*Determinación

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CAPITULO 5

Mi padre se encontraba muy atareado el día antes de la cena de nochebuena y la mañana del día de nochebuena y, por la tarde, sobrepasó sus propios límites. Yo lo observaba entre divertida e irritada, a la espera de cualquier orden. Se comportaba como la más histérica de las amas de casa, cocinando, limpiando y decorando sin parar, pues teníamos por costumbre sacar los adornos navideños el día anterior a Nochebuena, cuando todos tuviésemos tiempo de contribuir y disfrutar de la preparación.

Aquella tarde del veinticuatro de diciembre, alrededor de las seis, yo estaba sentada sobre la bonita alfombra de cachemir que teníamos en la parte oriental del salón, desenrollando una bola irregular formada por varios juegos de luces de Navidad unidos. Era algo que me gustaba hacer, quizá una de las cosas que más me gustaba de la Navidad. En esos momentos no pude evitar que mi mente evocara los últimos años. Mi hermana pasaba de tradiciones, y papá y yo éramos los únicos que nos encargábamos de la decoración. Se había escabullido dos veces, sin haber ayudado a nuestro padre en los preparativos y a él no le había quedado otro remedio que confiscarle las llaves de la moto. Aun así, no ayudó. Se limitó a encerrarse en su cuarto y a amedrentarnos con su música Pop-Rock de los 90.

Juré que subiría y le rompería el CD de Nirvana, en cuanto abandonara la casita de princesas que tenía por habitación y que había redecorado para hacerla ver como un zulo. Después de que sonase por duodécima vez, el "Smell like teen spirit", que siempre había tenido por canción de culto, digna de escucharse en ocasiones contadas y lo justo para no aborrecerla, creía que me iba a reventar la cabeza. Lo que más me molestaba era pensar que escuchaba esa música por mimetismo. Tan solo para presumir sobre que escuchaba Rock, cuando hacía dos años llevaba por bandera a Beyoncé. Vale, todo el mundo tenía derecho a evolucionar y cambiar sus gustos musicales. Pero lo de mi hermana era diferente. Adoptaba la personalidad del chico con el que estuviera saliendo. O incluso, a veces no tenía ni que ser su novio. A nuestro tranquilo hogar le había tocado la lotería con que el novio de Alisea tuviera tendencias rockeras. ¿No podía estar saliendo con un sordomudo? Sin minusvalorar a los sordomudos, pero es que no era justo.

Mi lado retorcido e infantil se alegró pues, de que mi padre no cediese incluso cuando la música le crispara por completo. La avisó varias veces de que debía bajar el volumen y, al ver el comportamiento pasivo de Alisea ante sus órdenes, se dirigió a la cajetilla de los plomillos eléctricos y despegó el contacto cortando la corriente. Proferí un grito ahogado, cuando se fue la luz, pero al segundo volvió y papá entró contento en el salón, donde yo había conseguido desenredar casi por completo el ovillo de luces de Navidad:

—Sin luz la he dejado. —Mi padre dirigió la vista hacia el punto más alto de la escalera—. Y qué callada se ha quedado. Creo que lo ha captado, además sé que a oscuras no está, con todas las velas que tiene siempre encendidas...

—Velas negras—añadí con repelús y mi padre se echó a reír.

Los dos nos trasladamos a la cocina. En la enorme isla color amarillo huevo, papá había colocado ingredientes de repostería, y en el horno se hacía lentamente un gran pavo que había macerado previamente con salsa y especias de una receta familiar. Tomé la harina, el huevo y el azúcar y me arremangué el jersey para lavarme las manos.

—¡Qué hija más colaboradora tengo!

—No te contentes tan rápido que a saber cómo acaba saliendo esto. Solo he preparado mousse de chocolate una vez.

Él se rio entre dientes.

—Si no sale muy bien se lo damos a la abuela para que se lo ceda a Snaki.

Sueños de Realidad #Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora