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Diecisiete. No se sentían diferentes a los dieciséis. ¿Y el 4 de julio? Seguía siendo el cumpleaños más patético. Empezó igual que siempre desde que tuve la edad suficiente para no estar en la guardería en verano.

Mamá y papá entraron a mi cuarto a las siete de la mañana, cantando un muy desafinado feliz cumpleaños. Mamá se sentó al borde de mi cama y me envolvió con sus brazos. —Saldré un poco más temprano del trabajo así podemos ir a la auto-escuela antes de que cierre. ¡Tendrás tu licencia antes de que termine el día!  

Podría estar emocionada por eso si tuviese un coche para conducir, pensé. Pero no lo dije. Forcé una sonrisa y dije—: Gracias mamá.  

—Y nosotros iremos a buscarte un auto mañana por la mañana —dijo papá, empujando a mamá para darme un abrazo él—. Pero mientras tanto, estaré en casa a las seis y saldremos con tu hermana por una cena de cumpleaños y luego veremos los fuegos artificiales. ¿Qué te parece?  

Patético. Tampoco dije eso. —Suena bien.  

—Ten un buen día, amor —dijo mamá, besándome la frente y levantándose—. Trata de no romper ningún hueso por hoy.

—Tuyos o de quién sean —bromeó papá. Eso me hizo sonreír de verdad.

—No te preocupes papá. No tengo a nadie con quien pelear hoy. Los chicos del parque juegan los lunes, miércoles y sábados.

—Feliz cumpleaños muchachita.  

Luego de que mis padres se fueran, traté de volver a dormir pero no pude. Me sentía demasiado deprimida. Realmente odio la auto-compasión, así que fui a dar una vuelta con el skate para ponerme en marcha. Una buena descarga de adrenalina por lo general me hacía sentir mejor. Excepto que hacía realmente calor, así que no duré mucho. Puedo tolerar el sudor si estoy en un partido, pero vagar por un vecindario desierto no lo vale.

Cuando volví, me sorprendió ver a Paula en la mesa, ya duchada y vestida. —¿Qué haces ya levantada?  

—Bianca vendrá a buscarme en un rato.  

—¿Vas a trabajar? —pregunté. Quizás hoy no tendría por qué ser un completo desperdicio. De verdad quería comprar ropa. Especialmente desde que el jersey que vestía se pegaba a mi espalda. —Quizás podrías llevarme también, y podrías... —ugh, era doloroso decirle esto—, ya sabes, lo que dijiste. Ayudarme a elegir ropa nueva.  

Los ojos de Paula se hicieron tan grandes que casi salieron de su cabeza a su tazón de cereales  

—Olvídalo —dije rápidamente cuando sentí la sangre colorear mis mejillas—. No importa.

—No, no, Mica, ¡podemos! ¡Te ayudaré! Pero ahora no puedo. No voy a trabajar. Le prometí a Bian que iría con ella a Lansing. Tienen una parrillada familiar. Vamos a irnos todo el día.  

—Oh.  

Cuando me giré para subir las escaleras, me detuvo. —Pero estaré de vuelta a las cinco. Podemos ir entonces.

La cara de excitación de mi hermana me asustaba. Nunca se emocionaba por pasar tiempo conmigo. —No puedo —dije—. Mamá me va a llevar a la autoescuela y luego tenemos que ir a la cena en familia y a los fuegos artificiales.  

—Oh, sí. —Su entusiasmo ya se había ido—. ¿Es hoy, no?  

  Genial.  

—Sin ofender —dijo—, pero es el decimoséptimo cumpleaños más patético del mundo.

¿Tenía que restregármelo así? Ya me sentía bastante deprimida. Era difícil no mostrarlo. Me encogí de hombros y me dirigí a las escaleras de nuevo.  

—¿Mica? —Me giré—. Vayamos mañana —sugirió—. Podríamos tomarnos el día e ir a las tiendas. Estoy segura de que mamá y papá nos prestaran el auto. Incluso te dejaré conducir.  

Paula me sonrío, una sincera, honesta sonrisa. Quizás la primera real que me había dado alguna vez, pero llena de pena y me hizo sentir peor. —Sí, bueno, quizás —dije, sabiendo que no iría pero no queriendo herir sus sentimientos.  

Para cuando salí de la ducha, tenía la casa para mí sola. Nada como el sonido de una casa vacía para sobrellevar un mal día. La programación del día lo hizo peor, y rápidamente me di cuenta de que todos tenían razón sobre mis videojuegos. No es que quisiera empezar a asesinar gente ni nada, pero Skateboard Pro 2000 se volvió viejo.  

Suspirando, apagué la X-box y me retiré a la ventana para observara Pablo ejercitarse. Me dije a mí misma que no volvería a hacerlo, pero era incapaz de mantener esa promesa. Sí, el chico me había arrastrado a su habitación pateando y gritando, pero era raro. En realidad no quería lastimarme. Creo que sólo trataba de explicarme por qué era un fenómeno. Parecía como si supiese que lo era y estuviera casi inseguro sobre eso. No podía sacarme ese rostro vulnerable, desesperado de la cabeza.  

Además, no me forzó a quedarme quieta cuando presionó mi mano con su cara. Mi brazo todavía cosquilleaba en donde sus labios me habían tocado. ¿Y cuando sus labios tocaron los míos por ese breve segundo? Ni siquiera fue lo suficientemente largo para que contara como un verdadero beso, pero igual, no podía olvidarlo.  

No ayudaba que me ignorara completamente desde entonces. Prácticamente no había mirado mi casa desde que salí corriendo de la suya. Sé que es lo que quería, pero ahora que lo había conseguido me molestaba. ¿Se enojó conmigo por patearlo? Porque eso sería tan injusto, ¡me secuestró!  

Mientras más pensaba en Pablo, más aire fresco necesitaba. Salí a encestar algunas canastas en el camino de entrada. No soy la mejor en baloncesto, pero el fútbol no sirve para liberar la ira tan bien si no hay nadie a quien golpear.

Me di cuenta de que me convertí en un blanco fácil para otro ataque, pero no me importó. Me negué a esconderme hoy. Luego de que Paio terminara su entrenamiento, desapareció en su casa y no salió. Ni siquiera miró en mi dirección antes de entrar. Imbécil.

No que necesariamente quisiera su atención, pero ya que mis amigos no estaban, mis padres trabajaban, y mi hermana rechazó la oportunidad de darme un cambio de imagen, el hecho de que mi psicótico acosador, quien sabía que era mi cumpleaños, no quisiera verme, era un golpe bajo.  

CasualidadWhere stories live. Discover now