35: Un vivo recuerdo

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Eso de hacer las escobas mágicas resultó agotador y tedioso, ahora entiendo porque muchos brujos no usan escobas para transportarse a menos que sea la última opción para moverse.

Me amarré la cuerda en el tobillo como si se tratara de una tabla de surf, por si caía de la escoba, ya saben, medidas de seguridad —escupo en la cara de quien creó los cinturones de seguridad, pobre iluso—, además de que al volar también hay que aplicar magia, no tanta como teletransportarse, pero a la larga puede ser agotador.

Bien, ya estaba lista para probar mi escoba, me monté en ella y empecé a centrar mi magia en las manos para transmitirla al palo y activarla. Al principio fue inestable, como pequeñas turbulencias, luego quedó flotando un metro del suelo, descendió un poco y luego se elevó a tres metros de pronto. Ya estaba volando en la escoba y sonreí, contenta de que mi escoba estuviera respondiendo.

—¡Estúpida escoba, si no vuelas te voy a quemar en la hoguera! —escuché a Camila que estaba amenazando a su medio de transporte y literalmente la estaba asfixiando.

—¡Esto es genial! —el grito de Mónica me hizo mirar hacia arriba.

Abrí los ojos como platos al ver a Mónica descendiendo a gran velocidad a punto de colapsar conmigo. Chillé al pensar lo peor y cerré los ojos, pero una estruendosa carcajada me hizo abrirlos. Mónica se estaba riendo con ganas y su luz era más esplendorosa.

—¿Por qué brillas? —pregunté señalándola.

—Porque estoy contenta —respondió resollando—. ¡Volar es increíble!

Volvió a elevarse en la escoba y moverse como si se tratara de un ave jugando en el aire. Tenía un excelente control. Miré hacia abajo y Camila seguía fastidiándose con su escoba, en verdad que la estaba ahorcando.

Después de probar un rato la estabilidad de mi escoba y ver que no tenía ningún problema, bajé y la dejé recostada en uno de los árboles para ir hacia donde estaba mi papá. Él se encontraba por la orilla del lago.

—¿En serio tenemos que volar de noche? —le pregunté, la idea de hacerlo de noche y con el frío que azotaba en ese lugar no me gustaba.

—No es conveniente que nadie nos vea, Luna —contestó mi padre que seguía juntando unas piedrecillas.

—Pero hace frío, nos vamos a congelar —refuté, acercándome a él y observar como agarraba tres piedras.

—No te preocupes por eso, hija —me guiñó el ojo.

Lo estuve observando por unos minutos.

—Papá —le llamé y él hizo un ruido con la garganta como respuesta—. Cuéntame lo que pasó con mi mamá.

Thomas se quedó congelado a medio agacharse, no me miró, sus ojos se clavaron en las piedras que estaba por recoger. Lo vi pensativo por un instante, se enderezó y finalmente me miró a los ojos.

—Ven aquí —me tendió la mano.

Dudé en tomarla, pero asintió. Le agarré la mano.

—Lo único que te pido es que seas fuerte, ¿de acuerdo? —me apretó la mano con tanta fuerza que hice un gesto de dolor, sin embargo, asentí.

Una corriente caliente me recorrió todo el cuerpo hasta colapsar en medio de mi cabeza, como si se tratara de una explosión multicolor de fuegos artificiales, ruidosos y brillantes que me cegaron.

Sentí mi cuerpo muy ligero por lo que rápidamente me vi las manos, estaba de un color azul claro traslucido, moví los dedos para asegurarme de que era yo, y sí, lo era. Estaba en la sala de la casa donde viví cuando mi madre estaba viva. Aspiré hondamente para controlarme y empecé avanzar por el lugar. Tal cual lo recordaba. Me dirigí a mi cuarto, entré sin necesidad de abrir la puerta, ahí estaba yo, completamente dormida, mi mamá estaba a la orilla de la cama, observándome, me dirigí al otro lado de la cama para contemplarla ampliamente. Siempre me pareció una mujer guapa, pero ahora que la volvía a ver, era la mujer más hermosa que nunca he visto en mi vida. Rubia, de ojos azul celeste y una sonrisa encantadora. No maternal, pero sabía quererme a su modo.

Luna Blackwood: Una Bruja RebeldeWhere stories live. Discover now