4.7

75 13 0
                                    

El Sol iba sacando poco a poco a Malcom de su descanso, como un padre que no quiere despertar a su hijo, porque no quiere interrumpir su descanso o no quiere despedirse de él o sabe que le espera un día difícil. El terrible ruido del teléfono fue lo que terminó de sacarlo abruptamente de sus sueños. Malcom sacudió su cabeza, pestañó con fuerza y descolgó el teléfono para dejarlo en la mesa de noche tal como había hecho algunas horas antes.

- Buenos días señor, - dijo una voz robótica y desinteresada, muy distinta a la de la noche anterior- la comitiva va subiendo hacia su habitación.

- Gracias, - dijo Malcom, para luego incorporarse y observar el amanecer por las ventanas polarizadas de su habitación que hacían parecer el amanecer tan rojo como un atardecer en el Río Aguas Claras.

De pronto, oyó golpes en la puerta, de inmediato se dirigió hacia ella y la abrió con decisión. Extrañamente, oyó algo que ya había oído antes. Casi.

- Buenos días, ya es hora, - le indicó el asesor calvo - su gran momento ha llegado.

Malcom salió de inmediato por la puerta sin siquiera recordar que no se había aseado ni cambiado ropa. Ya estaba parado frente al ascensor cuando los asesores aún se miraban entre sí.

- ¡Vamos, que esperan! - dijo impaciente.

- ¡Vamos, que esperan! - dijo Bor impaciente.

Él ya había reunido a una veintena de hombres en el cuartel de seguridad de Rhor. Todos se encontraban lo mejor preparados que unos granjeros podían estar para enfrentar la muerte hambrienta que les esperaba tras las murallas. Tenían hachas, lanzas, sables y martillos. Algunos los empuñaban con coraje, otros con tristeza y otros con resignación, pero todos con decisión. Todos preferían morir peleando que morir de hambre.

- Allá afuera nos espera nuestro destino, - agregó Bor finalmente pronunciando el discurso que había trabajado durante días - aunque es un destino que nosotros no esperábamos, es un destino con fauces como cualquier otro. La vida es injusta y nosotros bien lo sabemos, estamos acostumbrados a lo que ella nos depara. Este no es lugar para niños, esos están pegados a las polleras de sus madres. Hoy somos guerreros, somos hombres libres, y como hombres libres combatiremos, hasta lo último de nuestras fuerzas, para demostrarles a esas Bestias sin mente, que podrán vencer nuestra carne, pero jamás nuestro espíritu.

Bor había planeado bien la última embestida de Rhor. No sería meramente un suicidio en masa, Bor realmente quería llevarse tantas Bestias consigo como pudiese y, para eso se aprovecharía de una debilidad que todos los animales comparten, el miedo al fuego. Su estrategia consistía en usar escuadrones de unos veinticinco hombres. Unos cuantos de cada escuadrón formarían un círculo dando la espalda hacia el centro y portando antorchas para ahuyentar las Bestias aprovechando su fobia. Desde el centro de los círculos las Bestias serían atacadas con flechas, lanzas y las pocas escopetas de caza que tenían para debilitarlas. Cuando se extinguiesen las antorchas vendría la batalla final. La batalla por la libertad de elegir como morir.

Iniciarían la carga al medio día, cuando el sol estaría en su cenit máximo para aprovechar que la fuerte luz del sol debilitaría la visión de las Bestias acostumbradas a cazar de noche. Ya era media mañana, faltaba poco. Bor sonreía.

La cara de Malcom no podía expresar más disgusto. Si la ducha y el cambio de ropa le había parecido una pérdida de tiempo, la sesión de maquillaje le pareció inexplicablemente inútil. Al menos, a uno de los asesores le parecía gracioso ver a Malcom sufrir de impaciencia.

- ¿Por qué nos estamos demorando?- preguntó inquieto.

- Todo debe estar perfecto ante las cámaras Ciudadano Jerry - contestó el asesor pelirrojo con entera calma - no querrá que lo vean en pantalla con esa expresión de cansancio y en especial con ése cutis.

Malcom hizo otra mueca de disgusto, no le importaba su cutis y lo que lo cansaba era la eterna demora en salir.

- Necesito una radio - insistió.

Los asistentes se miraron entre sí y sonrieron nuevamente ante el entusiasmo de Malcom, quien casi se dio por vencido, pero no lo hizo.

- ¿Me pueden decir, al menos, a qué hora saldremos?

- A mediodía - dijo el asesor de piel oscura.

- ¿A mediodía?

- Sí, eso dije, a mediodía, - confirmó Bor mientras clavaba la vista en su líder - saldré por la puerta principal de Rhor, Rob. Me acompañarán aquellos que no temen morir peleando.

- Lo sé, - le contestó la Matriarca - de eso he venido a hablarte...

- ¡No hay nada de qué hablar Robin!, ya no podrás evitar esto.

- No pienso en evitarlo, - dijo tranquila la Matriarca - sino en postergarlo.

- ¡No podrás postergarlo! ¡No más! En una hora, marcharemos a enfrentar esas malditas Bestias y estos niños, sí estos niños, les enseñaran a ustedes vejestorios atemorizados algo que parece habérseles olvidado: el valor de la libertad.

- Hubo un tiempo cuando la libertad significaba algo, - le contestó Robin – porque era algo que no teníamos, y no era una excusa para cada actividad necia que deseamos realizar para llenar vacíos. No sabes lo que haces, Bor.

Habiendo dicho esto, dio media vuelta y se marchó.


ENTRE BESTIAS - Parte I -  Hijo del Bermellón [COMPLETA]Where stories live. Discover now