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5 Junio 1980

Todos sabían que la sede de los seguidores al mago más poderoso del Mundo Mágico era nada más ni nada menos que la mansión Malfoy; pero esa noche los dueños de tal propiedad estaban de Luto. 

Narcissa Malfoy lloraba desgarradoramente recostada en su gran cama de lujo cubierta de sábanas grises,  se tapa la cara con el antebrazo mientras que en su pecho un bebe recién nacido dormía placenteramente sin saber por obvias razón el sufrimiento que estaban pasando sus padres. Lucius Malfoy por otro lado miraba la gran ventana de la mansión; estaba lloviendo tan fuerte que los relámpagos casi podían tocarse.

-M..mi be..bebe- sufría con tortura la mujer que apenas podía hablar fluidamente; su corazón sangraba al saber que noto era tan perfecto como ella creyó. -¿Por que Lucius?...- se preguntaba con todo el pesar que nunca sintió- ¿¡Por que!?-

Lucius Malfoy no quería, pero debía hacerlo sabiendo que su mujer empeoraría. Giró su cuerpo para mirarla ahí, recostada y débil por el parto pero sobre todo destrozada. La rubia lloro aún más fuerte al ver al pequeño cadáver de su recién nacida en los brazos de su amado esposo; la habitación estaba vacía por el lapso de locura que el sangre pura había tenido después de enterarse de aquella muerte.

Un relámpago potente ilumino la obscura habitación; los rayos de la luna apenas eran distinguible y los lamentos se combinaban a la perfección con el caer de las gotas de agua.

Una puerta se abrió y una figura arrogante entró a la habitación, los presentes se estremecieron y un escalofrió no dejaba de recorrer su columna vertebral, Narcissa no podía creer que las cosas estaban empeorando tan rápido. Bellatrix, su hermana, caminaba con devoción detrás de esa figura pálida, los ojos negros del hombre buscaban con diversión y excitación a la niña muerta pasando por completo del sufrimiento de la madre y la frustración del padre.

-My lord...- fue lo único que pudo presenciar Lucius Malfoy haciendo una reverencia de respeto aún con el cadáver de la niña en manos. El rubio no tenía ni la más mínima idea de qué estaba haciendo ahí Lord Voldemort; según él estaba más ocupado buscando al niño de la profecía además de que, por supuesto, el nacimiento de sus gemelos fue un tema que nunca salio a la luz para los demás mortífagos. "Bellatrix podía ser una razón" pensó para sí mismo sabiendo lo perdidamente enamorada que estaba del señor tenebroso.

-Con que es verdad que a nacido muerta- sentenció sin una pizca de compasión o pesar. 

Los Malfoy siempre fueron los más fieles a Voldemort (aun que fuera por miedo), mientras que los Black y los Lestrange los más devotos por lo que el nacimiento de nueva generación si bien no le era interesante tampoco lo pasaba por alto. Además, gracias a su más reciente adquisión resultaba de utilidad un bebe recién nacido entre sus seguidores; nada para algo que no sea sumamente macabro y oscuro obviamente.

-Dame a la niña- ordenó con una sonrisa a su vasallo, Narcissa estaba a punto de perder la cordura, si bien la criatura ya no tenía vida ¿Para que otra cosa la queldría ese ser tan maustroso? pero debía pensar bien las cosas, si reclamaba o levantaba la voz, es más...si tan siquiera se atreviera a cuestionar a Lord Voldemort no sólo tendría a una bebe muerta sino a Dos y no quería por nada del mundo que le arrebatarán a Draco, el angelitos de su vida que si pudo nacer respirando.

-Mi señor..- habló curioso y un desconfiado Lucius, pensaba exactamente lo que su esposa se estaba planteando en su cabeza. La miro y ella asintió con todo el pesar de su corazón.

-¡Que me la des!- voldemort estaba perdiendo la paciencia, el rubio Malfoy no tuvo de otra que hacerlo con la cabeza gacha; su corazón se encogió al sentir como le arrebatan a su pequeña hija que no había tenido la oportunidad de vivir. - Les voy a hacer un favor escorias- bufó con su tétrica voz apenas tuvo el delicado cuerpo del cadáver en sus manos.

La deuda de una Malfoy (Tom Riddle)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora