Capítulo 28

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La completa oscuridad de mi habitación me hizo comprender que me había quedado dormida. La luz fluorescente del despertador me aclaró que eran las tres y media de la mañana. Alguien me había introducido en la cama, zapatos incluidos. Debía haber sido Alisea, sin duda. Me desabroché las botas y las dejé caer en el suelo. Mi estómago rugió de forma exagerada y decidí que debía proveerme de algún tentempié. Me deslicé fuera de la cama y alcancé la bata.

Las opciones eran variadas, y pillé un par de barritas con sabor a cerezas y un zumo de melocotón. Volví a la cama y recapacité sobre la casualidad de que mi madre también era investigadora, y en lo poco que sabía sobre lo que hacía la mayor parte de su tiempo. Mi madre había sido mi madre, y su universo era algo que escapaba de todo control para la mayoría de la gente que no estudiaba esos campos, cuanto más para mí. Gracias a ella, había conocido el amor por la astronomía, pero a partir de los diez años, aparté de mi mente a las estrellas y comencé a obligarla a llevarme de compras para actualizar el vestuario de mis muñecas. Algo que me había parecido mucho más provechoso en aquella época.

Años después había vuelto a sacar todos los pósteres, e inundaban las paredes, como debería haber sido siempre.

En los últimos días, había estado tan obsesionada con Daniel, que, haciendo inventario de lo que había cruzado por mi mente, me di cuenta de que mi madre no había estado presente en casi ninguno de mis pensamientos. Esa seguridad hizo que experimentara una punzada en el corazón.

Habría dado lo que fuera en ese momento, por verla, o escuchar su voz. Alguna pista de lo que había sido, pero que constituyese una prueba fehaciente de que habíamos estado juntas aquí, en este universo.

Me interrumpí a mitad de un bocado. Dejé a medias la barrita y me arrebujé en la cama. Abracé de nuevo el libro con ambos brazos y cerré los ojos. Al poco tiempo, volví a quedarme dormida.

La voz chillona y cantarina de Sally se coló por entre mis oídos desprotegidos, sin los tapones que previsiblemente debería haberme colocado. Me restregué los ojos y enfoqué el reloj. Eran las diez y media. Salí de la cama y barrí la habitación con la mirada, intentando acertar dónde habría dejado el móvil. Luego recordé que seguía vestida y lo saqué del bolsillo.

Tenía varios mensajes de las chicas. Puse los ojos en blanco con el de Valentina:

"¿Cuántos besos a escondidas le robaste ayer?".

Me sorprendí al leer el nombre de Daniel, bajo el del grupo:

"Te escapas al reino de los sueños y yo esperaba mi regalo".

Un agradable revoltijo de nerviosismo se instaló en mi estómago. ¿Cómo sabía que tenía algo para él? Esperaba que los dos videojuegos de lucha envueltos en papel amarillo chillón no le crearan desilusión. Hacía apenas cuarenta y ocho horas era ajena a cómo se iba a desarrollar todo.

Si alguien hubiera venido a decírmelo, no le habría creído.

Quería verlo. Ayer solo habíamos coincidido un segundo en la cocina, y al pensar en su abrazo, el corazón se me aceleró de forma instantánea. Como ya estaba vestida, salí de la habitación, me pasé varias veces el cepillo por el pelo y bajé las escaleras resuelta a hablar con mi padre sobre lo que ayer habíamos dejado a medias. Pero a medida que avanzaba por los escalones, se hizo patente que había un silencio en mi casa que me decía que quizá hubiesen salido.

Entré en la cocina, el sitio por excelencia en el que no había calefacción, ni lugares cómodos donde sentarse, pero donde al final coincidíamos la mayor parte del tiempo. Alisea removía lentamente su café, sentada de cara a la puerta, en el centro de la isla.

Sueños de Realidad #Wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora