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Mirábamos mutuamente nuestros rostros de hito en hito. Yo en ese entonces intentaba intimidarle (algo imposible comparando nuestras estaturas y complexiones), él estaría asimilando mi inesperada aparición.

Imaginé que si movía alguna parte de mi cuerpo, una especie de humareda aparecería de la nada quemándome y haciéndome desaparecer o algo por el estilo. Tenía miedo pero quería volver a abarazarle.

A la mierda.

Moví un pie insegura para, acto seguido, correr el metro y medio que nos separaba y colgarme de su cuello. Sus manos fueron con nerviosismo a mi cintura, aferrándome más a él. Abrazarle me hizo cerrar los ojos. Al cerrar los ojos en ese momento no vi oscuridad, vi luz y esperanza. Vi algo que nunca nadie me había podido mostrar antes.

—¿Tanto daño te hicieron, que hasta los golpes de suerte te duelen?—dijo acariciando mi cabello castaño como si fuera una reliquia.

Apreté mis brazos uniendo más nuestros cuerpos. El grifo de mis lágrimas se abriría de un momento a otro y no iba a poder controlarlo.

—Te favorece mucho el pelo marrón. Estás di-vi-na—reí un poco en su hombro y a causa de mi leve llanto hipé.

—Lo siento... No deberías de estar haciendo esto—me separé con vehemencia limpiando mi cara y resoplando.

—No pidas perdón mujer, no ha pasado nada—tomó mi mano.

Su mano estaba caliente, no como la mía que estaba congelada aún estando en verano.

Dicen que los muertos tienen las manos congeladas... ¿Ese era mi caso? Las rosas que antes solían crecer en mi garganta, las mariposas de mi estómago, las sirenas y sus cantos en mi cabeza, ¿habían fallecido? ¿Todo lo que me había ocurrido, me había hecho cambiar tan drásticamente que hasta Rubén sabía que no estaba bien?

—Pasa...

No me opuse y me dejé llevar. En un abrir y cerrar de ojos me encontraba en el sofá de su casa con un vaso de agua entre ambas manos.
Al agua estaba fría, y el vaso mojaba mis dedos congelando aún más mis manos.

—Mangel me ha contado lo de Lara y no sabes bien las ganas que me han dado de tirarme por la ventana por no haber estado contigo. O sea, peor persona que yo... Satanás. Estoy solo un nivel por debajo.

—No exageres...—musité limpiando las gotitas que se encontraban en el exterior del vaso.

—Vale, me he pasado—rió leve—. De verdad siento no haber estado, con todo mi corazón, Aiben.

Su mano tocó otra vez la mía, y para tranquilizarme su pulgar empezó a acariciar y dibujar formas aleatorias en mis nudillos.

Sentí algo en mis pies. Algo alarmada, bajé mi mirada para encontrarme con una bola de pelo negra y blanca. Raspy me estaba haciendo mimos.

—Estás destemplada... ¿Tienes frío?

Cuando iba a negar con la cabeza el timbre comenzó a sonar. Los ojos de Rubius no se movieron, se quedaron mirando mis también pardos con la misma intensidad que antes de que llamaran al timbre.

—¿No vas a abrir?—pregunté, pero incluso antes de formular la pregunta él ya se encontraba negando.

—¿No entiendes que eres más importante que mis vecinos?

—¿Y por qué estás vestido para salir?

Sus ojos se abrieron mucho y dejó mi mano. Se pasó con suavidad pero rapidez los dedos por el pelo, en un nulo intento de peinarse debidamente. Al acabar la faena me miró expectante, esperando respuesta de mi parte. Levanté mi pulgar afirmativamente y corrió a abrir la puerta.

Ainara (R.d.g) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora