KAREN

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KAREN

Lo único que quería era salir de allí, llegar a casa y darme un baño caliente. Hacía tiempo que no lo pasaba tan mal en una entrevista. Y eso que la había preparado a conciencia. Sabía qué tenía que decir y cómo, ¡si hasta me había puesto falda y tacones! Odio los tacones. Cuando ando con ellos me siento como uno de esos elefantes de dibujos animados encima de una pelota muy pequeña que les obliga a ir de un lado a otro para no caerse. Incluso me habían puesto en más de una situación embarazosa que prefiero no recordar. Pero hoy era un día especial y tenía que parecer sofisticada, elegante y profesional. Así que me aventuré a llevarlos. Además, tan sólo tenía que dar cinco pasos desde la puerta al asiento del despacho donde me iban a entrevistar, y cinco pasos soy capaz de darlos con elegancia.

Hoy no podía culpar a los tacones. El problema fue que no me preguntaron nada de lo que llevaba preparado. ¿A quién se le ocurre preguntar en una entrevista de trabajo qué me llevaría a una isla desierta? Con el estrés contesté lo primero que me pasó por la cabeza: mi portátil. ¿Para qué narices voy a querer mi portátil en una isla desierta? Para nada, absolutamente para nada. Pero esa no fue la única pregunta en la que metí la pata. Sacudí la cabeza intentando borrar el recuerdo. "Por lo menos ya ha terminado y me puedo ir a casa" pensé con un suspiro mientras observaba los números del ascensor ascender.

—Hola tío —Al oír la voz grave junto a mí, giré la cabeza. Un chico de mi edad hablaba por teléfono mientras esperaba el ascensor— Mal. Ha sido una de esas entrevistas donde te hacen preguntas raras para pillar. Ha sido una mierda.

Se me escapó una pequeña risa al escucharlo. Por lo menos no era la única con esa opinión sobre la entrevista. Le volví a mirar de refilón. Me observaba con una sonrisa, sin duda había notado que estaba prestando atención a su conversación. Probablemente me habría puesto roja por el hecho de ser pillada, pero en ese momento me quedé de piedra, esa sonrisa la conocía... había tenido pesadillas con ella. Agaché la cabeza con disimulo dejando que mis rizos me cubrieran el rostro. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. No podía ser él. No podía ser Chris, mi pesadilla del instituto. El único ser de este mundo al que he odiado tanto como para desearle una vida miserable y, si eso no era posible, por lo menos que se volviese gordo y calvo.

Cuando dejé de sentir su mirada sobre mí, cogí el valor suficiente para espiarle a través de mi cortina de pelo. Volvía a estar concentrado en la conversación y reía. Llevaba un traje gris oscuro con una camisa blanca. La mano libre estaba metida en el bolsillo del pantalón de donde colgaba la chaqueta. No parecía miserable, ni se le había caído el pelo, que va, seguía manteniendo esa espesa mata de pelo rubia. Bajé mis ojos hasta su estómago con la esperanza de encontrar alguna curvatura que mostrase una incipiente barriga. Lisa. Bajo la camisa blanca no parecía que hubiese nada de tripa. Maldije para mis adentros. Ninguno de mis deseos se había cumplido.

Seguía maldiciendo cuando sonó el timbre de llegada del ascensor devolviéndome a la realidad. Tenía que meterme en ese minúsculo espacio con la persona que más odiaba. Apenas cuatro metros cuadrados. Respirando el mismo aire. Por un instante se me pasó por la cabeza la idea de bajar andando las doce plantas. Pero por otro lado no podía dejar que me volviese a intimidar como antes, habían pasado... ¿Cuánto?, ¿cuatro?, ¿cinco años? Ya no era la niña asustadiza de antes. Había terminado una carrera y era semiindependiente, me pagaba las facturas del teléfono. Pero todas mis dudas se disiparon cuando se movió a un lado con un gesto galán ofreciéndome el paso. ¿Qué iba hacer?, ¿irme corriendo? Eso hubiese sido muy triste. Así que con la cabeza gacha crucé la puerta mientras él me seguía. Me situé lo más lejos posible y contemplé impotente cómo se cerraban las puertas. Sólo serían doce plantas, sólo doce plantas y después mi casa y mi baño caliente.

MorticiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora