1: Fuga

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En clase de deportes, cuando jugábamos baloncesto, me resbalé dándome un buen sentón que me sacudió completamente la columna vertebral, el juego siguió por unos segundos sin darse cuenta de lo que me había ocurrido, entonces, Adelina se me acercó y me dio la mano para ayudarme a levantarme; al momento de tomarle la mano, vi a Adelina llorando en el pasillo con el celular en la mano, la sensación de tristeza que la invadía era tan grande que sentí mi corazón marchitarse hasta volverse polvo, por lo que retiré mi mano enseguida.

—Dile a tu papá que no vaya al banco —le dije, cosa que hizo que Adelina me viera con extrañeza.

Vi más allá de lo que hubiera querido: a su padre saliendo del banco, un robo, luego disparos y uno de esos disparos alcanzó al papá de Adelina.

—¿Por qué? Hoy es quincena, obvio que debe de ir —me respondió Adelina, apartándose de mí sin quitarme esa mirada como si yo fuera un bicho raro.

—¡Habrá un robo en el cual tu papá va a morir! —Le grité, desesperada.

Demonios, no lo hubiera hecho, porque entonces el juego se detuvo y todos voltearon a verme, traté de mantenerme en calma y Adelina nada más movió la cabeza como si yo le diera lastima.

Rodé los ojos, reprimiéndome mentalmente por lo estúpida que fui. A mí que más me daba que se muriera el papá de Adelina, ni amigas somos.

—¿De cuál te fumaste, freak? —Comentó Mariana con burla.

Escuché las risas al instante, la verdad no fue nada gracioso, pero lo había dicho Mariana, así que cualquier cosa que saliera de su boca a la mayoría le resultaba gracioso.

—Váyanse al diablo, idiotas —mostré mi dedo medio a todos.

Iba a salirme de la cancha, pero el tonto maestro de deportes sopló su silbato para reanudar el partido y haciéndome señas para que yo volviera a jugar. ¿Para qué diablos me quería tener ahí, si yo era pésima jugando basquetbol? Ah, y por mi culpa estábamos perdiendo... adrede.

Gruñí, mi humor no estaba para soportar bobadas.

El balón aterrizó en mi cara, tumbándome al piso. El estadillo de risas resonó dentro de mi cabeza mientras los focos del techo temblaban ante mis ojos.

—Señorita Adelina García, tiene una llamada importante —anunció alguien con suficiente potencia que cortó la risa de todos.

El silencio no duró mucho, en segundos volví a escuchar las carcajadas burlonas dirigidas a mí.

Me fui incorporando lentamente, en serio que lo que hicieron sobrepasó mi límite de paciencia, que de por sí era poca, pero se los haría saber.

Coloqué la palma de mi mano sobre el piso, emanando calor que nacía desde mi pecho y recorría con rapidez mi brazo hasta llegar a la punta de mis dedos. Discretamente vi un leve vapor amarillo envolviendo mi mano.

El suelo empezó a cimbrar levemente, apenas perceptible sin que ellos se dieran cuenta, hasta que sus sonrisas mermaron al sentir el vaivén del suelo; unos se quedaron quietos sólo para comprobar que estaba temblando, una de las chicas empezó a gritar y empezaron los gritos de advertencia, entonces se echaron a correr como estampida asustada hacia la única salida del gimnasio, saturándola en unos escasos segundos. Estaban despavoridos que no les importaba a quien empujar para ser ellos los primeros en salir. El maestro estaba sudando y gritando porque los chicos mantuvieran la calma hasta que uno de ellos lo derribó por correr demasiado a prisa.

A nadie le importaba que yo todavía me encontraba en medio de la cancha.

Cuando el maestro me miró, quedó con los ojos desorbitados, pues ya era más notoria la energía que emanaba de mi mano y como formaba ondas doradas que se iban expandiendo en el suelo al mismo compás que las turbulencias que sacudían el gimnasio. Le sonreí y guiñé el ojo en complicidad de que fuera el primero en darse cuenta de mi secreto, ahora sólo faltaba que hubiera alguien quien le creyera y con la fama de ebrio que se cargaba, estaba segura que nadie le creería. Quité mi mano y todo se detuvo.

Luna Blackwood: Una Bruja RebeldeWhere stories live. Discover now