ALANNA BECKER

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Las rosas que crecen entre la maleza no fueron hechas para admirar su belleza, sino para enamorar con sus espinas.

[OOO]

Me quito las lágrimas de la cara y le doy un beso a Tanner. Salgo del hospital y voy a casa.

Mi abuela debe de estar preocupada por mí, más aún cuando he salido sin su permiso. Mientras el taxi avanza, puedo ver que la ciudad ya se ha sumergido en una nebulosa crepuscular. La lluvia se ha intensificado. Los edificios pasan como manchurrones blancos, el silencio afuera es inquietante. Al llegar, mi abuela está afuera esperándome. Lleva puesto un abrigo largo y las manos metidas en los bolsillos. La bufanda azul que le cuelga del cuello resalta el color de sus ojos. En su mirada puedo ver que algo se ha roto. Lo sabe, quizás ya han informado del incidente en las noticias. Mientras camino, siento que toda la coraza que formé para rescatar a Tanner y Katherine se fuera desmoronando, dejándome desnuda, indefensa. Entonces, la abrazo y lloro. Ella me consuela en silencio.

Estamos en la sala. Estoy sentada con las piernas sobre una silla. La manta que me ha puesto mi abuela me proporciona calor. Ella está preparando chocolate caliente, sirve dos tazas y las coloca en la mesa. Se sienta frente a mí.

Mientras ella está endulzando su bebida, recuerdo las veces en las que hemos estado en familia aquí los tres, las risas de mi abuelo, los besos y abrazos, la luz en los ojos de mi abuela cuando le miraba. Cuando murió, la familia se sostuvo sobre nosotras. A pesar de que el vacío que dejó fue enorme, siempre estuvimos dispuestas a seguir, a avanzar. Las tardes eran las más difíciles, puesto que ya era una costumbre tomar chocolate juntos. Nos acostumbramos a la silla vacía, a las dos tazas, a echarle menos agua a la tetera, al silencio por las noches porque ya no estaban sus ronquidos. Nos acostumbramos a una vida sin él. Juntas lo superamos.

Ella me pregunta por lo que pasó y le cuento todo. Después de varios minutos, mi abuela rompe el silencio.

—¿Y no sabes quién llamó a la policía?

—No.

Otra vez se me pasa el nombre de Brais por la cabeza, pero no creo que se haya arrepentido. Tal vez sí. Han pasado tantas cosas inesperadas que ahora no sé qué pensar. Si él se arrepintió o no, eso no cambia lo que nos hizo, eso no borra su traición.

Mi abuela suspira.

—No puedo creer que su propio hermano haya hecho eso.

—No eran hermanos de sangre. Tanner era adoptado.

Ella levanta las cejas.

—Eso no lo han dicho en las noticias —comenta.

—Es algo que recién ha salido a la luz. ¿Te lo imaginas? Él ha pasado toda su vida creyendo que estaba con su familia...

—Es su familia —me corrige—. La sangre no une, los sentimientos, sí. ¿Por qué crees que hay tantos amigos que se quieren como hermanos? Tanner era parte de esa familia. Sus padres eran sus padres, él era un hijo para ellos. Ni el tiempo, ni el dinero, ni la sangre cambiarán eso.

Tomo un poco de chocolate.

—Ahora ya no tiene familia —digo.

—Alanna, tú eres su familia. Él te tiene a ti. Te necesita mucho más que antes y en este momento debes apoyarlo.

—¿Mi abuelo hubiese hecho cualquier cosa para que tú estuvieras bien? —le pregunto.

—Por supuesto —contesta.

Bajo la mirada. Sin darme cuenta estoy llorando otra vez. ¿Por qué le pasa esas cosas a la gente buena? Quisiera imaginar que esto es otra pesadilla, alguna alucinación y despertar en cualquier momento.

Sin cambios no hay mariposas ✔️Where stories live. Discover now