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  El canto de los pájaros nos despierta al amanecer, ni siquiera son más de las diez y los niños duermen. Chandler prende el televisor mientras yo pretendo hacerme la dormida para seguir sus movimientos. Aún no creo necesario hacer notar mi presencia porque no tengo siquiera ganas de hablar. Mi esposo bosteza un par de veces y me cubre con la manta de la cama, rodea mi cuerpo y observa al televisor.

—Chandler—lo llamo adormilada.

Su rostro baja al instante pare esconderse en el hueco de mi cuello y planta un beso allí.

—Buen día —dice con voz ronca.

Sonrío aún con los ojos cerrados y busco su cabello para tomarlo entre mis manos y brindarle un suave cariño. Vuelve a besarme en el cuello y luego planta un beso sobre mis labios.

—¿Dormiste bien?
—Muy bien, ¿y tú?
—Muy bien.

Decidimos desayunar a las orillas de la costa argentina mientras respiramos la fresca brisa del mar y hablamos sobre diversos temas con sentido. Dos cafés con leche, unas galletas de los niños, tostadas y mermeladas. Chandler ha buscado un lugar para colocar la sombrilla y así estar al resguardo de la sombra mientras disfrutamos del desayuno en pareja.

—Entonces, ¿qué haremos hoy exactamente?
—Bueno, había estado pensando que luego de que los niños terminen de almorzar, temprano, podemos irnos a comer juntos por donde tú quieras.
—¿Al muelle? —Me pregunta alzando una ceja. Asiento levemente.
—Como tú quieras y por allí hay lugares para comprar.

Le sonrío abiertamente causando una risa divertida de parte de mi esposo.

—Ya te dije que no me importa comprarte ropa, ______. No tienes que hacer ojitos.
—Cállate.

Una de mis tostadas se estampa en su nariz. Mermelada de frutilla pegada al costado de su mejilla y un ceño fruncido me da la pauta para saber que estoy en problemas. Me río divertida de él y comienzo a moverme porque sé que en cualquier momento quizá tenga que salir corriendo para escaparme. Se abalanza sobre mí y yo salgo corriendo tirando lo poco que resta de mi café sobre la arena fría de la mañana. Mis pies se entierran en la arena haciéndome más dificultosa mi huida, Chandler se ríe de mí, pero tampoco puede perseguirme con todo su potencial porque sus pies igual se entierran. Corro hasta la orilla del mar y luego escapo de él por allí porque es más fácil de correr, hasta que las olas chocan contra mis tobillos haciendo que pegue un grito ahogado por lo frío del agua. Chandler aprovecha cuando alzo mis pies en el aire para abalanzarse sobre mí y caemos los dos a la arena mojada recientemente. Otra ola nos asalta en el suelo, yo me trago el agua junto con la arena y comienzo a toser. Chandler se ríe.

—¿Estás bien?
—Bien ahogada, pedazo de estúpido.

Se ríe divertido y rueda en la arena para alejarse del mar que vuelve a asaltarme con el agua salada y helada.

—Chandler, puta madre que te parió —digo enojada y me pongo de pie.

Vuelve a reírse de mí cuando comienzo a alejarme de él con pasos decididos y temblando de frío. También se pone de pie todo mojado por el agua y corre hacia mí para alcanzarme.

—No es mi culpa, ¿por qué te enojas?

Me doy la vuelta y él choca contra mi pecho. Contiene la risa y me hace reír a mí, pero me muerdo el labio inferior. Alzo una mano y retrocedo un paso hacia atrás marcando distancia, se cruza de brazos y ríe divertido mientras alza una de sus tupidas cejas.

—Dime.
—Parecemos tontos.
—Lo somos. —Ladea la cabeza.
—Lo eres —corrijo rodando los ojos.

Una sonrisa juvenil y perfecta se apodera de sus labios. Me toma las muñecas para luego tirar mis brazos hacia atrás y besarme en la boca. Me río en medio del beso haciendo que Chandler se separe de mí y me tome por la cintura para volver a atraerme hacia sí.

—Tengo frío —murmuro sobre sus labios.
—Vamos adentro —dice suavemente y besa la punta de mi nariz.
—¿Puede tener dos sentidos lo que acabas de decir?
—Depende de los niños.

Mi sonrisa tenue se asoma en mis labios. Chandler me toma la mano para volver a donde hemos dejado las cosas y luego de levantar el desastre que causamos, volvemos a la casa. Está todo en completo silencio, la cocina vacía y el televisor de la sala apagado. Chandler me sonríe cómplice y tira las cosas sobre la mesada antes de apretarme contra la nevera para apoderarse de mis labios.

—¡Tápate los ojos, Camila! —Grita Austin.

El bufido frustrado de mi esposo desata la risa en mí. Los dos niños se cubren los ojos el uno al otro, la mano de Camila sobre los ojos de Austin y la mano del niño sobre los ojos de su hermana. Chandler se aparta de mí y le da la espalda a nuestros hijos.

—Cinco, Seis, Siete —siento a Chandler contar en un susurro.

Me río despacio antes de acercarme hasta los niños y tomar a Camila en brazos. Austin me mira desde su altura de niño pequeño y me abraza las piernas, la niña recuesta su cabeza sobre mi hombro.

—¿Dónde está Darcy?
—Dice que le duele la pancita —me dice Camila adormilada.

Austin se separa de mis piernas y corre hasta Chandler que sigue contando mientras nos da la espalda.

—¡Papi!
—¡Austin!

Siento a Camila en la banqueta del centro de la barra y le acomodo el cabello en una coleta alta más ordenada de la que anteriormente tenía. Se recuesta sobre la barra y me mira desde allí cuando la rodeo para prepararle el desayuno.

—¿Puedes ir a ver a Darcy, Chandler?

Chandler deja a Austin al lado de su hermana y sale de la cocina. Le preparo el desayuno a los dos mientras Chandler va por la niña que resta, mis hijos hablan de algo que no logro comprender, pero al fin y al cabo creo que ellos tienen sus propios temas que no podría entender nunca porque no vivo al igual que ellos. Chandler vuelve con Darcy en brazos y la sienta del otro lado de Camila, los ojos de la niña están cerrados y sus mejillas completamente rojas.

—Tiene fiebre —me avisa Chandler.

Camila se tapa la boca como si de una grave enfermedad se tratara. Darcy me sonríe levemente recostada en sus brazos sobre la barra. Rápidamente busco un antibiótico para darle y le preparo un jugo de naranja, se lo toma sin chistar pero se niega a comer porque le duele la panza.  

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La bella y la bestia #2 | chandler riggs.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora