11: El nacimiento de la amistad

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En el camino rumbo al comedor comunitario —supongo—, conocí otros caminos, creo que uno pasé de largo antes y ni cuenta me había dado de su existencia. Me detuve cuando vi una mariposa brillosa revoloteando sola en uno de los pasajes más oscuros y ese insecto le daba una tenue luz amarilla. Observé como la luz que emitía la mariposa dejó ver la silueta de un bulto, por lo que me quedé viendo cargada de curiosidad, entonces pude distinguir la figura de alguien sentado, con las piernas encogidas pegadas al pecho y mirando al frente. La mariposa llegó hasta la persona, colocándose en frente y fue cuando me di cuenta de quien se trataba.

—Mónica —hablé, inconscientemente.

Mi padre que ya llevaba varios metros delante de mí y debido a mi silencio ni si quiera se había percatado que me había dejado muy atrás, sólo se dio cuenta cuando hablé.

No lo pensé mucho para adentrarme en ese oscuro pasadizo. Grave error, porque terminé tropezando con una saliente fea de la piedra, metí las manos las cuales me las raspé y me ardían horrible.

—¡Luna! —escuché el grito de mi papá que resonó como una poderosa campanada ahí.

El pasillo se iluminó tanto que tuve que cerrar los ojos con fuerza. Fui levantada, pero no por unas manos, si no por algo extraño, entreabrí los ojos y distinguí líneas de suave tonalidad amarilla que parecían telas delgadas que me envolvían con delicadeza para ayudarme a levantarme.

—Oh, Luna, ¿te encuentras bien? —me preguntó Mónica que movió las manos y aquellas líneas desaparecieron.

La miré con enfado, le enseñé mis manos ensangrentadas y me mordí los labios para evitar llorar. No duré mucho porque empecé a llorar de dolor.

Lo sé, es muy patético, pero me dolía muchísimo.

Jalé los mocos después de haberme desahogado mientras que mi papá me vendaba las manos lastimadas y movía la cabeza con reprobación, pero no era mi culpa, yo no tengo visión nocturna incluida en mis pupilas.

—Lo siento —me dijo Mónica, apenada.

Ella agachó la cabeza y apretaba sus puños sobre sus muslos.

—No te preocupes Mónica, tú no tienes la culpa de que Luna sea tan torpe —contestó mi padre, ganándose una mirada llena de repudio de mi parte.

Él empezó a reírse y yo seguía fulminándolo con la mirada. Pero la suave risa de Mónica me hizo cambiar mi reacción.

—Podemos usar un poco de árnica sobre sus heridas —sugirió Mónica cuando mi papá me hacía un nudo.

Estuve a punto de responder al comentario, pero terminé chillando y torciéndome cuando mi padre me apretó duramente la mano, creo que supo lo qué iba a decir y seguro sería algo que terminaría hiriendo a Mónica.

—Te odio —musité, observándolo con furia.

—Ya es algo, ¿no? —me guiñó el ojo.

Ahora sí, sin desvíos y sin importarme que hubiera otro loco por ahí escondido en la oscuridad, nos seguimos hacia ése comedor.

Mis expectativas respecto al lugar no eran muy grandes, mejor dicho, no las tenía y bien por mí, porque realmente, era un asco.

—Está bien que se oculten y todo, pero no creo que sea necesario vivir tan miserablemente —comenté.

Era una de las partes donde el techo si estaba alto, unos diez metros, creo. El olor a humedad invadía la cueva, estaba bien iluminado dejando ver que las "paredes" poseían un color verde azulado, y podía escucharse el goteo en alguna parte.

Luna Blackwood: Una Bruja RebeldeWhere stories live. Discover now