Aroma

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De alguna manera todos llegaban a la conclusión de que me ajustaba perfectamente con el perfil de un alfa, más aun cuando demostré mis habilidades innatas y probé el sabor de la victoria en todos mis partidos. Recibí tantos elogios de mis superiores que me acostumbré a que me llamaran "genio" y "prodigio". Sentí que había encontrado mi lugar, me veía a mí mismo encajando como una pieza de rompecabezas en la sociedad.

Tenía la absoluta confianza de que daba los mejores pases y determinaba las mejores jugadas en el equipo. Siendo así, no me explico por qué el balón cayó al suelo sí lo había lanzado en el momento adecuado. Me hallé más desconcertado al darme la vuelta y ver que el resto de mis compañeros se mantenían inmóviles.

El silbato sonó anunciando un punto para el equipo contrario mientras seguía mirando al vacío. Nunca antes había experimentado tal magnitud de rechazo que cuando me enviaron a la banca. Y, mientras veía como despedazaban a mi equipo me pregunté en qué había fallado, en qué momento mis sugerencias mutaron a órdenes, en qué momento todos comenzaron a cansarse de mi presencia, en qué momento comencé a perder la emoción por tocar y pasar el balón.

En qué maldito momento dejé de disfrutar el voleibol.


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Sentía los ojos pesados y me era casi imposible prestar atención a la clase de inglés. En algún punto perdí la noción del tiempo y terminé recostándome sobre mi pupitre. Lo siguiente que sentí fue un ramillete de hojas sobre mi cabeza dándome a entender, entre las risas de mis compañeros, que el maestro me había atrapado en el acto. Mis disculpas fueron cortadas por el sonido de la alarma que daba fin a las clases, pero eso no me libró de la furia e indignación del profesor.

Chasqueé los labios frustrado mientras recogía mis cosas y abandonaba el aula. Además de la reprimenda que me dio frente de todos los alumnos debía entregar el doble de la tarea para la próxima semana. Parecía que todo iba de mal en peor desde el primer día de clases.

Ingresé a esta preparatoria porque había escuchado que un entrenador reconocido en toda la prefectura de Miyagi había vuelto de su retiro. Tenía la esperanza de que él podría ayudarme a pulir mis habilidades de armador y elevar mi potencial. Pero cuán grande fue mi sorpresa al enterarme por el consejero del club del equipo de voleibol que el entrenador había sufrido una decaída y lo habían hospitalizado. Ni bien terminó de darme las noticias, arrugué el formulario de mi inscripción y abandoné la sala de profesores. Furioso seria decir poco, pero en el trayecto hacia los baños busqué la manera de tranquilizarme, quizás no contaría con un entrenador pero aun podía ingresar al equipo de voleibol.

Una vez que cambie mi uniforme escolar por el deportivo de la institución me encaminé al gimnasio con la mente en orden. Sí, no todo estaba perdido. Quizás luego de integrarme al equipo podría dejar de lado el mal sabor que me había dejado mi antigua escuela y finalmente las pesadillas dejarían de atormentarme.

Debí haber pensado dos veces en aspirar y exhalar profundamente en medio de la cancha. Al instante llevé mi mano a mi nariz, pero aquello no me impidió percibir un aroma peculiar y que de alguna manera resultaba agradable. De repente, la puerta se deslizó detrás de mí dándome a entender que alguien había ingresado al gimnasio.

Me di la vuelta y me encontré desconcertado al ver a un muchacho de rodillas con la respiración alterada, como si estuviese sufriendo de un ataque de asma. Ante esta última idea, me acerqué a él para auxiliarlo y noté como extendía el brazo tratando de alcanzar un papel en el piso.

Entonces, al tratar de facilitarle el papel nuestras manos chocaron y sentí una fuerte sacudida en mi interior. Mis sentidos se agudizaron y aquel aroma no hizo más que intensificarse dejando mi cabeza en blanco. En el momento en que nuestras miradas se cruzaron la razón y la lógica abandonaron mi mente y, en su ausencia los instintos tomaron el mando. De un momento a otro la distancia entre nosotros desapareció y mis manos viajaron sobre su rostro, nunca antes pensé que la piel de otro podría ser tan suave y agradable.

