Prólogo

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El patriarca de esta era se encontraba en su despacho terminando de leer el informe acerca del nacimiento del último caballero dorado, Shion era un hombre de avanzada edad, de largos cabellos blanquecinos que en su tiempo fueron hermosas hebras rubias verdosas, sus ojos se encontraban tristes y caídos por la edad, las arrugas en su rostro y manos eran más que evidentes.
Era de noche, una noche como cualquiera en aquel santuario, Shion se encontraba más que extasiado debido a que ya había localizado a todos los futuros hombres que formarían la elite dorada que defenderían a Athena cuando esta bajara hasta allí.

Allí mismo en el despacho se encontraban tres pequeños niños, un par de gemelos, uno de cabellos más oscuros que el otro y el tercero era un pequeño de cabellos marrones como el chocolate.
Estos se encontraban acomodando algunas cosas del patriarca, cada uno estaba concentrado en su labor, labor que fue interrupida por el repentino temblor que estremeció a todo el santuario por varios minutos impidiendo la movilidad de los que se encontraban allí.

-¿Qué fue eso su ilustrísima? - preguntó el mayor de los gemelos cuando se detuvo aquel sismo.

-No lo sé... - contestó con sinceridad y angustia.

Salió de inmediato de allí y tras él los pequeños, en el pasillo fueron interceptados por un solado raso que corría a toda prisa a su encuentro.

-Su ilustrísima. - el hombre se arrodillo ante Shion.- acaba de suceder algo inexplicable.

-¿Qué cosa? Habla de una vez.- a pesar de su avanzada edad, la voz de Shion era dura y grave, una voz que podia infligir miedo o respeto.

-Se a levantado otro templo.- habló mientras se ponía de pie y miraba al líder de todos ellos. - entre el escorpión celestial y el arquero.

Dicho eso, Shion salió a toda prisa con los pequeños pisándole los talones en dirección al sendero que daba a las doce casas de zodiaco, futuramente esas casas serían resguardadas por los jóvenes que se convertirían en caballeros dorados. Bajaron los escalones lo más rápido que pudieron, las ansias y el temor del gran patriarca aumantaron cuando pasaban a mitad del templo se sagitario, cuando salieron de éste, Shion no daba crédito a lo que veía, era verdad, un templo había emergido desde el suelo.

Ni lento ni perezoso se adentró a él, no era muy distinto a los demás, con pasos seguros se fue adentrado más y más hasta que se topo con una caja dorada como aquellas cajas que eran conocidas por contener las armaduras de las 88 constelaciones, a su lado, emanando un poderoso cosmos dorado, se encontraba un bebé y sobre éste se hallaba un pergamino. «Ofiuco» Shion acercó sus manos hacia el bebé, quién irradió un cosmos a un más fuerte que cegó a los presentes, cubrió sus ojos con su antebrazo y cuando la luz se disipó, volvió a su intento de tomar el pequeño.

Sin embargo, al hacerlo se miró las manos, las arrugas se habían desvanecido, podía moverlas sin sufrir los dolores de la artritis, sus cabellos nuevamente irradiaban brillo y sedosidad y su rostro se hallaba joven otra vez, decidido tomó al bebé entre sus manos y lo contempló mientras dormía.

-Es una niña... - susurró.- ofiuco es una niña.

-Su ilustrísima, ¿ella es Atena?- preguntó el castaño sin haber escuchado al patriarca.

-No Aioros, ella será su compañera de armas en un futuro. - dijo orgulloso, puesto que desde la era del mito era bien sabido que solo el primer ofiuco le había sido fiel a Minerva y ahora nuevamente seria así.

-¿Cómo es esto posible?- preguntó uno de los gemelos.

-Es una larga historia. - su mirada seguía perdida en la bebé, por obviedad Shion pensó que los dioses le entregaban a ofiuco y le regresaban su juventud para que fuese él quien cuidará de ella.

Saint Seiya: el treceavo caballero dorado.Où les histoires vivent. Découvrez maintenant