Capítulo 13: BATALLA CON LOS CANÍBALES.

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Una vez que Viernes y yo tuvimos una relación más íntima, que podía entender casi todo lo que le decía y hablar con fluidez, aunque en un inglés entrecortado, le conté mi propia historia, o, al menos, la parte relacionada con mi llegada a la isla, la forma en que había vivido y el tiempo que llevaba allí. Lo inicié en los misterios, pues así lo veía, de la pólvora y las balas y le enseñé a disparar. Le di un cuchillo, lo cual le proporcionó un gran placer, y le hice un cinturón del cual colgaba una vaina, como las que se usan en Inglaterra para colgar los cuchillos de caza pero, en vez de un cuchillo le di una azuela, que era un arma igualmente útil en la mayoría de los casos y, en algunos, incluso más.

Le expliqué cómo era Europa, en especial Inglaterra, de donde provenía; cómo vivíamos, cómo adorábamos a Dios, cómo nos relacionábamos y cómo comerciábamos con nuestros barcos en todo el mundo. Le conté sobre el naufragio del barco en el que viajaba y le mostré, lo mejor que pude, el lugar donde se había encallado aunque ya se había desbaratado y desaparecido. Le mostré las ruinas del bote que habíamos perdido cuando huimos, el cual no pude mover pese a todos mis esfuerzos en aquel momento, y que ahora se hallaba casi totalmente deshecho. Cuando Viernes vio el bote, se quedó pensativo un buen rato sin decir una palabra. Le pregunté en qué pensaba y, por fin, me dijo:

-Yo veo bote igual venir a mi nación.

Al principio no comprendí lo que quería decir pero, finalmente cuando lo hube examinado con más atención, me di cuenta de que se refería a un bote similar a aquél, que había sido arrastrado hasta las costas de su país; en otras palabras, según me explicó, había sido arrastrado por la fuerza de una tormenta. En el momento pensé que algún barco europeo había naufragado en aquellas costas y que su chalupa se habría soltado y habría sido arrastrada hasta la costa. Fui tan tonto que ni siquiera se me ocurrió pensar que los hombres hubiesen podido escapar del naufragio, ni, mucho menos, informarme de dónde provendrían, así que solo se lo pregunté después que describió el bote.

Viernes lo describió bastante bien, mas no lo llegué a entender completamente hasta que añadió acaloradamente:

-Nosotros salvamos hombres blancos ahogan.

Entonces le pregunté si había algún hombre blanco en el bote.

-Sí -dijo-, el bote lleno hombres blancos.

Le pregunté cuántos había y, contando con los dedos, me dijo que diecisiete. Entonces le pregunté qué había sido de ellos y me dijo:

-Ellos viven, ellos habitan en mi nación.

Esto me suscitó nuevos pensamientos, pues imaginé que podía ser la tripulación del barco que había naufragado cerca de mi isla, como la llamaba ahora. Después de que el barco se estrellara contra las rocas, viendo que se hundiría inevitablemente, se habían salvado en el bote y habían llegado a aquella costa habitada por salvajes.

Entonces, le pregunté más minuciosamente, qué había sido de ellos. Me aseguró que vivían allí desde hacía casi cuatro años, que los salvajes no les habían hecho nada y que les habían dado vituallas para su supervivencia. Le pregunté por qué no los habían matado y se los habían comido. Me contestó:

-No, ellos hacen hermanos -es decir, según me pareció entender, una tregua.

Luego añadió:

-Ellos no comen hombres sino cuando hace la guerra pelear- es decir, que no se comían a ningún hombre que no hubiese luchado contra ellos y no fuese prisionero de batalla.

Había transcurrido mucho tiempo después de esto, cuando, estando en la cima de la colina, al lado este de la isla, desde donde, como he dicho, en un día claro, había des cubierto la tierra o continente de América, Viernes, aprovechando el buen tiempo, se puso a mirar fijamente hacia la tierra firme y, como por sorpresa, se puso a bailar y a saltar y me llamó, pues me encontraba a cierta distancia. Le pregunté qué pasaba.

Robinson Crusoe de Daniel DefoéWhere stories live. Discover now