Entonces, sentí sus manos sobre mis hombros y, por una fracción de segundos creí que estaba correspondiendo a mis caricias, hasta que noté que en realidad me estaba empujando levemente. Quedé estupefacto ante la sola idea del rechazo y peor aún, de separarme de él. Una fuerza irracional subió por mi pecho y se apodero de la poca cordura que me quedaba. Mis manos inmovilizaron las suyas y buscaron más contacto entre nosotros, ya sea con caricias o besos. Deseaba más que nada embriagarme con su aroma y hundirme su piel.

Capté el peligro demasiado tarde, debió haber sido un potente lanzamiento pues además de sacarme de mi estupor también me dejó inconsciente.

Cuando volví en mí mismo noté que aquel aroma había desaparecido al igual que el sujeto. Segundos después me di cuenta que me hallaba recostado en una banca del gimnasio. Pronto, me encontré con un individuo que me miraba con notable molestia.

—¿Se puede saber qué diablos estaban haciendo?

Mientras él seguía lanzando una serie de regaños miré al vacío en busca de respuesta, hasta que caí en cuenta de los actos indecentes que le había hecho al muchacho de cabellera naranja hacia unos momentos. Maldije en voz alta avergonzado.

—¡Oye maldito, escucha a tus superiores cuando estén hablando! —exigió una ruidosa voz a su lado.

—Basta —exclamó el primero—. ¿Sugawara como esta?

—Le acaban de suministrar supresores por vía intravenosa, hará efecto en minutos —respondió otro individuo que hablaba con calma—. Según la enfermera se trata de un encuentro entre predestinados.

—¿Otro? —Cuestionó asombrado— Me alegro de tener nuevos miembros pero esto se está saliendo de control.

—Calma Daichi —pidió el que se hacía llamar Sugawara—. Tómalo como una ventaja, ahora tenemos a dos parejas en el equipo, cuatro miembros.

Mi mente empezó a atar cabos sueltos y cuando llegué a la escalofriante conclusión puse los ojos en blanco. El aroma, ese seductor aroma que me sacaba de mis cabales. Todo cobraba sentido.

—Creo que Kageyama ya está en buenas condiciones —dijo el de pelo cenizo—. Te dejo el resto a ti ire a ver como esta Hinata

—¿Hinata? —pronuncié aturdido—. Él es mi...

—Así es —respondió—. Tu omega, a juzgar por tu vestimenta y este formulario que me entregó el profesor Takeda deseas ingresar al equipo ¿verdad? —dijo mientras cruzaba los brazos—. En otras circunstancias te recibiríamos encantados pero antes debo explicarte ciertas condiciones.

Desde aquel día no he podido volver al club y tampoco participar de las actividades del mismo. Pese a que me disculpé y prometí que no volvería a causar ese tipo de problemas no me permitieron ingresar al equipo hasta que no hable con Hinata. De alguna manera debía buscar a aquel individuo y llegar a un acuerdo. Pero para mí desgracia no lo he vuelto a ver desde hace tres días y mi paciencia estaba en su límite.

Maldije en voz alta y, cuando levante la mirada me di cuenta que había llegado a la entrada del gimnasio. De seguro a estas horas ya estarían por concluir con los estiramientos. Cerré con fuerza los puños al pensar en los tres días que me había perdido de las actividades del club, días en los que hubiese podido mostrar y mejorar mis habilidades.

Cuando me di la vuelta con la clara intención de abandonar el lugar me vi bloqueado por la diminuta figura de nada más y menos que mi omega. La mirada que me lanzaba era totalmente opuesta a la que recordaba, podía percibir un notable resentimiento en sus ojos.

—Tenemos que hablar.


SoundlessWhere stories live. Discover now