Orgullo, mentiras y desolación.

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~ Cuando salí a encontrarme con mi primo en la puerta del local, parecía haber estado ahí por horas, muerto de frío; pero lo que de a leguas se notaba era su cara de "hombre realizado". No necesité que dijera nada, su mirada lo decía todo, yo solo espero que la mía lo transmita tan bien como la suya.
Ví el auto de mi tío estacionarse fuera del local escasos segundos después de mi salida, me dirigí a la puerta trasera y me acomodé lo más que pude, esas cuatro horas habían sido "agotadoras". No se habló durante el viaje, y tampoco dí explicación alguna a mi padre cuando llegué a casa, creo que para él se sobreentendía que había sido "la pequeña cría de tigre" que él esperaba que fuese.
Por mi parte, la sonrisa se basaba en la satisfacción de tener por lo menos una certeza: me gustaba Gerard, me gustaba un hombre. Y fue con esos pensamientos, medianamente felices, que caí en profundo sueño...
Desperté cerca de las dos de la tarde con el sonido del bendito celular taladrándome el oído izquierdo; miré el identificador y divisé una fotografía con una gran mancha marrón en ella; definitivo: Ray y su hermoso afro me solicitaban.
Con pesadez, atendí el celular.
-Hola.- dije intentando evitar mi voz de "recién me levanto", cosa que me fue imposible.
-¿Frank?-
-Ajá.- Contesté perdiendo la paciencia, ¿quién sino yo atendería mi teléfono?
-No pareces tu- Apuntó mi amigo.
-Acabas de despertarme, ¿Qué mierda te pasa?- dije perdiendo la paciencia, era sabido que no me caracterizaba por ser paciente, y menos a esta hora. Bueno, a esta hora no... Cuando recién me levanto.
-Perdón. Quería saber qué tal te había ido.-
-Después te llamo, Ray.- Corté. Sabía que había sido demasiado maleducado al dirigirme de esa forma a mi amigo sabiendo que lo único que quería era saber cómo me encontraba luego de la experiencia de la pasada noche.
Me giré violentamente sobre mi cama con el fin de olvidar el pequeño incidente que acababa de tener con mi mejor amigo y volver a mi tarea anterior, dormir.
Una tarea que hacía tiempo me resultaba extremadamente difícil. Y hoy no sería la excepción.
Me rendí a las 3:28 P.m. cuando escuché el auto de mi padre estacionar en el frente de mi casa. Me acomodé la ropa; la misma que había usado el día anterior para mi visita al cabaret, la misma con la que me había quedado dormido, y bajé las escaleras con tranquilidad no sin antes corroborar mi imagen en el espejo, comprobando que, efectivamente, mi aspecto era tan virginal como el que acostumbraba verse reflejado en aquel pedazo de vidrio. Apenas me encontré al pie de la escalera, la puerta se abrió dando paso a esa persona que lo hacía todo mucho más difícil: mi progenitor.
Me dedicó una mirada llena de orgullo, colgó su gabardina beige predilecta en el perchero ubicado en el lado izquierdo de la puerta y vino a mi encuentro para propinarme un abrazo. Mi mente no me permitió definir con certeza cuándo había sido la última vez que había recibido un abrazo de este tipo por parte de mi padre, definitivamente había sido la última vez que se sintió orgulloso de mí, y hacía mucho que eso no pasaba. No pude corresponder a su accionar sino hasta que mi cuerpo reaccionó y me dijo que en de verdad necesitaba de ese estrecho contacto con urgencia; me acomodé entre sus brazos y lo rodeé con los míos en cuanto mi cerebro envió la señal para realizar la maniobra.
Una parte de mí se sintió realmente bien, mejor dicho, extremadamente bien ante la muestra afectuosa, en cambio la otra se sintió más miserable que nunca.
Ese abrazo era una muestra de apoyo, de orgullo ante una actitud, ante una actividad que había cumplido, según su mente le transmitía, maravillosamente.
¿Qué pasaba si se enteraba que en realidad no me había comportado como una bestia dominada por sus instintos, sino que había descubierto mi atracción hacía un individuo de mi mismo sexo?
Tras escasos minutos, que para mí simbolizaron cuatro eternidades completas, duró la muestra afectuosa y agradecí que así fuera. No quería imaginar qué iba a ser de mí si el momento de la separación se aplazaba, demasiadas cosas rondaban por mi mente como para agregar siquiera una más.

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