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—¿Estás segura?

—¡Sí, Gastón! ¡Es como la milésima vez que me lo preguntás! —le respondí comenzando a molestarme.

—Deberías haber tomado el plan de tres meses. Un año me parece muchísimo. —acotó Lionel mientras jugaba con la caja musical que decoraba mi velador.

—Es un intercambio escolar, ¡no me voy a la guerra! —quité el objeto de sus manos para devolverlo a su lugar original.

—Tu valija no demuestra lo mismo. —agregó Agustín mientras tocaba algunos acordes en su guitarra.

—¿Por qué? —pregunté sin comprender su comentario.

—Todo tu placard está ahí dentro. —respondió—. Se supone que vas a estudiar. No creo que termines usando todo eso.

Seguro que ni usa la mitad pero volverá con otra valija llena porque terminará comprando más. —supuso Ruggero.

—Tenés razón. —le respondió Gastón—. Valu, me parece que deberías sacar algunas cosas. Te va a pesar.

—¡La lleva el avión, no yo! Además... —suspiré—. ¿Pueden irse de mi cuarto? ¡Ya! ¡Los cuatro! ¡No los soporto más!

—¡Chicos, dejenla! —les pidió mamá entrando a mi habitación—. La ponen nerviosa.

Efectivamente, era lo que hacían siempre que intentaba tomar alguna decisión, por más pequeña o grande que ésta fuera. No les preocupaba la magnitud. Para ellos los peligros medían más si las cosas eran llevadas a cabo por mí.

—Mucha, pero mucha suerte. —me deseó mi madre—. Cuidate mucho y cualquier cosa que necesites no dudes en llamarme. A mí o a tus hermanos.

—Ya sé, mamá. —le dije para no escucharla repetir su monólogo sobre las precauciones y procedimientos que debía llevar a cabo ante situaciones fuera de "lo normal".

—Te amo, bebé.

—Yo mucho más, madre. Y decile a papá que a él también, aunque esté enojado. —le pedí mientras la abrazaba para despedirme.

—Quedáte tranquila que él ya lo sabe.

Evité a toda costa usar la frase "te voy a extrañar". Planeaba extinguir los "te extraño" (en cualquiera de sus tiempos verbales) de mi diccionario, al menos hasta dentro de doce meses. Desligarme del mote de débil e inútil era mi segundo objetivo, pero luego de que el primero se convirtiera en algo imposible, éste cobraba mayor importancia.

—Basta, Rugge. No me mires así. —le rogé cuando vi en su cara una expresión de tragedia.

—¡Es que no voy a tener a quien molestar! —exclamó esbozando una pequeña sonrisa.

No hice más que mirarlo, morder mi labio inferior y sacudir un poco mi cabeza. Ya lo veía llorando por mi ausencia en unos meses... y a mí por la suya. ¡Dios! ¿Por qué era tan difícil despedirme de ese cuarteto de jóvenes fracasados?

—Aunque no pueda negar que te voy a extrañar mucho... —me rodeó con sus brazos, hablando en un tono más bajo—. Me sentiría muy culpable si no lo disfrutas al máximo por saber eso.

—Te quiero. —respondí en un susurro—. Y no, no me preocupa tanto tu sufrimiento. —dije con una sonrisa llena de sarcasmo.

—¡Rubia! —exclamó Agustín acercándose a abrazarme—. Disfrutá lo más que puedas. Salí todos los días, usá toda esa ropa rara que llevas, mantené tu torpeza, pasa vergüenza, reíte mucho y sacate todas las fotos que puedas. —me pidió—. Porque necesito más memes.

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