaba y necesitaba verla, hablar con ella, necesitaba decir lo que estaba pasando, lo que había hecho la comía por dentro, la rebajaba y la aliviaba al mismo tiempo, no podía calmarse a si misma, la felicidad la inundaba por ratos y por otros la carcomía la culpa

—Nina, ¿como te fue?— su amiga se veía igual de ansiosa que ella, le había dicho a donde iría esa mañana. La mujer era pequeña y menuda, con el cabello rubio muy claro y su rostro redondo y nariz respingada. Sus ojos se veían enormes por la expectación.

—¿puedo pasar?— paso duro y la chica asintió rápidamente.

—claro claro, perdona, Andreas esta en la habitación con Yeremaya— La mujer la dejo pasar y cerro tras ella. Nina dejo las bolsas de compras cerca de la entrada y camino con Maya hasta el sillón de la pequeña pero cómoda sala— hablaste... ¿hablaste con el padre de Andreas? – pregunto y Nina asintió— ¿que te dijo?— pregunto y Nina se lamió los labios, hacia unos segundos estaba ansiosa por contarle lo que ocurría y ahora solo... la estaba comiendo el remordimiento, la culpa y la vergüenza. Su rostro enrojeció antes de que pudiera hablar.

El ContratoWhere stories live. Discover now