Capitulo 68 - Un frío diciembre

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Al salir de Starbucks me reacomodé el gorro de lana en mi cabeza.

Iba a matar a Lucy por eso.

Salí al frío exterior, sintiendo como mis huesos se congelaban un poco en una fracción de medio segundo.

La calle estaba llena de peatones que, como yo, deseaban salir del infierno congelado que era Boston en pleno Diciembre, en la primera nevada del año.

Ignoré los copos blancos que caían sin develo sobre mi saco beige de piel, y tomé con fuerza el cartoncillo donde llevaba el Americano y el Expreso. Tenía que tener toda mi concentración en los pies.

¡¿Por qué, Dios mio?! ¡¿Por qué me había dejado engatusar por Lucy para llevar tacones?! 


Los argumentos que había usado en la mañana para convencerme ahora parecían huecos; ella no había mencionado obviamente el pronostico del clima: nieve segura, frío y congelamiento regular.

Maldije a lo bajo, y sentí mis nervios volver en si cuando vi el edificio de ladrillo rojo frente a mi, a la otra esquina. Tintiné un poco —efecto de un copo de nieve que me pegó ligeramente en la nariz— y apresuré el paso, esa vez en la calle de nuestro departamento, totalmente vacía.

Los edificios altos en aquella calle no eran tan diferentes a cualquier otro edificio en cual otra ciudad de los Estados Unidos: ladrillo rojo, con porche alto —que para entrar al edificio tienes que subir cinco escalones— y un pequeñísimo cubículo aguardado para un jardín 4x4 junto al porche; rejas de fierro forjado negro, y un árbol verde en ese mismo espacio previamente guardado para que la ciudad no se vea tan anti-naturalista. Aunque claro, era diciembre: ese gran árbol estaba sin hojas, y en aquel instante con nieve deslizándose por sus ramas.

Aparté la reja sin preocuparme por regresar a cerrarla, y subí el porche a toda prisa. Tomé el cartón con una sola mano, mientras que con la derecha buscaba a toda prisa las llaves. Una vez que las encontré, con mis dedos encontré la llave del edificio, y la introduje en la ranura. Giró, y el sonido de la alarma desactivándose así como el cerrojo eléctrico abriéndose me resulto casi calorífico.
Cuando entré cerré inmediatamente la puerta detrás de mi. El sonido de la alarma me dejó pasar, y recargándome en la puerta escuché también el cerrojo cerrándose por si solo.

Sentí como el calor del pasillo relajaba mis nervios e intensificaba mis ganas de ir y echarme a la cama con toda la naturalidad posible.

Con pereza, y sin ninguna clase de prisa caminé hacia la puerta blanca con el #2 dorado por encima del visualizador. Con mis dedos volví a buscar la llave del departamento, y me acerqué —casi aventé— a la puerta. Ésta se abrió, y descubrí a Lucy con un camisón que casi le llegaba a la rodilla, pants y calcetones.

— ¡Hey! ¡Mi café! — Su rostro se iluminó al ver el vaso de unisel que llevaba en mis manos.

— Te maldigo. ¿Por qué no me dijiste que iba a nevar?

Caminé hacia la barra que hacía la división entre la cocina y la sala de estar, y dejé ambos vasos ahí.

Me bajé de mis tacones negros para pisar la suave alfombra que Lucy había tenido el ingenio de comprar en el tianguis cultural que se ponía cada primer domingo del mes en el parque más grande de la ciudad.

— Si te hubiera dicho, no hubieras llevado tacones.

— Si, hubiera ido con unas comodas y calientes botas, como la gente normal. Con algodón por dentro para calentar el doble.

Una Escritora Sin Amor | JBWhere stories live. Discover now