Capítulo 7: Deuda

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Capítulo 7: Deuda

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Con las manos en los bolsillos y su mirada dirigida al cielo, perdido en sus pensamientos, daba su habitual y tranquilo paseo alrededor de la ciudad mientras reflexionaba sobre los acontecimientos del día.

¿Por qué tenía tan mala suerte? Su felicidad, aunque relativa, estaba presente. Terminaba ya la secundaria, había superado aquello y dejado atrás todo lo que había sucedido en ese tiempo. Todo lo que prefería no recordar y que prácticamente pudo borrar de su memoria la mayor parte del día.

Y entonces, ¿por qué, a esas alturas, tenía que aparecer él para arruinar su vida?

Ese muchacho aparentemente inocente, de mirada castaña y cabello desafiante a la gravedad. Ese que actuaba como si no le hubiera conocido, como si jamás hubiese sido parte de todo su pasado.

Odiaba esa maldita ingenuidad y torpeza que fingía tan bien. Y aunque quiso pensar que quizá no lo recordaba, pensándolo bien, era injusto que no lo supiera, que viviera tan felizmente en la ignorancia mientras él...

Su reflexión se vio interrumpida cuando sintió un peso chocándose contra su pecho de forma repentina, rápida, apenas en unos segundos en los que pudo evitar la caída de aquella persona con la que había colisionado —o más bien, que había chocado contra él— por puro reflejo, rodeando con sus brazos aquel pequeño cuerpo.

Maldijo su suerte al ver de quién se trataba. ¿Es que no podía parar de encontrárselo?

Quien estuviese ahí arriba y guiara su destino, parecía tenerle manía.

—Yo... lo siento —el joven alzó la cabeza, y unos grandes orbes almendra chocaron contra los suyos. En comparación, era más alto que el castaño, y este debía levantar el rostro para mirarle a los ojos.

—¿Acaso no puedes vivir sin mi? —preguntó sarcástico—. Y yo que pensaba que me había librado de ti por lo menos durante todo el día.

—No creas que quería chocarme contigo —se molestó el menor—. Estaba... —palideció cuando recordó de qué huía.

Intentó deshacerse del agarre que Mukuro ejercía sobre él, pero se vio incapaz ante el aumento de fuerza por parte de este.

—¿Estabas? —instó a continuar, dando a entender que no lo dejaría hasta que terminara la oración.

—Estaba huyendo de un loco —se removió entre sus brazos, y el mayor sonrió al ver que lo tenía atrapado. Le gustaba esa sensación de tenerle entre sus manos.

«¿Qué se siente?» hubiera querido preguntar.

«¿Qué se siente al estar atrapado, no poder moverte, que te arrebaten tu libertad? Oh, no lo sabes, no sabes lo que sentí yo en esa época, Tsunayoshi»

—Suéltame —ordenó, sin dejar de moverse.

Contrario a los deseos de Sawada, Mukuro le desplazó hacia una de las paredes laterales de la calle. El castaño se vio entre el cuerpo de su "tutor número uno" y el muro inquebrantable en cuestión de segundos.

Je détesteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora