Capítulo 19

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El día siguiente fue uno de los más bonitos de diciembre, el cielo estaba despejado, estábamos a 10 grados centígrados y las calles de la ciudad de Monterrey estaban vacías por la entrada de las vacaciones. Mi mamá bajó por un café, el aroma llegó a mí, pero no me paró de la cama. Tenía a Ana junto a mi lado, abrazándome, y tras muchas semanas sin tener eso, me sentía en el cielo.

Mi mamá tocó la puerta, después tomar su taza de café y subir las escaleras para ver cómo estábamos y la abrió sin sospechar. ¡OH SORPRESA! Cama destendida, Ana y yo abrazados con casi nada de ropa. Citi en una cuna vieja y súper chiquita para ella. ¿Qué acababa de pasar?

—¡PATRICIO! —gritó mi mamá y Citi lloró. Ana y yo nos levantamos de golpe.

Miedo, mucho miedo tuve en ese momento.

—¿Mamá? ¿Qué haces aquí?

—¿Qué hicieron? —mi mamá me dio un golpe en el pecho.

—¡Nada! ¡Nada! —contesté, con un nudo en la garganta.

—Patricio, Ana, no puedo creer que sean así.

—Gloria, no sucedió NADA.

—Ocúpate de la niña, Ana —dijo mi mamá señalando a Citi, pero se sintió más como una ofensa.

—¿Por qué no te vas a dormir? —grité.

Ana se levantó y cargó a Citlally, se la llevó abajo y tropezó con mi mamá en la entrada al cuarto, pero siguió molesta y con ganas de escapar.

—Te tienes que decidir, Patricio. Tienes que decidir —dijo mi mamá con lágrimas en los ojos y cerró la puerta. Se encerró en su cuarto y me quedé sentado en la cama.

Bajé y Ana estaba en la cocina haciéndose de desayunar, Citlally ya estaba comiendo huevo revuelto y lo comía con las manos y después de cada bocado se levantaba de su silla y corría por la sala.

—¡Siéntate! —gritó Ana.

—Ma, Ma, Ma —gritaba Citi.

Me senté en un banquito de la cocina y miraba a Ana cocinar.

—Lo siento mucho... —susurré y le tomé la mano.

Ana me empujó.

—¿Qué? En verdad lo siento mucho.

—Aléjate —me miró con unos ojos tan llenos de vergüenza y enojo.

Me paré del banquito y tomé a Citi y la volví a sentar en la mesa.

—Comételo todo y después ya juegas.

—¡NO! —dijo e hizo un puchero.

—¡Sí, Citlally! Te lo vas a comer TODO.

—NO, VETE.

—¡Citlally! Está bien rico el huevo, comételo.

—Máaaaaaaaaaaaaaaa.

—Déjala en paz —respondió Ana.

Me giré y dije:

—¿Qué?

—Sí, déjala en paz, que haga lo que quiera.

Me paré de la mesa, caminé hacia Ana.

—Yo no puedo tomar decisiones ¿o qué?

—Eso qué, Patricio —contestó, se había hecho un sándwich y lo había calentado en el comal, apagó el comal y caminó hacia los platos. La seguí.

—Dices que la deje en paz como si yo no fuera su papá, yo sé qué es lo mejor para la niña, no me cuestiones en frente de ella, va a crecer pensando que la que manda eres tú.

Ana se volteó con el plato en la mano:

—¡Pues yo soy la que manda!

—No es cierto, yo soy el papá, el papá es el que manda.

—Ni pareces su papá, la vez como una vez al mes, estúpido.

Caminé a la barra y tomé mi celular.

—Llevas como menos de 24 horas aquí y ve, ya nos estamos peleando.

—Es por eso que no vivo aquí —dijo Ana riéndose y dejó su sándwich en el plato.

—No puedo creer que seas así, Ana.

—Nomás termino de comer y me voy. No te preocupes.

Ana caminó a la mesa y se comió el sándwich. Citi se sentó a un lado de ella y terminaron sus desayunos juntas. Me subí y me puse a leer un libro de física que había sacado de la biblioteca de la facultad para leerlo en las vacaciones.

Ana subió después de un rato y se cambió de ropa. Se puso de nuevo su vestido, se lavó la cara, se puso sus tacones y sin despedirse, salió. Pero yo fui detrás de ellas.

—Ana... —exclamé.

Ana se giró. Citi y ella caminaban tomadas de la mano.

La abracé y ella seguía sin soltar a nuestra hija.

—Perdón. Sé que, no he estado bien últimamente, pero...

—No voy a regresar... Después de esto, de la vergüenza que pasé, no quiero regresar.

—No me hagas esto, mira tú y yo podemos...

—No, Patricio. No. Ya me tengo que ir.

—¿Te vas a llevar a Citlally en camión?

—Sí.

—No, espérate, deja le digo a mi mamá que las lleve y que... A ver, espérame —corrí a mi casa y a medio camino recordé lo sucedido en la mañana, me giré y Citi y Ana estaban pasando la esquina de la calle. Citi daba saltitos y Ana le pedía que se calmara.

Me tapé la cara y me di cuenta que no había marcha atrás.

Las había perdido.

Llamé a Citlally por teléfono y le conté todo lo que había pasado. Estaba sentado en mi cama, con mi libro de física en la panza y el teléfono en el oído. Ella me escuchó con atención y no me interrumpió en ningún momento. Al final, suspiró y comentó:

—Qué triste.

—Las perdí, Citlally. Las perdí, quizás para siempre...

—Te diré algo, esperando que esto te reconforte pero... no has perdido nada. Eso es lo que me gusta del universo en el que vivimos. Nada se pierde, y me atrevería a decir que tampoco nada se gana. Las cosas son pasajeras, Pat. Tu cara no es tuya en sí, cambia en cada momento, evoluciona y por eso no puedes poseerlas todas. Ana y Citi no te pertenecían, por eso no las perdiste, las cosas con ellas sólo están cambiando. Es de esas cosas que tristemente no duran.

—Quiero tenerlas... —respondí.

Citlally se rió y dijo:

—Pobrecillo, Pato.

Tomé unos pañuelos y me soné la nariz.

—¿Qué harás hoy, Cit?

—No lo sé. ¿Tú?

—Iré a la iglesia, ¿me acompañas?

—Claro.

—Ok... pasaré por ti en un rato. Te mando un mensaje.

—Ya quedó. Hablamos.

—Adiós.

Colgué el teléfono y suspiré. Lo dejé en mi camay caminé al cuarto de Rodrigo, me acosté en su cama, y me quedé leyendo hastaque faltaban treinta minutos para que la misa comenzara.    

Que este momento fuera eterno (Cosas que no duran #3)Where stories live. Discover now