ME QUEDÉ CONGELADO SIN PODER decir nada. Sabía quién era ella. Itzpapálotl no era sólo la diosa de las mariposas, también de la magia, la guerra, la resurrección y el renacimiento. Era una diosa poderosa, y peligrosa. Mi respiración se aceleró un poco. Luego más. Si llegábamos a hacer algo que la ofendiera, estaríamos fritos.
Intenté levantarme para hacer una reverencia.
-No lo hagas -dijo como si me leyera la mente-. Sólo te harás más daño. Déjame, soy buena curando alas -señaló las suyas propias.
Me dio la vuelta y empezó a examinar el ala. Se inclinó sobre mí, para verla mejor. Entonces sentí un dolor demasiado grande. Solté un grito que seguro se escuchó varios kilómetros a la redonda. A lo mejor pude ver un grupo de aves alzando el vuelo. La diosa había tomado mi ala rota y la estiró con brusquedad, como si me la hubiera querido arrancar de un sólo golpe.
Instintivamente plegaba el ala, intentando hacer que la soltara. Pasó su mano de hueso sobre la fractura, luego la encendió en llamas negras y me quemó el lugar. Se me oscureció la vista, tenía los ojos llenos de lágrimas, y los dientes me rechinaban de lo fuerte que apretaba.
Duró así sólo unos segundos, pero lo sentí como si hubieran sido horas. Al quitar la mano, doblé el ala, volviendo a ponerse como debía ir. Evidentemente ya no estaba rota, pero seguía doliendo.
Estaba por hacer que se quemaran, como lo hice la última vez. La diosa levantó su mano.
-No lo hagas aún. Si lo haces, sentirás el dolor en la espalda. Muy doloroso, créeme. Tal vez ni siquiera puedas caminar.
-Gracias -dije en un susurro.
-No importa, al viejo Huitzilopochtli le debía un favor. Espero que así estemos a mano -gritó eso último al cielo, como si de verdad le estuviera hablando a mi padre. Un relámpago tronó a lo lejos-. Sí, estamos a mano. Vengan, deben estar cansados.
-No queremos ser groseros, Itzpapálotl -la interrumpió Payne, había vuelto a vestir como siempre-, pero el camión donde estábamos está destruido. Quisiéramos arreglarlo antes de que podamos...
La diosa se había girado al camión. Juntó sus dos manos, las separó como si un par de ligas lo evitaran, levantó los pulgares y los dedos medios los dobló hacia dentro. Apuntó con sus manos al camión, dibujando una letra ce inversa, y este comenzó a reconstruirse. Los trozos que habían volado por todas partes se dirigieron hacia el camión, tomando el lugar que debían tener. Al terminar, el camión lucía como nuevo. La pintura brillaba reluciente, los neumáticos estaban negros e hinchados con el aire que debían tener dentro, los cristales reflejaban la luz del sol.
Todos los pasajeros y las dos viejas conductoras entraron corriendo y arrancaron en cuanto pudieron. Parecían tenerle miedo a la diosa de las mariposas.
-Listo -dijo la diosa con su intento de sonrisa-. ¿Vamos?
Volví a hacer un intento de levantarme, y descubrí un nuevo dolor: el de mi brazo derecho, donde el trozo de cristal se me había encajado hace menos de una hora.
No grité, pero al ver la herida casi me desmayo. El brazo se veía inflamado, la sangre se había secado y de la herida salía un líquido verde. ¿Cómo demonios había olvidado esa herida? ¿Cómo demonios no me había dolido hasta ese momento?
-¿Se encuentra bien, príncipe? -Preguntó Azul.
-No, la herida del brazo. Creo que se infectó.
-¿Qué dices? -Dijo Mich al ver que no me levantaba.
-Mi brazo.
Ella se agachó a ver la herida, e hizo la misma cara de asco que yo al verla, pero no apartó la mirada. Casi creí que estiraría un dedo para tocar.

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La Trilogía Azteca 1: El Sexto Sol
AdventureRodrigo Garcia creía ser un chico normal. Y lo era, hasta el día de la muerte de su madre. Pero a partir de ese día, todo a su alrededor empieza a cambiar. Rodrigo descubre que sus mejores amigos no son lo quiénes creía: Mich Walker se puede tr...