La Diferencia

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No había parte del día que esperara con más ansias que ese momento cuando podíamos estar solos, sin las miradas de nadie encima, ni los cuchicheos. Era quizá en una tarde, o durante unos minutos en la sala principal, o en los pasadizos que conocíamos tan bien como nuestra casa. Entonces no importaba el olor a humedad, el clima insoportable, la nieve que nos enfriaba incluso las entrañas, porque nos tomábamos la molestia en desarmarnos en un calor insoportable.
Podía ser, quizá, cerca del lago, bajo los árboles, con un ambiente matutino cerca de las diez de la mañana, reemplazando las clases de pociones por una de desenfrenada pasión, porque allí no había un alma en horario de clases. Estaba perdido por Fred.
Él era todo. Pese la carácter vengativo, las cosas malas que le deseaba a alguien cuando peleaba o simplemente no le agradaban o contradecía. Que nadie fuera a decirle que no tendría éxito en algo, porque les hacia tragar las palabras en cuestión de días de empecinamiento en una pócima con resultados fantásticos. De cierta manera compartíamos el hábito de aprender cosas juntos, mejorarlas y querer venderlas para que otros la probaran y nos dejaran alguna ganancia para más experimentos o locuras, pero Freddie era quien tenía el carácter más fuerte, el que respondía primero, el que iniciaba los pleitos, las bromas. Y fue compartir más horas pegados de lo que ya llevábamos compartiendo desde que nacimos lo que me hizo dudar de si la gente nos confundía para molestarnos en vez de nosotros molestarlos por confundirnos. Era imposible creer que alguien creyera en la mentira de que fuéramos iguales: no lo éramos. Delante de un espejo incluso lo notaba, porque nuestras esencias eran tan distintas que comprendía que mi reflejo en el cristal era mío y no la replica del de Fred. No podía verlo allí. Simplemente, Fred era Fred, y yo era yo. Dos personas en sus respectivos cuerpos similares, pero no idénticos.
Por eso me gustaba estar con él. No era mi ego encubierto en un amor hacia mi reflejo -Fred-, sino que se reducía al amor hacia una persona completamente distinta y que ansiaba cercana porque no podíamos vivir del otro literalmente. Era la distancia más grande que sufríamos.
Entonces besarlo, tocarlo, sentirlo mío. Nada me molestaba menos y gustaba más.
Esa tarde en la que nevaba no me arrepentí de nada. Al contrario. Aunque fuera a escondidas, lo amaba.
También apreciaba la incredulidad de Ron, Percy y Ginny, que creían que uno de nosotros -porque no tenían certeza de cuál de los dos sería- estaba enamorado de Angelina Johnson y entre nosotros solo ocurría una hermandad cómplice para hacer pillerías.
Otra noche, no lejana a la primera vez, estábamos cenando en el comedor común de Hogwarts. Como siempre, el techo se elevaba con una maravillosa infinidad a través del simple hechizo de un cielo precioso, como el de afuera, iluminado de tantas estrellas incontables acompañando a la luna en los pasos cortos que daba por el firmamento nocturno. Entonces, con una visión que inspiraba, los candelabros parecían caer desde el cielo y se sostenían en el vacío, con sus velas dando la apariencia de ser otras estrellas encendidas momentáneamente durante cada noche.
El bullicio de alrededor era alentador a bromear, ajetrear todo. Slytherin insultando a Gryffindor antes de un partido de Quidditch, con el cual Oliver nos tenía cansados de tanto entrenamiento. No estaba mal, pero era exhaustivo. Igual nos dejaba suficientes fuerzas para hacer el amor una vez que se iban de la cancha, entonces nos íbamos bajo las escaleras, antes de clase, y nos amábamos tanto como queríamos.
La mesa estaba llena de comida. Voy a admitir que la pobreza en la que vivíamos en casa no nos molestaba, hasta nos alegraba, porque muchos de los magos con dinero usualmente eran idiotas, pero jamás, hasta el primer año en el que entramos a la maravillosa escuela, nos habíamos deleitado y llenado con tanta comida deliciosa, suficiente para que no nos diera hambre hasta el otro día a la hora de almorzar. Nos encaprichamos tanto con ello que al regresar a casa nos lamentábamos de no haber llevado para hacernos un último banquete personal con nuestra familia.
El caso es que Ron, Harry y Hermione, como siempre, andaban en sus cosas, metiendo las narices donde no debían, peores que nosotros. Eso sí, estábamos felices de que salvaran a Ginny antes de lo peor, con lo de la cámara de los secretos.
-Fred, ¿piensas que harán algo malo otra vez?- le pregunté a mi hermano.
