Colisión

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Analizaba mis sentimientos a través de un caleidoscopio, impresionada por el mosaico de colores y formas pero sin llegar a comprender la imagen que se formaba ante mis ojos. Los sentimientos más intensos eran azules, pero los que más dolían eran del color de la esperanza. Todos juntos creaban una lámina onírica que me confundía y fascinaba a iguales partes.

Era un caos bonito, incluso artístico; la mejor obra de arte que jamás iba a poder igualar, pero debía destrozarla antes de que ella me destrozara a mí. Debía analizar cada color, ponerlos en orden, color mis pensamientos, calmar mi mente y tomar una decisión cuando la vista caleidoscópica dejase de entorpecer mi juicio.

-Algún día vas a tener que decidir -decía a mi lado Caleb, susurrando como si así las palabras fueran a introducirse más fácilmente en mi cabeza.

-Lo haré -contesté de forma cortante, mirándole de reojo -. Deja de presionarme.

-Si no lo hago yo, no creo que lo vaya a hacer alguien. Sigues siendo la misma niña mimada de siempre.

Respiré profundamente antes de soltar una contestación de la que pudiera acabar arrepintiéndome. Todo el mundo creía que seguía siendo una niña, pero solo yo me daba cuenta de todo lo que había caminado estos últimos tres años, todo lo que estaba intentando mejorar de mí misma. Recordaba las veces en las que me había enrabietado cada vez que alguien soltaba algún comentario de este estilo o me daba una orden, recordaba cómo el ritmo de mi corazón pasaba del trote al galope en las noches más oscuras mientras recorría los pasillos del castillo.

Había aprendido a tener paciencia, a aceptar críticas constructivas, a controlar mis miedos y poner por encima el valor que todos esperaban que tuviera. Había mejorado en muchos aspectos solo para dejar de escuchar cosas como la que acababa de decir Caleb.

Todos me veían como una niña pero esperaban de mí que me comportara como una adulta. A veces solo quería deshacerme de la vestimenta real, saltarme cada clase que me impartían, dejar a un lado el trono que me correspondía para salir al bosque, ponerme una corona de flores y caminar descalza sobre la hierba, encontrar un sitio donde poder descubrir por fin quién era realmente la chica que veía al mirar al espejo.

Las palabras que los demás me dedicaban fácilmente se confundían en mi cabeza, haciéndome dudar entre lo que ellos creían que era y lo que realmente soy. Tal vez me había perdido a mí misma en el proceso de mejorar para los demás, hasta el punto de no saber leer mis propios sentimientos.

Aquella noche, la que precedía al solsticio de invierno, me escapé del castillo como todas las anteriores noches desde hacía un mes, pero con un propósito diferente.

Caminé por el bosque vestida únicamente con un camisón blanco hasta que llegué a nuestro punto de encuentro.

Essperé hasta que el brillo de sus ojos se filtró desde la oscuridad. Sonreí.

-Te echaba de menos -susurré cuando se acercó a mí de forma serena e hizo que su pelaje acariciara la piel de mi cuello.

Le abracé con impotencia hasta que las lágrimas escaparon.

Le escuché gruñir cuando las lágrimas mojaron su lomo negro. Se separó para mirarme, yo cerré los ojos y me regañé mentalmente.

-Mañana es el día -dijo en voz baja - ¿qué haces aquí?

-No podía dormir.

-Todavía no sabes qué vas a hacer, ¿verdad? Quedamos en que lo mejor sería no vernos hasta que el día de mañana pasara.

Me sentí como una niña caprichosa pero sobre todo perdida. Como si el mosaico de colores se hubiera convertido en un tunel negro que cada vez menguaba más y empezaba a apretar mis costillas.

¿A qué parte de mí tenía que renunciar por el bien de los demás? ¿Cómo se suponía que iba a tomar aquella decisión?

-No puedo hacerlo, papá. No estoy preparada.

-Lo estás. Si no quieres decidir todavía, no tienes porqué hacerlo, pero sabes que la transformación seguirá siendo mañana. Y en algún sitio de ahí dentro está tu decisión, y sea cual sea yo te voy a apoyar. ¿Está bien?

-Todos decís eso, pero tenéis expectativas. Y cada uno diferentes.

-Sarah, no escuches a nadie que no seas tú misma. Puedes elegir eso -dijo mientras posaba su mirada en el colgante que mamá me regaló cuando tuve dieciséis años, perteneciente a todos los miembros femeninos de la familia real- O esto -acarició con su hocico el trisquel que había tatuado en mi antebrazo-, pero siempre me tendrás aquí, da igual por lo que te decantes.

-No quiero tener que elegir, papá.

-Debes hacerlo. Ya sabes la historia...

-¡Pero yo no soy tú!

Salí corriendo entonces, dejándole atrás mientras las lágrimas hacían carreras unas contra otras sobre mis mejillas.

Mi padre renunció al trono porque no era capaz de eclipsar su lobo interior, nos abandonó a todos y a su reino por no poder soportar ambas naturalezas. Pero tal vez yo, la heredera del trono, sí era capaz de controlar a la esencia que culminaría al día siguiente, el punto de no retorno. Cuando tuviera dieciocho me transformaría por primera vez y el trisquel de mi brazo cobraría sentido por fin. La manada me reconocería como uno de los suyos, al final tendría un sitio al que pertenecer.

Pero, ¿y si no era capaz de controlar aquello? Tendría que renunciar al trono, abandonar a mi madre, a Caleb, como hizo papá... No podía dejar que pasaran otra vez por lo mismo.

Pero debía encontrar la forma de encontrar un punto de equilibrio, enlazar las flores con la corona real, enlazar clases de etiqueta con paseos por el bosque. Aprender a amar la luna llena sin sentirme culpable por ello.

Y sabía que podría hacerlo.

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⏰ Last updated: Aug 21, 2016 ⏰

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