El Duelo

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  • Dedicado a Tony Levy
                                    

 —Ganadora del concurso "El Último Libro del Mundo" — Publicado por Librerías Gandhi

Estoy muriendo, he recibido una bala en el corazón y mi cuerpo yace en el suelo iluminado por la luna llena de octubre, rojiza y gigante. Estoy muriendo, pero estoy sonriendo con el alma. No siento dolor, este ha sido uno de los días más felices de mi vida. Sin embargo,  mis manos tocan mi pecho fuertemente y mi voz agonizante no es capaz de vocalizar palabras. Mientras mi vida se escapa, mi asesino me mira triunfante y sus carcajadas retumban en mis oídos.  

Fue un duelo limpio, yo lo inicié. Le robé una pistola de su amplia colección y me escondí en su habitación esperando soprenderlo con sus propias balas.

El muy listo descubrió mis intenciones desde la mañana al desayunar. Habíamos estado distantes y él sabía que yo no estaría cerca por mucho tiempo, sabía bien que podría ser mi última oportunidad para sorprenderlo. 

 —¿A qué hora llegarás hoy? —pregunté sin mirarlo a los ojos mientras servía cereal en su plato. 

 Y así sin más, descubrió mi juego. Bastó una simple pregunta para comprobar sus sospechas.

 —A las siete —me respondió sonriendo disimuladamente mientras los primeros rayos de sol acariciaban su pelo rubio al colarse por la ventana. 

Se levantó sin terminar su cereal, me dio un beso en la frente y se fue de prisa. 

Me enamoré de él desde el día en que lo conocí y desde entonces no ha dejado de sorprenderme con su inteligencia y su audacia. Diez años han pasado ya, pero hasta el día de hoy —incluso a pesar de la distancia entre nosotros— sin temor a equivocarme puedo asegurar que no he conocido amor más puro y profundo que el que he sentido por él.

Utilicé gran parte de mi día para buscar el escondite perfecto. La casa es muy amplia y hay pocos muebles, pues guarda un estilo moderno y minimalista, pero no hay muchos lugares para pasar desapercibida. Escogí un pequeño armario de madera que yo misma le regalé al menos hace seis años, era un escondite obvio, pero era mi mejor opción. Al anochecer, abrí sus puertas rechinantes y entré con trabajos encogiendo cada parte de mi cuerpo y descansando la pistola cerca de mi corazón. Apenas podía doblar las piernas y la ropa que cubría mi cara hacía aún mas incomoda mi espera. Estaba muy oscuro, el silencio y el olor a madera se adueñaron de mi entorno, por lo que decidí cerrar los ojos y me dejé abrazar por la nada. Me sentí nerviosa y algo en mi interior comenzó a agitarme.

No habían pasado siquiera quince minutos cuando oí sus pasos sigilosos recorriendo la casa.

Me estaba buscando.

Entendí que no podía engañarlo ya, me conocía demasiado bien y de alguna manera había descubierto mi plan. Tal vez mi tono de voz o tal vez pudo leerlo en mi cara, nunca he sido buena guardando secretos.

Escuché su voz buscándome en tono burlón, como de aquél que sabe que ganará y se me erizó la piel al escucharlo.  

Me invadió la sensación de un centenar de hormigas recorriendo mi cuerpo y cada vez que escuchaba mi nombre salir de su boca, mi corazón duplicaba la intensidad de sus latidos haciéndome pensar que incluso el vecino podría escucharlo. Su experiencia superaba la mía, él dominaba este juego y comprendí que sólo sorprendiéndolo aseguraría mi victoria. 

La madera del suelo rechinaba con cada paso, lo escuchaba acercándose más y más. De pronto, el ambiente se acalló misteriosamente.

Me había encontrado.

Sabía que estaba del otro lado de las puertas del armario. Aguanté la respiración con el fin de no ser encontrada, pero mi corazón insistía en salirse de mi pecho.

—Sé que estas aquí —susurró frente al armario con su dulce voz rompiendo el silencio que nos envolvía. 

Mi cuerpo se estremeció y entendí que era el momento de atacar. Abrí ambas puertas de una patada y sin pensar le disparé sin rozarlo si quiera. 

"¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!

Estalláron balas por doquier con su risa como eco. Traté de correr hasta la sala, pero una bala había alcanzado mi pierna y a su vez, una pequeña mesa había entorpecido mi camino. El dolor era leve, pero me impedía movilizar con rapidez. Bajé las escaleras y utilicé el gran sillón rojo como trinchera y le esperé detrás respirando lenta y profundamente para calmar la taquicardia y el dolor. Su risa retumbaba en toda la casa, pero no podía verlo.

Una mezcla de emociones se apoderó de mí. Esa risa me devolvía el sentido, su felicidad siempre ha sido mi motor. Me sentí viva, feliz al escuchar sus carcajadas y a la vez nostálgica, ambos sabíamos que teníamos que separarnos.

Lo escuché bajar las escaleras lenta y confiadamente, como los asesinos de las películas de terror estadounidenses, mientras sus víctimas corren y tropiezan por doquier, ellos se pasean despacio, con certeza y seguridad en sus pasos. 

Pensé en dispararle desde mi nuevo escondite, pero descubrí con sorpresa que no tenía más balas. 

Entendí que mi fin estaba cerca. Tenía dos opciones, esperar lo inevitable o tratar de escapar.  

Tomé un último aliento y me acerqué sigilosamente hasta la puerta. Sentí la brisa fría de libertad en mi rostro al mismo tiempo que las balas impactando mi cuerpo. Caí al suelo —no por dolor, sino por obligación—. Había perdido, pero era un precio justo por una noche más de felicidad a su lado.

Estoy muriendo y él a su vez muere de risa al ver mi cara agonizante. Cada gemido que emito lo divierte más.

Exhalo un último suspiro al mismo tiempo en que mis manos sueltan mi pecho para tocar el suelo y mi cabeza cae sin fuerza simulando un cuerpo sin vida. 

Su risa es el único sonido y la luna nuestro único testigo, su intensa luz rojiza ilumina su rostro y mi cuerpo sobre el suelo.

Se acerca a mí aún sosteniendo la pistola entre sus dulces y pequeñas manos de tan sólo diez años, la suelta para sacudirme los hombros y se abalanza sobre mí.

—¡Te gané! ¡Te gané! ¡Te gané! ¡No te vayas Tía, quédate y juguemos otra vez! —me grita eufórico entre risas.

                                                                              FIN



Desde muy DentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora