Un culpable con bigotes

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-Despertarse ya holgazanes –Vociferó Agustina.

-¿Pero qué hora es? –Le pregunté a mi tía.

-Las siete de la mañana.

-Que temprano –comenté yo-. ¿Podemos dormir un poco más?

-No, y señorita todavía estoy esperando sus disculpas por el comportamiento de ayer.

De repente se escucharon los fuertes ronquidos de mi hermano, que me salvaron de tener que pedirle disculpas a esa bruja.

-¿¡Es que este crío no piensa levantarse nunca!? –Chilló Agustina.

Está comenzó a zarandear a mi hermano para que se despertara, hasta que finalmente lo hizo.

-¡Eh, me has despertado! –Se quejó mi hermano.

-Ya era hora, son las siete pasadas y hay que bajar a desayunar -Concreto mi tía-. Está a punto de venir vuestra institutriz.

-¿Institutriz? ¿Y eso qué es? –Intentó averiguar Andrés.

-Quién me educo y me enseño a mí y hará lo mismo con ustedes.

Nos cogió del brazo con brusquedad y nos llevó hasta abajo al comedor. Nos puso de desayunar huevos con beicon, una comida típica de aquí.

-¿Qué es esto? –Pregunto mi hermano con recelo.

-Vuestro desayuno –aclaro mi tía.

-Es que nosotros estamos acostumbrados a tomar esto para el almuerzo –Le expliqué a mi tía.

-Pues esto no es como en vuestra casa, aquí se desayuna esto, así que irse acostumbrando.

-¿Dónde está Concha? –Curioseo mi hermano.

-A Concha la han echado de la casa –aclaró mi tío.

-¿Y por qué? –Pregunté yo con enfado. Para una que había simpática en la casa y ahora van y la despiden.

-Porque ayer por la noche nos mintió –contestó Agustina-. Nos dijo que todo estaba en orden y por la noche escuchamos ruidos, tuvimos que subir para saber que estaba pasando y nos lo encontramos todo destrozado.

-Pero si no hemos hecho nada –Se quejó mi hermano.

-Excusas –Dijo mi tía.

Seguro que se lo estaba inventando todo, y que había echado a Concha sólo porque nos trataba bien, porque nosotros no fuimos los culpables de lo que pasó anoche, si es que pasó algo.

Al acabar de comer tuvimos que volver a darle las gracias a nuestra tía. Después, recogimos la mesa y fregamos, pues ya no estaba Concha para hacerlo, también tuvimos que recoger y limpiar la cocina. Justa al terminar oímos que alguien llamaba a la puerta.

-Niños, id y abrid la puerta –ordenó mi tía-.Debe ser vuestra institutriz –Añadió.

Hicimos caso y ambos nos dirigimos hacia la puerta para abrirla, era la institutriz, como bien había dicho mí tía. Ella parecía de la edad de Agustina, de unos cuarenta años aproximadamente. Esta era alta y delgada, llevaba un peinado y una ropa antigua, y en su cabeza sostenía un sombrero, tenía el mismo rostro de amargura que mi tía.

-Buenos días, supongo que ustedes sois los señoritos Iris y Andrés.

Los dos asentimos de forma asombrada, jamás habíamos visto a gente tan extraña hasta que llegamos aquí.

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⏰ Last updated: Jul 08, 2016 ⏰

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