✖ Máquina psicótica ✖

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Mi expectativa de una reunión normal y corriente desapareció en cuanto Keith ingresó a la plataforma.
Nos guió por los corredores hasta la sala de conferencias que se ubicaba en el penúltimo piso del edificio. Yo ya había dado conferencias internacionales allí antes, se volvía una velada divertida.
Muy pocas personas podían concurrir a las reuniones: estaban dirigidas al público con los puestos más altos. Aunque algunas veces podían invitar a personas en concreto, a través de un comunicado que dejaban en la administración. Por el contrario, de no ser así, se podría decir que a partir del puesto B-2 te podrías considerar importante.

La sala era bastante amplia como la recordaba, inmensos focos de luz se dispersaban en el techo, algunos enfocando el escenario, sobre el cual se apoyaba un pulido estrado de madera. Más allá se encontraban los asientos, organizados por grados. Keith prosiguió a asignarnos sitios aleatorios, esta vez sin guiarse por nuestra clasificación. Al final, terminamos en una misma fila sentados, en la segunda tanda de asientos frente al escenario.
A mi derecha se encontraba Crista, que temblaba y no dejaba de arreglarse el uniforme. A mi izquierda estaba Lease, quien de repente sacó un pañuelo húmedo de su bolsillo y empezó a limpiar el respaldo del asiento delantero. No me digas que no es un maniático.
Mi amigo se sobresaltó al oír que la puerta principal se abrió nuevamente con un crujido.
Lime ingresó en la sala caminando con pasos cortos sin hacer ruido, intentando pasar desapercibida, como una sombra más. Se sentó detrás de Crista con aire sombrío. Suspiró profundo, y nos dedicó una mirada lúgubre.

—Ya sospechaba que vendrías —murmuré, chasqueando la lengua—. No ibas a perderte una conferencia, ¿no?

Lime apoyó la espalda en el respaldo de su asiento, y se dejó caer. Deduje que estuvo llorando un poco, y seguramente habría dado un pequeño paseo por los alrededores, porque diminutas gotas de agua de lluvia se deslizaban por sus cabellos verdes, y marcas de barro húmedo rodeaban los bordes de sus botas.

—Tengo que venir porque es mi obligación. No por nada me asignaron como la líder suprema de los Agentes.

—Y hablando de eso... —susurró Lease—. ¿No deberías estar en el estrado, al lado de Keith?

—Es cierto —afirmó Natalie, mirando el escenario—. Técnicamente eres una autoridad. El lugar en el que te corresponde estar cuando se dan las conferencias es allí.

—No voy a ir —contestó con desgano—. Esta es una reunión especial. El lugar ya no importa.

—¡Claro que no! —gritó Keith en el escenario. La luz más brillante le iluminaba el rostro con un semblante algo macabro.

Miller se adelantó y se sentó al lado de Lime rápidamente, justo detrás mío.
Dios, ¿es que acaso me persigue para crear caos? ¿Justo detrás mío?

Le hubiera pegado un mamporro si hubiera podido, pero no quería empezar un pleito.
Conocí a Miller cuando éramos niños. Era un mentiroso de primera. Algunas veces fingió ser mi amigo para después finalmente martirizarme psicológicamente. Te habrás imaginado que, con lo desconfiado que soy, no le resultó tan fácil poder obtener algo con lo que después pudiera utilizarme.

—¿Sabes qué es lo que presentarán en esta audición, novata? —le preguntó Miller a Crista con aire soberbio.

—No tengo idea —respondió con ingenuidad—. ¿En qué consiste?

—Ya lo verás.

El irritante chico se recostó en su asiento con una sonrisa fría.

—Miller, Miller, ojalá te trague el infierno —susurré para mis adentros. Afortunadamente, no me había oído.

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