-Si, debemos darnos prisa- porque teníamos un olfato único para los problemas.
-¿Hoy no comes?- me preguntó.
-Estoy bien.
Nada se oía porque nos hablábamos casi al oído de tantos gritos.
Incluso Dumbledore parecía estar a punto de gritar a todos que hicieran un poco de silencio... De no ser por estar tan rosado de reír y hablar entretenido con los profesores.
-Ron- habló Fred, sin motivo, llamándolo con un garbanzo a la mejilla. Nuestro pequeño Ronnie estaba en frente, sentado al lado de Harry, y a su lado Hermione.
-¿Qué quieres?- respondió molesto. El calor de alrededor le estaba poniendo la cara tan roja como el cabello.
-¿Qué hacen?- mi gemelo estaba apoyado sobre la mesa, con una sonrisa esplendida, y en tanto Ron desde el otro extremo, con cara de pesadez e idiota. Bueno, esto último era algo de nacimiento.
-Nada que tenga que ver con ustedes- respondió, cortante.
-Le voy a decir mamá cómo respondes, hermanito- bromeó.
-Pero si no tiene nada que ver contigo- insistió.
-Si se van a meter en otro embrollo al menos dilo, a ver si la próxima mueres y mamá nos echa la culpa- Fred era resentido. Y mucho. Lo demostró cuando le convirtió el peluche en araña, siendo niño.
-Cállate, George- resolvió decir, molesto. En seguida me salió una risa tan contagiosa que Fred cayó también en sus redes, y todos los de la mesa (inclusive Percy, malhumorado) nos miraban.
-Hey, Fred, devuélveme mi identidad- le dije.
-Georgie, pero si tu me quitaste la mía- respondió.
Al final del día, dentro de la sala común, Ron estaba tan rojo que tuvimos nuevo motivo de burla. Pero no nos gustó que ese Malfoy le dijera "eres tan tonto que siquiera reconoces a tus hermanos, Weasley". Eso nos enseñó dos cosas: una, que debíamos tomar represalias contra del chico de pelo rubio, y otra, que nos habían oído desde la mesa de Slytherin, así que también todos los demás alumnos y profesores de Hogwarts.
Ron estaba furioso y Percy ocupado como para hablarnos.
-No te enojes, Ronnie- insistía Fred, con más ansias de molestarlo por como le había respondido antes. -Sabes que eres tonto, para que demostrar lo contrario.
-Basta, Fred- le dije, en seco.
-¿Por?- pero con mirarme a los ojos le bastó para cerrar la bocaza esa suya, que a la vez de tan deliciosa que podía ser para besar, se convertía de un instante a otro solo para decir cosas hirientes en defensa de lo más tonto.
Se que fue una de las pocas veces en las que pareció una disputa "seria" entre nosotros delante de otro. Solo entonces, Fred se distinguía de mí en público. Un refilón de odio y aburrimiento resplandeció en sus ojos.
Con ellos me dijo claramente "vete a la mierda".
Cuando todos fueron a dormirse y no quedaba nadie, ni Harry, Ron y Hermione que hablaban recluidos en los sillones aparte del mundo hasta que cansados de esperar a que fuéramos nosotros quien partiéramos a dormir, subieron las escaleras resignados.
Yo estaba durmiéndome frente al fuego del hogar encendido con brazas que se consumían a fuego lento, ya que Fred subió a buscar chocolates, o lo que fuera para comer.
Ya perdía la conciencia y sentí su mano posada en mi hombro súbitamente. La costumbre de vivir juntos en todos los sentidos me dio la capacidad de distinguir su tacto, su todo.
-Estamos solos- me dijo extendiendo la frase como en una cancioncita. Me abrazó por el cuello, desde el otro lado del respaldo del sillón, y me besó. También lo besé a él. De súbito nos subió la pasión. Pasó las piernas por encima, saltando en vez de rodear, y rápidamente nos perdimos para no volver a la realidad durante un cuarto de hora, ya que las probabilidades de alguien bajando a buscar algo era enorme.
Nos seguimos besando, me deslizó los pantalones, y en nada tenía toda su hombría dentro. No quería gemir alto, por las dudas, lo que me costó demasiado y también me generaba ansias que no conocí tener hasta ese momento.
Nos fundimos en uno, pero nos separamos al cabo de un rato. Comimos, nos manoseábamos y tonteamos hasta saciarnos, cayendo en cuenta que quedaban tres horas para la hora de despertar.
Fuimos a dormir y estuvimos cansados por todo el día, a lo que la clase de Snape nos vino como anillo al dedo: dormimos todo el tiempo.

Fred y George - Los Gemelos WeasleyWhere stories live. Discover now