Erzsébet.

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En la historia existieron damas sin alma, damas malvadas, damas frías; pero, ninguna tan diabólica como la imponente Elizabeth Bathory, aristócrata húngara.

Nacida en el seno de una de las familias más poderosas de Hungría, Elizabeth Bathory fue acusada y condenada por una serie de innumerables crímenes atribuidos a su obsesión con la juventud y la belleza. Creía pues, que la sangre de las jóvenes más hermosas, la mantendría bella y jovial por siempre.

Cuenta la historia que, uno de sus sirvientes, confidente y compañero en sus actos sanguinarios, encargado de cumplir todos sus caprichos, tenía una hija. La joven tenía no menos de catorce años de edad y poseía una belleza tan única e impecable que embelesaba a cualquiera que la mirara. El hombre la amaba con locura, era la luz de sus ojos, pero desgraciadamente el tiempo y su sangre fría, más tarde le confirmaron que no la amaba tanto como a su señora.

Había mantenido oculta a su hija de la dama lo más que pudo, enviándola a instruirse y educarse a las lejanías. Sin embargo, un día, debió regresar.

Evitaba que el contacto entre ellas fuese posible. Escondía a su hija en lo más profundo del castillo, albergándola en uno de los aposentos más profundos y lejanos, eludiendo así que se hiciera notoria su inhumana belleza.

Pero, un día en el que el viejo sirviente debió salir del castillo debido a unos recados y dejar así desprotegida a su hija, la mujer la encontró. Mentirosa y ensortijada, hizo como si l encuentro hubiese ocurrido por casualidad. Inocente y ajena a los atroces actos de su señora, la niña no tuvo más remedio que confiar ciegamente en la ella, quien la llevó consigo por el castillo. Más no le hizo daño alguno, sólo se dispuso a aguardar a la llegada de su sirviente.

La dama quería aquella belleza, aquella juventud, claro está; pero, en su lista de prioridades, curiosamente se halló primero el deseo de castigar a su fiel confidente por el acto de atreverse a privarla de aquella joven en su propio castillo, sabiendo él que Elizabeth Bathory se aproximaba peligrosamente a la vejez. Y el castigo ya estaba claro en su mente.

Para cuando el sirviente regresó, su señora se hallaba en una de las salas, tomando plácidamente el té con la jovencita. Horrorizado, el hombre hizo todo lo posible para llevarse a su niña de ahí sin que la vil Dama supiera de sus intenciones. Sin embargo, ya era tarde, porque ella lo sabía todo.

Finalmente, dejó que la jovencita regresara a sus aposentos con la excusa de que debía seguir trabajando en sus estudios.

El sirviente temía por oír cuál sería el siguiente deseo de su señora, aunque lo que creía que iba a escuchar, más nunca fue dicho.

La Dama pasó las siguientes interminables horas viéndose al espejo, compartiendo con su confidente los temores de su aquejado corazón. La muerte le pisaba los talones, arrebatándole su belleza y su juventud. Temía que si no encontraba una niña lo suficientemente hermosa pronto, moriría.

Al día siguiente, la mujer solicitó compartir su almuerzo con aquella niña hospedada en su castillo; dicha comida, fue asistida por el padre, quien aguardaba expectante en una esquina, con el oído preparado para oír los deseos de su amada Señora. El que él esperaba, nunca llegó.

Pero, en su cabeza, podía oír los quejidos angustiosos de la Dama a la tanto amaba, por la cual tantas atrocidades había cometido. Esta vez, comenzaba a carcomerle la cordura. Llegó al punto en el que no podía dejar de pensar que moriría, su Señora moriría y sería su culpa. Sería debido a su egoísmo que ella dejaría este mundo despojada de su hermosura y juventud.

Cuando alzó aquel cuchillo de mesa por delante del cuello de su hija, fue casi como si pudiese sentir una gélida y huesuda mano sobre su hombro, la mano de su Señora, sonriendo victoriosa. Sin embargo, se trataba más bien de la mano del diablo mismo. Aunque, a esas alturas, ya no había diferencia entre una persona y la otra. 

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⏰ Last updated: Nov 05, 2016 ⏰

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