Capítulo 15: ROBINSON LOGRA SU LIBERTAD.

1.3K 13 1
                                    

Solo restaba que el capitán y yo nos contáramos nuestras respectivas circunstancias. A mí me tocó empezar y le conté toda mi historia, que él escuchó con mucha atención, e incluso asombro, en especial, la forma milagrosa en la que había conseguido provisiones y municiones. Como toda mi historia es un cúmulo de milagros, quedó profundamente sobrecogido. Mas, cuando se puso a reflexionar sobre sí mismo y consideró que yo había sido salvado en este lugar para salvarle la vida, comenzó a llorar y no pudo seguir hablando.

Finalizada esta conversación, le conduje junto con sus dos hombres a mi habitación, llevándolos por donde yo había salido, es decir, por lo alto de la casa. Allí les brindé todas las provisiones que tenía y les mostré los inventos que había realizado en mi larga estancia en este lugar.

Todo lo que les mostraba, y les decía, los dejaba profundamente admirados pero, sobre todo, el capitán se quedó muy sorprendido ante mi fortificación y el modo en que había logrado ocultar mi vivienda entre el bosquecillo. Como nada más de veinte años que lo había plantado y, como allí los árboles crecían mucho más rápidamente que en Inglaterra, se había convertido en un frondoso bosque, imposible de atravesar por ninguna de sus partes, excepto por un costado en el que había un tortuoso pasadizo. Le dije que aquel era mi castillo y mi residencia pero que además tenía una residencia de descanso en el campo, como la mayoría de los príncipes, donde podía retirarme de vez en cuando. Le dije que se la mostraría cuando tuviera ocasión pero que, ahora, teníamos que ocuparnos de ver cómo recuperar el barco. Estuvo de acuerdo conmigo pero me, confesó que no tenía idea de cómo hacerlo, pues aún quedaban veintiséis hombres a bordo, que habían participado en una conspiración maldita, y que, a estas alturas, no estarían dispuestos a renunciar a ella. Seguirían, pues, adelante, sabiendo que, si eran derrotados, serían llevados a la horca tan pronto llegaran a Inglaterra o a cualquiera de sus colonias. Por lo tanto, nosotros, siendo tan pocos, no podíamos atacarlos.

Me quedé pensando largamente en lo que me había dicho y me pareció que sus opiniones eran sensatas. Teníamos que pensar rápidamente en la forma de atacar por sorpresa a la tripulación o de evitar que cayeran sobre nosotros y nos mataran. De pronto, se me ocurrió que, en poco tiempo, la tripulación empezaría a preguntarse qué les habría ocurrido a sus compañeros que habían salido en la chalupa y, sin duda, vendrían a tierra a buscarlos, seguramente armados; y con fuerzas superiores a las nuestras. Al capitán le pareció que esta presunción era razonable.

Entonces, le dije que lo primero que debíamos hacer era evitar que se llevaran la chalupa, que estaba en la playa, vaciándola para que no pudieran utilizarla. Así, pues, nos dirigimos a la barca y retiramos las armas que aún quedaban a bordo y todo lo que encontrarnos: una botella de brandy y otra de ron, algunas galletas, un cuerno de pólvora y un gran terrón de azúcar envuelto en un trozo de lienzo. Todo lo recibí con agrado, en especial, el brandy y el azúcar, que no había probado durante años.

Cuando hubimos llevado todo esto a la costa (ya habíamos cogido los remos, el mástil, la vela y el timón del bote, como he dicho anteriormente), le abrimos un gran agujero en á fondo, de modo que, si venían con fuerzas para derrotarnos, no pudiesen llevársela.

La verdad es que no estaba convencido de que pudiésemos recuperar el barco pero pensaba que, si se iban sin la chalupa, podríamos arreglarla para que pudiera transportarnos hasta las Islas de Sotavento y en el camino recogeríamos a nuestros amigos españoles, a quienes recordaba constantemente.

Habíamos arrastrado la chalupa hasta la playa, tierra adentro, para que la marea no pudiera llevársela y le hicimos un agujero en el fondo, lo suficientemente grande como para que no pudiese taponarse fácilmente. De pronto, mientras nos debatíamos sobre qué hacer, escuchamos un cañonazo que procedía del barco y advertimos que hacían señales para llamar a la chalupa a bordo, pero como esta no se movía, dispararon varias veces más y le hicieron nuevas señales.

Robinson Crusoe de Daniel DefoéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora