Sobre Hechos de una Noche cualquiera: La importancia de una enseñanza

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La oscuridad lo envolvía todo. El tenue fulgor de un Taio apagado rasgaba la oscuridad para todo aquel que pudiera verlo. Por desgracia, él no podía. Equipado con gafas especiales, recorría las calles con cautela. La experiencia y su pasado le perseguían en un intento por no olvidar las viejas costumbres. Él nunca podría dejar de sentir miedo. Nunca podría dejar nada al azar. El terror a la oscuridad era mitigado artificialmente, pero nadie mejor que él sabía que seguía ahí. Aferrado a su propio corazón. Él había conocido el miedo.

Y un hombre que conoce el miedo nunca olvida.

No obstante, su paso seguro ocultaba una vorágine de pensamientos encontrados ante lo que debía hacer esa noche. Las disyuntivas eran muchas, sin embargo, él sabía que su alma no sería nunca perdonada después de aquel fatídico encuentro. Levantó sus pensamientos hacía dos personas. Les pidió perdón.

El hombre se detuvo justo en frente de una puerta desvencijada. Una luz titilante asomaba entre los agujeros de una persiana rota en una de las ventanas del piso más bajo. Inspiró profundamente y llamó con firmeza en los puños.

Oyó un ruido proveniente de la habitación tras la persiana. Una silla moviéndose lentamente, unos pasos livianos, lentos y algo torpes. Varios cerrojos. Un suspiro.

Una mujer mayor abrió la puerta.

-Al fin has venido. – la mujer no parecía sorprendida por la llegada del hombre. – ven a la cocina si quieres hablar.

El hombre asintió en silencio. Aquella era la mujer más fuerte que había conocido en su vida, no le extrañaba que no se hubiera sorprendido. Recorrió un camino lleno de recuerdos infantiles entredichos. Descubrió que en aquellos rellanos todavía encontraba seguridad y calor. El fantasma de una niñez asesinada tiraba de él desde todas las esquinas. No podría aguantar mucho más ahí.

Llegó a la cocina y se sentó en una silla en frente de la anciana que servía té para ambos.

-¿Y bien? ¿No dirás nada? – le instó la mujer.

-No te has sorprendido de mi llegada – comentó el hombre.

-Nunca haría eso. Te he esperado muchos años.

-Me hubiera gustado venir en otras circunstancias. – replicó seriamente. Escondió el semblante en las sombras.

-Me imagino que tiene que ver con él, ¿no? Desaparece y tú vuelves de entre los muertos. ¿Eres tú el responsable?

-No puedo responder a eso. Lo siento.

-Oh bien, supongo que he ido demasiado rápido. Ya que has vuelto tendrás que explicarme muchas cosas. ¿Qué fue de ella? Desapareció contigo.

El hombre se esperaba esa pregunta. Sin embargo, nuevamente era incapaz de responder. No podía hablar sobre ella. No con ella. Escondió aún más le rostro en la oscuridad.

-Entiendo - la anciana asintió – ella ya no está.

-En efecto.

-Hoy no has venido a darle una visita a una vieja anciana, ¿no? – le miró con severidad.

-No. Sabes que has hecho algo que tarde o temprano sería descubierto. Les has puesto en peligro.

-La verdad... es peligrosa si... pero me pregunto si de verdad lo es para ellos – señaló con la mano hacía el rellano – o para ellos – y señaló la ventana de la persiana rota.

-Para todos – respondió con certeza.

-Entonces, has tomado una decisión por lo que veo –inquirió la anciana con calma.

-Si.

La anciana se levantó. Cogió la vela y salió por la puerta al rellano.

-Sígueme anda. Tengo que hacer ronda por las habitaciones.

El hombre la siguió por los pasillos en silencio. La mujer se movía lentamente, renqueaba de una rodilla y parecía que le doliera el cuerpo.

-Los años no pasan en balde para nadie, ¿sabes? Ya mi cuerpo no es lo que era. Pronto llegará la hora de que mi cuerpo no pueda seguir el camino que mi voluntad marca. Sin embargo, no creas que un ser humano muere, así como así. Una persona solo muere cuando su voluntad se rinde, si esa voluntad sobrevive a la persona dentro del corazón de otra, esta no habrá muerto. ¿No crees?

-Concuerdo completamente. Son cosas que solo la experiencia me ha enseñado.

-A veces, ser viejo no es tan malo. Sabes cosas que los demás no. Mejor dicho, comprendes cosas que los demás ignoran deliberadamente.

La mujer abrió una de las habitaciones. Dentro de ella, dos pequeñas camitas desvencijadas eran cuna de sueños para sus inocentes ocupantes. Los niños dormían profundamente sabidos protegidos de todo. La anciana paseó entre ellos y les besó la frente. Cuando hubo verificado que todo estaba bien, cerró la puerta y se dirigió a la siguiente para repetir el proceso.

La procesión formada por los dos adultos avanzó nuevamente bajando los escalones de la escalera. El hombre se vio saltando alguno de los peldaños sin pensarlo. Su subconsciente también sabía dónde se encontraba.

La mujer le guio por un camino ya conocido hacia una sala de estar. Allí, la anciana dejó caer su cuerpo sobre un majestuoso sillón de oreja. Le miró fijamente.

-No me arrepiento de lo que he hecho - apostilló.

-Eso no hace las cosas más fáciles.

-Nunca lo han sido.

-De todas formas, necesito que comprendas que tu tozudez ha sido la que ha dado con este resultado – el hombre intentaba que recapacitara.

-¿Sabías que allá fuera las plantas se alimentan del sol? No de los químicos que les damos aquí, no. Las plantas son verdes. ¡Verdes! Imagina el mundo que allá afuera espera a estos chicos.

-Es un mundo cruel. Bonito, salvaje y cruel.

-Así es como debe ser. No un agujero como este.

-Como algo de esto se extienda estarás en problemas. Tus chicos serán perseguidos.

La anciana sonrió mostrando todos sus dientes.

-Ellos son plantas, querido. Plantas de verdad, que crecerán verdes y fuertes. No grises como nosotros. Ellos pueden significar algo para el mundo.

-O pueden significar su propia muerte – el hombre se frustraba cada vez más. No entendía por qué.

-Eso solo depende de ellos – replicó la anciana.

-Es egoísta. No deberías poder decidir sobre ellos.

-¿Acaso a él le has dejado elegir?

El hombre se levantó entristecido. Sabía que no podía responder a eso. Dio por terminada aquella reunión. Miró a la anciana.

-Ha llegado el momento - le dijo.

-Lo sé. Estoy preparada. Haz lo que debas.

El hombre extendió su mano.

-Recuerda. Ninguna lucha merece la pena si luchas solo.

Y la mujer dejó de respirar apaciblemente.

-Lo recuerdo... abuela.

El hombre salió nuevamente a la calle. Su capa ondeaba tras su paso. Un hombre oscuro, con pensamientos oscuros, en una ciudad oscura.

En el corazón de los que lloranWhere stories live. Discover now