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En la mañana del lunes, Allegra tuvo que ir a las oficinas de la Chrystal. Había junta directiva para presentar los balances del último mes y ella, como socia mayoritaria, tenía que estar para firmar documentos, aprobar estrategias y caminos a seguir.

Siempre se había apoyado mucho en Haggerty para eso, a pesar de que quien ostentaba el cargo de CEO era George Matheson. El viejo Edmund le decía los pros y contras de cada decisión, y entonces ella decidía dejándose llevar no sólo por los consejos, sino por su propia intuición. No por nada había estudiado finanzas.

En la sala de juntas estaba Duncan, silencioso y al pie de Haggerty. Tomaba notas, entregaba documentos, y susurraba cosas al oído del anciano. Allegra lo miraba orgullosa. Él encajaba mejor allí que cualquiera de los otros ejecutivos con su ropa y su porte interesante.

A la salida, quiso ir detrás de él, como una polilla que busca la luz, pero entonces George la acorraló y le pidió una conversación, que ella había ido retrasando adrede. Miró a Duncan pidiendo auxilio, pero él estaba muy ocupado con Edmund. Esta vez no podría escabullirse.

Se aseguró de sentarse lo más alejada posible de él. No se explicaba del todo su aversión, pero simplemente su cuerpo entero entraba en tensión cuando estaba en la misma habitación que él, todas las alarmas de peligro se disparaban en su cerebro, y por eso huía. Miró hacia la puerta y comprobó que no tenía seguro, e intentó relajarse.

—Está bien. Háblame.

—Es de tu... noviecito.

—Se llama Duncan.

—Como sea. Tuve una conversación muy interesante con él. Admitió descaradamente que va a conseguir tu dinero sin importar las cláusulas de separación de bienes que tenga tu acta de matrimonio.

—Duncan?

—El mismo. Ya sé que las cosas entre tú y mi hijo no están del todo bien, pero tienes que recapacitar, Allegra. Thomas a veces puede ser un tonto, pero te ama. Yo soy testigo de lo mal que lo está pasando porque tú te estás pavoneando con este otro.

—Yo no me estoy...

—Admítelo, Allegra. Lo trajiste aquí sólo para hacerle daño, para hacernos daño, a nosotros, tu familia.

Allegra se puso en pie y dio unos pasos de manera inconsciente hacia la puerta.

—Lo que hay entre Duncan y yo es un tema privado, George. Te aprecio y te estimo, pero no te permito que entres en mi vida personal. Si tan mal está Thomas, dile que debió pensarlo antes de engañarme, humillarme e insultarme como lo hizo... delante de su amante.

—Él hizo qué?

—No quiero hablar del tema. Y si Duncan te dijo eso, sus razones tendría. Te dejo –dijo tomando su bolso y saliendo— tengo que hablar con mi novio antes de que Edmund le ponga una montaña de trabajo y no pueda ni verlo.

No se quedó para ver la cara que hacía George, ni para ver cómo rompía su pluma en sus manos.

Encontró a Duncan en la oficina de Haggerty, solo, acomodando unos documentos sobre el enorme escritorio de cristal negro. Se acercó a él con cautela, y cuando él la vio, le sonrió. A Dios gracias. Esperaba que se comportara hosco, o peor, indiferente, luego de lo sucedido en su casa la noche anterior.

—Vaya, qué agradable sorpresa. Pensé que ya te habrías ido.

—No. Quise hablar primero contigo.

Ámame tú ©Where stories live. Discover now