Somos lo llantos desgarrados de un poeta,
que quedarían mejor escupidos sobre un beat,
Pero sirven para derramar sin compás
palabras que ni llenan
lo que la vida le pesa.
Somos el peso de la rutina en nuestros hombros,
mientras buscamos a alguien que aligere el mismo peso
que no podemos soportar.
Somos las hijas de nuestras cadenas,
esas de seda que nos hemos impuesto,
de los cortes provocados por el desgaste de tirar de ellas
y la angustia crónica de ver
que siempre fue en bano el esfuerzo.
Pero para.
Espera un momento.
No es así.
No acaba así el cuento.
No mientras podamos correr durante horas bajo la lluvia,
sin rumbo, ni destino, ni agotamiento,
y todo desde la cama con esa canción sin letra de Día sexto.
Y todo por el módico precio de aceptar
que son sueños tus sueños y nada más.
Despierta.
Despiertate para saber más.
Pero luego no vale quejarse,
no sirve cambiar de idea al saltar al vacío.
Asegurate de tener la valentía.
Atrevete a amar sin querer poseer,
a quererte como parte de un todo,
como individuo grupal,
a confiar,
a luchar,
a sudar,
a levantarte,
a aceptar decepcones,
a tirar hacia delante,
a volver a equivocarte,
y dar otro paso hacia delante,
y darlo aunque termine el camino,
y a avanzar con media sonrisa hacia el abismo,
y a levantar el puño y golpear techos de cristal,
y a escupirles a la cara que vas,
que VAMOS, a ganar.
