2. Chicos, autos y hospitales.

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Capítulo 2: Chicos, autos y hospitales.

Dylan.

No sabía qué más hacer, qué más decir. Tenía su diario personal en mis manos, probablemente ella pensaba que yo lo había leído o algo parecido. ¿Qué ocultaba en él que no quería que yo lo viera?

—Gra... gracias —traga saliva nerviosamente, y sin más, me arrebata la libreta de mis manos y sale corriendo.

Cuando se aleja lo suficiente, suelto un bufido y golpeo el suelo con mi pie. De verdad, ¿por qué las palabras se me quedaban a medio hablar cuando la tenía cerca? Eso no podía ser normal. Estoy enamorado.

—Dylan —susurra una voz detrás de mí. Suspiro y la encaro. Los ojos de Natalie eran dulces, y me sonreía. Le devuelvo la sonrisa, pero no tan genuina como la de ella—. Hubieras visto a James irse, estaba que echaba humo —suelta una carcajada y se sienta conmigo en el suelo.

—No es James quien me preocupa, es que, simplemente siento que el plan no podrá funcionar con ella.

Odiaba eso de admitirlo en voz alta, ¿pero qué más podía hacer con ella? Tampoco quería admitir que la había estado siguiendo como todo un acosador para ver lo que le gustaba hacer, dónde vivía, con quiénes hablaba y confiaba, pero es que eso es estar enamorado. Perder la cabeza.

—Vi eso —murmura la pelinegra a mi lado. Me giro con una ceja alzada, sin entenderla muy bien del todo—. Ella te defendió. —Me tensé. Sí, ella me había defendido. ¿Qué había significado eso? Se supone que ella no me conoce, ¿cómo había dicho que yo era mejor que James?

—Tal vez en serio estaba desesperada por quitarse a James de encima.

Natalie frunce los labios, y sé que no me cree.

—Sólo sé una cosa, Dylan: Esta no ha sido la primera vez que ella ha posado sus ojos en ti.

.  .  .

Me acomodo la correa de la mochila y cierro mi casillero de un portazo, con la frustración recorriéndome. Prácticamente he sido de los últimos en salir del Instituto, porque al profesor de matemáticas se le ocurrió que quizá sería una buena idea hacerme esperar. Tutorías. De verdad quería que diera tutorías.

Salgo corriendo por las enormes puertas de la libertad y llego a mi auto. Lo enciendo y salgo lo más rápido que puedo. Sabía que mi papá me iba a dar un regaño por llegar tarde, porque había quedado en acompañar a mi hermana menor a sus prácticas de ballet, pero de verdad que no era mi culpa, sino del profesor.

En cada semáforo, sentía que los nervios de ir más rápido me dominaban, así que veía a todos lados, movía mucho mis pies y me pasaba las manos por el cabello. Mis síntomas normales de cuando estoy nervioso.

En uno de los semáforos, veo a una chica rubia corriendo a toda velocidad por la acera. Me pareció familiar, así que cuando el verde se iluminó en el semáforo, reduje mi velocidad para ver si se trataba de ella.

Y no me equivocaba.

Era ella, Alessa.

Estaba sudada, y se había detenido para agarrar aire, estaba jadeando y apoyaba sus manos en sus rodillas. No tenía ropa de deporte, así que no estaba ejercitando. Más bien, llevaba unos shorts de mezclilla cortos y una blusa blanca con un "miau" en ella y unas orejas de Minnie Mouse. Traía sus converse blancos que solía usar los lunes y jueves.

¿De casualidad no puedes identificar, también, qué marca de pasta dental usó hoy?

Bajé el vidrio del auto a toda velocidad y, carraspeando, llamé su atención.

Alessa, no otra típica rubia [ANOTR].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora