Prólogo

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La luna llena brillaba con malicia sobre una regia casa de Westbridge, Massachusetts, en la siniestra noche de Halloween de 1951. El frío viento otoñal se agitaba en los bosques y arrastraba consigo las hojas secas. Se podía oír su aullido nervioso, como si de un animal espantado se tratase, vaticinando quizás los horribles sucesos que tendrían lugar aquella noche.

Había pasado un año desde que tuvo lugar su nacimiento. Y había ocurrido justamente allí,  en esa misma casa azotada por el viento y oculta tras los bosques. La casa y santuario de Edward Theodore Spellman, el sumo sacerdote de la Iglesia de la Noche, erudito, ocultista y ahora, padre. Un hombre que había conjurado a su señor Satán en carne y hueso numerosas veces, y que esa noche se enfrentaba a una tarea aún más macabra.

El reloj de pared era lo único que podía oírse en el amplio salón donde el señor Spellman aguardaba. Ni siquiera la chimenea encendida podía calentar sus ánimos mientras pasaba la vista por las fotos que había sobre la repisa. El señor Spellman era un hombre alto, de aspecto severo pero también atractivo. Tenía el pelo negro y largo, perfectamente peinado y una barba recortada de manera impecable. Todo en él desprendía la elegancia que tienen aquellos que están seguros de si mismos incluso cuando se encuentran en situaciones tan sombrías. Sujetando en sus manos una foto familiar y acompañado por el imperecedero tictac del viejo reloj. El señor Spellman se preguntaba una vez más cómo transcurrirían los acontecimientos de esa noche. En la foto, se podía ver a Edward Spellman junto a su mujer que sostenía en brazos a una pequeña criatura, la hija que habían tenido exactamente un año antes. Con el rostro marcado por la preocupación, el señor Spellman murmuró:

―...Si pudiese apartar este cáliz de tus labios, Diana...

Pero se vio interrumpido por el reloj marcando la media noche. Entonces dejó la foto en su lugar sobre la chimenea y volviéndose dijo en voz alta:

―Bien, bien, bien. Buenas tardes, señoritas.

Donde antes solo había estado un salón totalmente vacío ahora se encontraba un grupo de mujeres realmente variado que le observaban con expresión sombría.

―Es cierto que sabéis cómo hacer una entrada dramática. Bienvenidas, hermanas, y recordad: "Nos mantenemos en Su sombra".

―Feliz Halloween, Edward...

Comenzó a decir tímidamente una mujer regordeta de pelo castaño pero fue interrumpida por otra mujer de aspecto más dominante y cabello oscuro.

―...Sí, Edward, bendito Samhain. ¿Está nuestra pequeña lista para partir?

Edward observó con rostro sombrío a las mujeres. Aunque las había llamado hermanas, solo con dos de ellas compartía verdaderamente lazos de sangre. La mujer que había hablado primero, la que llevaba gafas y el cabello castaño, era su hermana Hilda. Era una mujer bastante tranquila y tímida que odiaba llamar la atención. La otra mujer que había hablado, la pelo negro como la noche y expresión severa se llamaba Zelda. Los tres hermanos habían entrado juntos en el mundo de la oscuridad y la hechicería pero la distancia entre ellos poco a poco se hacía evidente.

―Está arriba, en su habitación. Su madre se está despidiendo de ella. Quédate justo donde estás, Zelda, y yo iré a buscarlas.

Edward Spellman se había casado con una caprichosa mujer mortal. Sus hermanas, incluso la tímida Hilda, le habían advertido una y otra vez lo que le ocurriría si quebrantaba la ley de las brujas. Pero, por supuesto, el señor Spellman siempre había sido un hombre caprichoso. Todo había sido casi normal para la pareja, hasta que nació la criatura. Ahora le ley de las brujas debía cumplirse y por eso, Edward Spellman subía las escaleras en dirección a la habitación de su hija, dispuesto a entregarla a su destino.

Las Escalofriantes Aventuras de SabrinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora