Prólogo

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Hola chicas, hago una aclaración, éste fanfic es una novela de mi propia autoría y por lo mismo una adaptación al anime de Candy Candy, es también el libro 1 de 5, por lo que tiene algunos huecos en la historia que serán cubiertos por los demás fanfics , los personajes son propiedad de sus autora.

¡Feliz Lectura!

La localidad de Marano Equo, es una provincia romana en Lacio, que recibe como cada año a la familia Grandchester en las vacaciones de verano. La historia del chalet familiar es muy poco común, dado que mi padre siendo un adolescente la adquirió; en esa época en la que era un jovenzuelo, la compró con la herencia que mi abuela Marietta le heredó al morir debido a una complicación en el corazón, dejando a mi padre huérfano con apenas catorce tiernos años. La agonía que mi padre sufría por la muerte de mi abuela fue cubierta por un vicio que no le dio la fortaleza que él necesitaba en esos momentos: el alcohol. Para cuando cumplió los diecinueve, en un día de juerga, visitaba la provincia de Lacio encontrándose un chalet de ensueño, ese que hubo sido descrito por su madre durante toda su niñez; así que decidió comprarlo sólo por... un simple capricho.

Quizás mi padre lo había visto como su terapia de salvación, se dedicó a arreglarlo en sus veranos libres hasta dejarlo más que habitable, cuando se casó fue su más grande anhelo, llevar a mi madre para su luna de miel había sido la primera revelación de que estaba haciendo lo correcto, más que lo que se esperaba de él como un Grandchester. Mi madre decidió destinarlo para las vacaciones de verano de la familia justo después de mi nacimiento. El clima de Lacio era tan variante a todo lo largo del año, pero por alguna razón, éste verano se había mantenido muy cálido, en ocasiones no era ni soleado ni lluvioso como en otros lugares de la vieja Roma.

A lo lejos, sobre esa amplia vereda que mi padre observó un día, se encontraba una bella mujer que cambió no tan sólo mi vida, sino también mi forma de pensar para siempre; tan blanca y ahora sonrojada por el esfuerzo de correr detrás de mi pequeño André, su delicioso y bien amado cabello suelto, volaba detrás suyo, libre como el viento, haciéndola ver tan libre como un día me mostró que debería serlo.

Su silueta ligeramente redondeada debido a los cuatro meses de gestación, la hacían verse endemoniadamente atractiva, tanto que desde el día en que aceptó que me amaba, no dejé ni un solo minuto de hacerle el amor. Para mí, Candy era y sería siempre una endemoniada misión imposible, al menos la mayoría de las veces, sin duda alguna quizás me pensé como otro magnate italiano, casado con una mujer dulce y fina, de una familia de renombre en Roma, donde nuestras fortunas se unirían y consecuentemente tendríamos hijos que imitarían nuestro nivel de vida desahogado; viviríamos en la opulencia mientras hiciéramos las cosas como mi padre y mi linaje lo hubieran esperado.

Pero la vida para mí no fue fácil, la muerte de Richard Grandchester, mi padre, marcó mi destino o lo que pensé que iba a serlo. Quedé absolutamente sorprendido cuando a la edad de 17 años, en medio del dolor, mi madre Eleonor terminó por asestarme un golpe del cual siempre llevé a cabo al pie de la letra: "¡tienes que ser el sustento familiar, sin ti, ¡estamos perdidos!" Richard Grandchester había fallecido de un infarto por estrés laboral, situación que pasó inadvertida por todos e incluso por su médico de cabecera, Mickael Benedetti, padre.

Realmente nadie hubiese imaginado que mi adicción al trabajo era indescriptiblemente obsesiva hasta que la conocí a ella, Candy fue un enigma absurdo para mí, pero como pasó con Albert, ella terminó domándonos a todos los que la conocimos, a los que supimos amarla y al mismo tiempo, llegué a comprender la verdadera esencia de su alma, de la que me había enamorado hasta el tuétano... como un día me dijo Anthony. Todos la que la conocíamos, habíamos encontrado nuestra felicidad en algún momento de su historia, todos, menos Niel, ese hombre casi destruye lo que tanto había amado hasta ese momento, tanto que decidí no ponernos más en riesgo y actué para su beneficio y el mío propio, para su tranquilidad y para la de ambos.

Una risotada de mi pequeño André me sacó de mis recuerdos, haciéndome volver a la visión de mi adorable esposa, dándome cuenta en ese momento de que Candy nunca podría superar su aversión a las alturas y por supuesto, su predisposición a los accidentes. De un instante a otro, mi esposa de espíritu libre como era ella, resbaló por el flanco derecho de la ladera, poniendo en peligro no sólo a sí misma, sino también a mi hija y a continuación un grito lastimero de André hizo que alertara mis sentidos; solté la taza y el periódico que tenía entre mis manos, oyendo a lo lejos cómo se rompía en pedazos cuando cayó al piso, mentalizándome que me tocaría comprar una réplica exacta de ella en alguna parte de Francia, dado que era la vajilla consentida de mi esposa. Me admiraba también, cómo podía tener cierta aversión a las cosas materiales, situación que muy frecuentemente o nos sacaba de quicio o nos ocasionaba absurdas discusiones, si no era porque ella quería mantener la colección o porque yo quería comprarla nueva, ella caía en la necedad de quererme imponer la idea del reciclaje y yo la de no complicarme; si me negaba a ahorrar tenía como resultado del peor de sus anhelos... su silencio.

Bajé rápidamente la escalera, salté las flores que había plantado recientemente y tan pronto me di cuenta del lugar donde mis tesoros se encontraban, fui en su ayuda. Al mismo tiempo, observé que George también se dirigía hacia allá, llegando primero al lugar y levantando a André que lloraba asustado; en cuanto lo hice, observé lo que había a mi alrededor, me di cuenta que en el fondo de la ladera se encontraba un riachuelo, la preocupación se acrecentó cuando observé que Candy estaba ladeada hacia la izquierda, quejándose. George trató de acallar a mi hijo, en su estado miraba hacia donde su madre se había lastimado.

Mi obcecada esposa no tenía nada de importancia, sólo algunos rasguños en las piernas, se había manchado el vestido y el cabello de lodo. Como éste día, nunca olvidaré otros tantos, recuerdo que cuando me pidió que le hiciese el amor, situación que aproveché sin duda, a pesar de haber sido después de una pelea, en principio resultó gratificante pues ella se encontraba desvalida y derrotada tanto que no pude mantener mi promesa de no tocarla. Amé enormemente su estado no ofensivo, su nívea piel, su necesidad de mí y su aceptación de lo que para mí resultaba evidente. A pesar de mí mismo y del significado que le había dado a esta entrega, nuestra unión carnal poco le importó porque terminó huyendo de mí... de nueva cuenta. Lo cual me hizo enfadar demasiado y logré entender que Candy siempre se salía con la suya, de cualquier modo y a cualquier precio.

Sin embargo, había valido la pena todo lo que me hizo pasar, lo que descubrí me hizo amarla, desde el primer sollozo, desde el primer secreto, desde sus negaciones, desde quién sabe cuántas excusas me dio para no amarme. Mi mundo cambió totalmente, en cuanto la conocí, en ese como en cualquier momento desaparecieron mi empresa, mis negocios, mi familia y en algún lugar remoto me perdí a mí mismo; encontrándola a ella, encontrando a mi gran querido y más grande amor.


TerryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora