Capítulo 2

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Sobre las colinas del sur de Britania siete jinetes galopan de regreso a su puesto de avanzada romana al sur de la gran muralla de Adriano. Una caravana romana los sigue un poco más atrás, ellos, más salvajes que cualquier romano aúllan y sonríen ante el viento y la lluvia que los acompaña, es el clima de Britania, siempre húmedo y brumoso. Aun así, disfrutan la cabalgata. Conversan entre ellos sobre sus planes para el futuro, están a punto de ser hombres libres, de regresar a su hogar lejos de Britania, lejos de los romanos.

Por la noche hay una celebración en la villa, vino para los caballeros de Arturo, Lancelot la mano derecha de su capitán juega a los dados con algunos soldados romanos, Gawain, Galahad y Tristán apuestan con su puntería en los cuchillos, el rubio Gawain logra acertar sobre uno de los círculos de una diana dibujada sobre una tabla de madera, Galahad apunta y clava su cuchillo justo en el centro, sonríe satisfecho, nadie podría igualarlo, pero unos pasos atrás Tristán apunta y logra clavar su cuchillo en el centro del mango del cuchillo de Galahad.

—Tristán, ¿cómo lo haces?— pregunta sorprendido Gawain.

—Le apunto al centro— indica.

Bors les pide silencio a todos, su mujer va a cantar, todos se alegran y comienza la melodía con su dulce voz, la canción habla del hogar, de soldados que regresan a su tierra, Galahad se conmueve y canta con ella, en voz baja y suave. Tristán lo observa, se le ve ilusionado, pero pronto esa sonrisa es eclipsada por la noticia de su capitán: Arturo les tiene una última misión peligrosa, más aún que las anteriores.

—Ya cumplimos nuestro pacto con Roma, si es que alguna vez hubo uno— replica el menor de los caballeros.

—Sí, sí. Todos moriremos algún día. Si lo que te preocupa es que te mate un sajón, quédate aquí niño— le dijo Tristán.

—Si tienes tantas ganas de morir yo puedo matarte ahora. Yo tengo por qué vivir— vociferó Galahad.

El ambiente se había roto, con enfado los caballeros fueron a prepararse para salir con su capitán a primera hora de la mañana. Galahad fue hacia el establo a revisar a su caballo y Tristán lo siguió de cerca.

—Esto no es justo, he arriesgado mi vida durante quince años para nada, y aun así Arturo nos exige más— dijo Galahad apretando con fuerza los cintos de la silla de montar sobre el caballo.

—Arturo es nuestro comandante y le debemos lealtad.

—Lo sé, pero... ¿realmente no te importa Tristán?, regresar a casa, a un hogar.

—Me importa, siempre y cuando tú estés en él. No temas por lo que haya allá afuera, yo te protegeré, siempre.

Tristán se acercó a Galahad con su mirada salvaje, lo llevó hacia una de las cuadras de caballos vacías y lo arrojó sobre la paja, lo besó y comenzó a desnudarlo apresuradamente, Galahad le ayudó también a quitarse las prendas, los iluminaban algunas lámparas de aceite, no era necesaria más luz, Galahad recorrió con besos el pecho de Tristán, ese pecho gallardo que conocía tan bien, su piel tostada era una adicción, Tristán lo besaba jalándolo un poco de sus inquietos risos, atrapando la cabeza de Galahad con sus manos. Tan pronto como estuvieron desnudos Tristán se coló entre las piernas de Galahad tanteando con su miembro rígido la entrada que los llevaría al paraíso. Tristán escupió sobre su mano para lubricar su miembro y facilitar la penetración; se clavó de una estocada profunda en su protegido, ambos jadearon por el contacto, Galahad había aprendido a disfrutar con el tiempo de aquellos encuentros apasionados, ese hombre representaba todo para él. Con sus salvajes movimientos Tristán logró despertar la pasión en el más joven quien cambiando de posición lo montaba como sólo él podía hacerlo moviendo su cadera al tiempo que Tristán se empujaba dentro de él, Galahad gemía con su voz grave a cada movimiento, de pronto las voces de Arturo y Lancelot los dejaron congelados. Galahad se movió de lugar finalizando el acto pero Tristán no lo dejaría ir tan fácil, mientras Arturo y Lancelot charlaban acaloradamente por la noticia de esa noche, Tristán cubrió la boca de Galahad con su mano y acostados sobre su lado derecho se dio a la tarea de penetrarlo nuevamente, Galahad separó sus piernas elevando una y enredándola en el cuerpo detrás suyo para darle más espacio, el mayor le mordía el cuello y pellizcaba sus pezones clavándose siempre un poco más en su cuerpo, la adrenalina que les provocaba ser descubiertos hacía sus movimientos salvajes, erráticos y apasionados, así siguieron un momento más hasta llegar al orgasmo, sudorosos y esperando no ser escuchados...

EternidadWhere stories live. Discover now