Corazón Estrellado

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Hace mucho tiempo, en la helada Praga, existieron dos jóvenes tan enamorados, que en determinado momento era como si sus corazones se oyeran latir al ritmo de uno. Ellos, eran Mikolai y Zamira.

Su amor, incondicional y devoto, fue tan repentino y único como el brillo de una estrella fugaz en la noche.

Mikolai tocaba el violín en un concurrido puente. Era un chico poseedor de una sensibilidad tan exquisita y un talento tan genuino e innato, que a menudo grandes multitudes se pasaba largos ratos oyéndolo tocar su instrumento.

La especialidad de Mikolai era la improvisación. Todos los días, iniciaba una representación nueva, inspirándose en la belleza de pequeñas cosas que no cualquiera se detendría a apreciar, cualquier belleza que llegar a tocar su corazón; como por ejemplo, el batir de las alas de un pájaro en vuelo; los pétalos de una flor, meciéndose dulcemente ante el viento; o también se inspiraba en algo tan simple como el caer de las gotas de lluvia.

Entonces un día la vio, curiosa, expectante a la espera de que él iniciara. Se detuvo en la delicadeza de su belleza, en sus finos pómulos, en sus tiernos labios, en sus apacibles ojos. Estaba embelesado. Y sin apartar la vista de aquella muchacha, quien lo veía con recíproca admiración, comenzó a tocar una melodía tan dulce, tan fina, tan llena de pasión y sentimiento, que todos los que pasaban por aquel puente se aglomeraron a su alrededor para oírlo tocar. Fue casi sin darse cuenta, como si su violín estuviera cantándole lo que su corazón no podía a aquella chica desconocida. El resto es historia.

El corazón de Mikolai llevaba ya unos cuantos años ligado al de Zamira cuando el joven decidió que ella era la única; la última chica a quien iba a amar, los últimos labios que iba a besar y la última que haría cantar a su corazón otra vez de aquella manera. No quería a nadie más.

Él no tenía el dinero para comprar un anillo que pudiera compararse con su belleza; en realidad, Mikolai sostenía que no existía anillo tal y si lo hubiera, ni todo el dinero del mundo alcanzaría para tenerlo.

Zamira rió al oírlo anunciar su desdicha, alegando que ella no quería ni necesitaba joya semejante. Lo único que quería era tres actos, tres acciones que demostraran cuánto realmente él la amaba. Sólo así le daría su mano.

Mikolai pues no se tomó el deseo de su amada a la ligera. Se prometió a sí mismo no descansar hasta cumplir tal petición.

La primera tarea fue cosa sencilla. Mikolai sólo tuvo que hallar un talismán; un talismán de la buena suerte que la abuela de Zamira le había heredado y que ella, torpemente, había extraviado en el parque cuando era una niña. La segunda, más sencilla aún. Mikolai sólo tuvo que prometerle lo que lo que ya estaba prometido; su amor incondicional, su perpetua fidelidad y que su corazón jamás volviese a cantar con el violín por otra mujer de aquella forma en la que cantaba cuando la veía.

Sin embargo, la última implicaba un incansable trabajo. Zamira jamás lo admitiría, pero Mikolai sabía lo que quería. Si bien él ya había recitado sus mil palabras de amor, Zamira quería que él cantara con el violín lo que su corazón no podía y lo que su boca no expresaba. Quería que cantara, como aquel día, como el día en que la vio por primera vez.

El trabajo de encontrar una melodía suficiente le quitaba el sueño al joven violinista. La frustración de no poder hacer cantar al instrumento lo que su corazón sentía lo llevó al borde de la locura. El ridículo temor a que tal vez ya no la amaba como en aquel entonces, acabó en enfermedad.

Hasta que fue en una noche, cuando Mikolai tocaba solo en el puente, intentando lograr su cometido, cuando el mismísimo diablo lo visitó.

Le habló sobre poder darle lo que quería, a cambio de un pequeño precio comparado a la gratificación que Mikolai sentiría al casarse con su amada. Ese precio era su corazón; su dulce, noble y sensible corazón, a cambio de la melodía perfecta.

Mikolai aceptó con un nudo del temor en la garganta, pero sin dudar. Todo sea por su Zamira. Fue entonces cuando el diablo desapareció, sonriente, y Mikolai cerró los ojos a la espera.

Una estrella descendió del cielo y finalmente se estrelló contra el pecho el joven.

Al alba, Mikolai tocó aquella melodía ante su amada, aquella melodía única y melifluamente inigualable, con la intención de deleitarla y ganarse así su mano.

Sin embargo, no fue gusto y complacencia lo que vio en el rostro de Zamira, sino, el mismísimo horror, y luego lágrimas.

En realidad, no era la melodía lo que Zamira realmente quería. Ni siquiera le importaban realmente los tres actos. Ella sólo quería su hermoso corazón, al cual veía en cada sonrisa,en cada caricia, en cada canción. Porque nunca amaría tanto ninguna melodía como amaba ese corazón, el cual ya no existía.     

Tales Of The Land Of Gods And MonstersWhere stories live. Discover now