Capítulo 13

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Había sido un día agotador. Tuve que acudir a otras dos reuniones, igual de aburridas y cansadas que la primera. Recibí al menos diez llamadas de distintos lugares de España, hablando de temas de los cuales no estaba al corriente, por lo que tuve que decirle al ministro Dylan que las atendiera por mí, lo que me hizo sentir mucha vergüenza. También estuve reunida con el parlamento, pero no había prestado la mínima atención a nada de lo que dijeron, tan solo asentía o soltaba un ligero ruidito a modo de afirmación cada vez que me preguntaban algo. Sabía que tenía que cambiar esa actitud cuanto antes, pero resultaba realmente difícil hacerme a la idea de que aquella iba a ser el resto de mi vida en cuanto fuera coronada reina.

Todos los años solíamos irnos tres semanas de vacaciones en verano, a la costa de España, o a otro país. Y me había dado cuenta de que, esas tres semanas que para mí eran una pequeña escapadita de la monotonía de palacio, para mi padre era la única oportunidad que tenía en todo el año para liberarse del estrés que le producía el cargo. Y no sabía si para él, esas tres semanas, eran suficientes. Pero para mí no lo eran. Casi un mes de vacaciones, comparado con once trabajando el resto del año, no era compensatorio.

Suspiré, sacando de mi cabeza todos aquellos pensamientos mientras hundía mi cabeza en mis manos a la vez que andaba en dirección al despacho de mi padre. No quería ir allí. Lo único que me apetecía me aquel momento era darme un largo baño relajante y quitarme la tensión del cuerpo que el ajetreado día me había producido, pero tenía que recoger unos informes para leerlos y poder preparas las reuniones del día siguiente.

Cuando estuve a punto de doblar la esquina del pasillo que llevaba al despacho, me detuve en seco al escuchar algo que hacía mucho tiempo que no oía. El delicado sonido que producía el piano de cola que había en una de las salas de la misma planta. El mismo piano que, años atrás, había pertenecido a mi madre.

Giré sobre mis talones con el ceño fruncido. ¿Quién podría estar tocando el piano? ¿Su piano? Caminé vacilante hacia el otro extremo del pasillo, donde se encontraba la biblioteca privada de mi madre, en la que, aparte del piano, había una amplia colección de novelas y últimas ediciones, todas y cada una de ellas leídas por mi madre, me atrevería a decir que varias veces cada una. La entrada se componía de una puerta doble blanca. La de la derecha se encontraba ligeramente abierta, y por ella se colaba el sonido del piano. A pesar de los años que llevaba en desuso, su sonido aún era casi tan precioso y dulce como una vez lo fue. Cientos de recuerdos vinieron a mi mente al oírlo, pero sobre todo uno:

Una tarde de lluvia, hacía muchos años, cuando yo apenas tenía tres años y mi madre estaba embaraza de Emma, yo había hecho algo realmente malo –lo cual no recuerdo– que había hecho enfadar mucho a mi padre. Me había gritado como nunca lo había hecho, y, como siempre, fui a buscar refugio a mi madre. Ella me llevó a aquella biblioteca, me sentó con ella en el mullido taburete del piano, y empezó a tocar una preciosa melodía que hizo que dejara de llorar a los pocos minutos. Y mientras me deleitaba con el dulce sonido de aquella canción, apoyé mi cabeza en su abultada tripa, de manera que mi oreja estaba pegada a la tela del vestido que rodeaba su vientre. Y entonces dije algo de lo que me acuerdo perfectamente, y a día de hoy aún me hace gracia:

–Espero que sea una niña, así no será tan cascarrabias como papá –dije haciendo un puchero.

Mi madre dejó de tocar, soltando una pequeña risita. Posó una mano en su regazo, y con la otra me abrazó.

–Entonces,¿quieres que sea una niña? –me preguntó, divertida.

–Sí, pero no solo lo quiero, lo sé –dije segura de mí misma.

Mi madre volvió a soltar otra risita.

–¿Y cómo quieres que se llame? –me preguntó curiosa.

The Crown (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora